Jaime IGLESIAS
MADRID
Entrevue
KIM JEE-WOON
DIRECTOR DE CINE

«No sé muy bien dónde está la frontera entre lo utópico y lo distópico»

Nacido en Seúl en 1964, su primer éxito llegó con «Dos hermanas» (2003), film al que siguieron obras como «El bueno, el malo y el raro» (2008) o «I Saw the Devil» (2010). Tras incursionar en Hollywood de la mano de Arnold Schwarzenegger con «El último desafío», ha regresado a Corea para filmar «Illang: la brigada del lobo», que pudo verse este año en Zinemaldia y que ahora estrena Netflix.

Frente a otros grandes cineastas coreanos, aclamados en los festivales más exigentes, pero prácticamente ignorados por los espectadores de su propio país, Kim Jee-Woon ha sabido desarrollar en su filmografía una mirada singular sin renunciar a la vocación popular de sus películas que han sido, casi sin excepción, grandes éxitos de taquilla en su país. Su último largometraje, “Illang: la brigada del lobo” es un buen ejemplo de las inquietudes que caben percibirse en la obra del autor de “I Saw The Devil”. En ella se sirve de los mecanismos del thriller más convencional para articular un relato salvaje de resonancias distópicas donde se cuestionan las derivas que tendría el proyecto de reunificación de las dos Coreas. Reacio a profundizar en la carga política que atesora su film, Kim Jee-Woon se muestra más cómodo hablando sobre su afición a subvertir el alcance de los géneros cinematográficos hasta alumbrar propuestas insólitas.

Sus películas son un claro ejemplo de cine de autor que no esconden, sin embargo,  una vocación popular muy marcada. ¿Hasta qué punto su autonomía como creador queda condicionada por las demandas del público?

Honestamente creo que siempre hay que tener en cuenta al público, al fin y al cabo cuando cuentas una historia lo haces pensando en el impacto que puede tener, en el interés que puede suscitar. Por esa razón cuando trabajo sobre una línea argumental procuro que esta no obedezca a un interés demasiado personal. Obviamente quiero tratar una historia a mi estilo pero también tener una comunicación y un encuentro con la audiencia. Pienso que en una película de cine de autor es importante tener elementos populares pero también conjuntarlos con tu propio punto de vista,  con el placer de hacer una película. Eso es lo que hace que el público la disfrute.

  ¿Qué valor concede a los géneros cinematográficos como soporte para la narración? Se lo pregunto porque usted es muy dado a jugar con los códigos de representación del terror, del western o, como en el caso de «Illang», del thriller.

Las películas de género tienen un valor añadido y es que procuran un placer inmediato al espectador, la audiencia se divierte y entra mejor en la historia. Por ejemplo, en las películas de terror, está el miedo a lo invisible, o en las películas románticas están la obsesión y el amor; en las películas de ciencia ficción, tenemos el miedo al futuro. Todo género tiene su estilo y sus puntos interesantes, pero también contienen un problema o una temática humana. Aunque las películas de género presenten un relato fuertemente codificado, detrás de él subyacen unas problemáticas cuyo alcance asume mejor el espectador si se le presentan a través de este tipo de narraciones.

  Entonces, ¿apelar a los códigos de representación de estos géneros es un modo de conectar con el espectador de una manera más eficaz, más directa?

Sí, claro. Lo más interesante de las películas de género es que los públicos pueden recibir el mensaje que quieres plantearles de manera más nítida. Yo siempre intento ajustar mis narraciones a las normas de un género específico. De este modo, busco conseguir que las singularidades de la historia que estoy contando lleguen más fácilmente a los espectadores.

  De todas maneras usted, en sus películas, también es muy dado a subvertir esos códigos de representación. Se sirve de ellos como punto de partida pero evita cuidadosamente caer en el cliché. ¿Cómo lo consigue?

Intento partir de una base narrativa que al espectador le resulte bastante familiar pero, al mismo tiempo, mi idea es ofrecer a la audiencia una experiencia nueva. No entro en el género apelando a los tópicos sino que busco el modo de ampliar su alcance. De entrada, me ciño a los códigos de representación tradicionales pero me preocupo por encontrar la manera de subvertirlos para generar algo de confusión en el espectador. Creo que es algo positivo que dota a mis películas de frescura y que hace que el público pueda divertirse con ellas en lugar de tener la sensación de estar ante algo ya visto.

En el caso de «Illang: la brigada del lobo», la narración aparece ambientada en un futuro cercano. En este sentido, ¿su película cabe ser interpretada como una utopía o como una distopía?

Realmente no sabría muy bien dónde colocar la frontera entre lo utópico y lo distópico. Siempre que proyectamos una realidad futura a partir de aquellos elementos del presente que nos resultan más inquietantes, en el proceso, tendemos a encontrar un nuevo mundo. La realidad actual resulta tan confusa que invita a que se produzca esa indefinición. Nuestra película, por su propia naturaleza, es una distopía pero al mismo tiempo esa distopía está basada en la lucha que emprenden una serie de personas para alcanzar un ideal utópico. Así que las fronteras tienden a diluirse y, en cualquier caso, la distopía sería como una epidemia que incita a quienes se ven afectados por ella, a encontrar un remedio, un método de sanación, a combatir por un sueño, en definitiva.

  La unificación de las dos Coreas con la que usted especula en la película, ¿la prevé como algo cercano en el tiempo? ¿Cree que actualmente se dan las circunstancias políticas que puedan contribuir a ello?

La verdad es que no tengo una respuesta para eso. Corea es un país que, de alguna manera, está en conflicto, como tal ofrece un escenario singular al que quería aproximarme de una manera correcta, transmitiendo mi visión acerca de las derivas que plantea dicho conflicto. Creo que es necesario, en la actualidad, reflexionar sobre ese tema y eso es lo que he intentado hacer con ‘Illang: la brigada del lobo’.  

  En esta película, como en sus anteriores trabajos, hay una gran labor de puesta en escena. ¿Cómo prepara la planificación de la historia? ¿La tiene en la cabeza antes de empezar a rodar? ¿Trabaja sobre un story board?

En el caso de esta última película, al estar inspirada en un cómic, partía con una cierta ventaja, pero después se demostró que esa ventaja era una trampa ya que fue difícil cambiar la ubicación del film de Japón a Corea. En ambos países tenemos muchas cosas en común como el rápido progreso económico, social y político, pero también existen elementos diferenciadores. Así que tomé como punto de partida el manga de Oshii Mamoru y me dediqué a darle un enfoque distinto porque más allá de los ambientes que se describen en ella, y que respetamos bastante, a mí me interesaba incidir en un punto de vista que reflejase las tensiones entre el individuo y la masa. Me gusta pensar que ese es el tema central de mi película.