EDITORIALA
EDITORIALA

Cumplir la palabra y no jugar a los rehenes para frenar un futuro de libertad y derechos

En el tema de los presos políticos vascos casi nadie, excepto los propios prisioneros, cumple su palabra. Se pueden rescatar decenas de declaraciones de dirigentes del PP, desde exministros hasta Borja Sémper, diciendo que la política penitenciaria respondía a la existencia de ETA y que esta cambiaría nada más desapareciese. Este pasado era el año, por tanto, pero no; se trataba de excusas para no cumplir con los derechos humanos y sostener un ventajismo perverso. Tan perverso que se les ha vuelto en contra en el caso de Eduardo Zaplana, preso por corrupción y enfermo grave, ahora atrapado en la burocracia despiadada que PP y PSOE diseñaron para los presos vascos. Ojalá se instale una «doctrina Zaplana» que priorice los derechos humanos, aunque a nadie escapa que las doctrinas Urdangarín o La Manada no rigen en tierras vascas.

El PSOE prometió cosas nada más llegar al Gobierno. No ha cumplido apenas una de ellas. Pedro Sánchez habló de una política penitenciaria adaptada a la realidad y al tiempo actual. Ha sido timorato y arbitrario, ha cedido a todo tipo de presiones y su balance en derechos humanos es pésimo. No solo eso, todo indica que ha presionado a París para ralentizar la dinámica positiva instalada entre la delegación vasca y el Estado francés. Su objetivo parece ser que sus rácanos pasos no parezcan tan patéticos por contraste.

El PNV también ha roto su palabra una y otra vez. Ayer, sin ir más lejos. Durante años la excusa para no acudir a la manifestación de enero era la falta de pluralidad, obviando que una de las razones para que no hubiese más pluralidad era que ellos no asistían. Aunque decían estar de acuerdo con todo lo demandado, no les gustaba conceder a la izquierda abertzale este capítulo del relato. Pues bien, hace ya años que esa pluralidad es bandera de estas movilizaciones. Se cumple, entre otras, la condición de transversalidad que los jeltzales imponen a otras iniciativas. Ahí están Podemos y todos los sindicatos. El respeto a los derechos de los presos no es ya demanda exclusiva de la izquierda abertzale, ni de la izquierda ni de los abertzales. Y, sin embargo, el PNV sigue sin comprometerse a fondo con las principales víctimas de una vulneración de derechos humanos: las personas presas y sus familiares. Su desmarque dificulta que den ese paso otras fuerzas que ya han asumido que la venganza no puede guiar una política justa.

En Baiona, donde el único partido que no apoya esta demanda es el Frente Nacional, van de la mano abertzales con republicanos y socialistas franceses.

Algunos ponían a las víctimas como causa de su no implicación, pero algunas de estas llevan años participando e incluso convocando estas movilizaciones. Es triste que ellas hagan un ejercicio de empatía y responsabilidad mayor que gran parte de la clase política.

Y si de víctimas se trata, tampoco cabe olvidar que esta misma semana, en Euskal Herria y en 2019, se ha disparado fuego real contra la vivienda de una familia por tener expuesta precisamente la bandera que reclama la repatriación de los y las presas vascas. Si el objetivo es que no haya más víctimas, más vale afrontar la realidad.

Las vueltas del «rehenismo»

La palabra «rehenismo» la usan los revolucionarios uruguayos para describir la política con que la dictadura militar mantuvo a once dirigentes de la guerrilla de los Tupamaros cautivos, torturados y aislados, bajo amenaza de ser ajusticiados si sus compañeros cometían atentados. Estaban Pepe Mujica y Raúl Sendic, también Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández Huidobro. Los últimos dieron testimonio en el libro “Memorias del calabozo”, recientemente llevado al cine en “La noche de 12 años”. Sucedió entre 1973 y 1985, años salvajes a ambos lados del Atlántico. Al principio era una estrategia en clave militar, puramente contrainsurgente, pero luego devino en tope para frenar el cambio político. La prueba del fracaso es la victoria electoral del Frente Amplio en 2008, veinte años más tarde y hace ahora una década. Esa victoria postrera ni endulza el sufrimiento pasado ni debe hacernos ciegos a los errores propios.

Sobre el calvario de su cautiverio y el perdón, Mujica reflexionaba recientemente que «la naturaleza nos puso los ojos hacia adelante, y hay cuentas que no las paga nadie ni se deben intentar cobrar. Porque de lo contrario es imposible mirar al mañana». Salvando las diferencias –muchas más entre los tiempos históricos y los estados que entre unos y otros prisioneros, sus actos y sus sueños políticos–, esa perspectiva de futuro y esperanza es la base de la lucha por la justicia y la libertad. Siempre comienza ahora y no termina nunca.