Ramón SOLA

Dos balsas de piedra

En ‘‘La balsa de piedra’’, José Saramago imaginó que una gran brecha abierta a lo largo de los Pirineros desgajaba la Península Ibérica del resto de Europa y la lanzaba a la deriva. La novela fue escrita en 1986 pero más bien reflejaba la realidad de quince años antes, cuando las dictaduras de Salazar y Franco suponían una anomalía fascista demasiado evidente en ese marco europeo. La Portugal de Saramago abriría vías democráticas en 1974 con la «Revolución de los claveles», pero en España un año más tarde Franco murió en la cama habiendo dejado sucesor monárquico.

El «atado y bien atado» tomó forma de Constitución, justo mañana hará 40 años. Europa entendió que todo aquello cerraba la brecha pirenaica, homologaba a Madrid, pero a los dos extremos de la cordillera había dos naciones perfectamente conscientes de que no era así: Euskal Herria y Catalunya han seguido combatiendo esa farsa tanto dentro como fuera de la balsa de piedra hispana. Y así han ido pasando las décadas.

El Alzamiento reflejado en las urnas andaluzas el domingo ha sorprendido a una opinión pública europea ya algo escamada por lo que vio el 1 de Octubre de 2017 en los colegios electorales catalanes. Tres detalles: ‘‘The Guardian’’ alerta de que «la extrema derecha gana escaños en una región española por primera vez desde Franco», ‘‘La Reppublica’’ se acuerda de que después del dictador hubo un tal Blas Piñar y ‘‘The New York Times’’ destaca la felicitación de Marine Le Pen a Vox. El negacionismo de la dictadura, la agresividad contra la inmigración y el rechazo a la igualdad de género suponen tres cuestiones inquietantes para esa opinión pública internacional, que teme con razón nuevos espasmos tras Trump, el Brexit, Salvini o Bolsonaro.

El recelo no llegará a grado de alarma si la brecha no vuelve a abrirse en los Pirineos, como en los aquellos 60 y primeros 70, sino que se queda en la lejana Despeñaperros. Pero si el resultado se reprodujera a nivel estatal, Madrid puede volver a ser percibida de manera diferente desde Bruselas, Londres o Berlín. Todo esto ocurre en un momento en que líderes legítimos catalanes van a ser juzgados –y probablemente condenados– por rebelión por haber puesto unas urnas. En que a la demanda vasca mayoritaria de un nuevo estatus le sucederá a lo mejor un portazo y a lo peor una recentralización a lo 155. Y en que están en agenda cuestiones con potente repercusión mediática internacional como la exhumación de los restos de Franco: ¿Mantendrá su intención inicial Pedro Sánchez? ¿Cómo reaccionará esta derecha crecida, revelada ya como puro facherío?

Vascos y catalanes tendrán que estar muy atentos a este nuevo escenario para saber jugar sus bazas. Juntos, sin duda, si quieren alguna opción de saltar por esa ventana de oportunidad. Al fin y al cabo, lo de Saramago solo era una historia y Andalucía podría quedar en anécdota puntual en estos tiempos de pendulazos. Y es que la brecha real, la que nunca se ha terminado de abrir del todo, no está en los Pirineos ni en Despeñaperros; está en la Ribera navarra y las Terres de l’Ebre catalanas, la frontera con España de dos países encajados ahí a la fuerza. Si resisten al vendaval fascista como lo han hecho en estas décadas, quizás Euskal Herria y Catalunya puedan ahí recobrar la simpatía internacional que les robó aquella mentira de la transición.