Ramón SOLA
COALICIÓN DE LAS DERECHAS EN NAFARROA

UPN, el difícil maridaje del quesito navarro y el potaje madrileño

Sanz rompió en 2008 la fusión UPN-PP teorizando, con un queso como metáfora, que para retener la mayoría en Nafarroa lo imprescindible era atar al PSN. Esparza ha vuelto ahora a la tesis de 1991, en que lo prioritario era optimizar todos los votos de derecha en un potaje madrileño que se le puede indigestar. Y es que los abertzales ya no son el 25%...

Lo dijo el sábado Javier Esparza, en entrevista a Efe: «¡Pues claro que la mayoría solo sale sumando al PSN! Como toda la vida. Tenemos muy claro que tenemos que llegar a acuerdos con el Partido Socialista y que Navarra es lo que es por los acuerdos entre UPN y el Partido Socialista». La frase era del actual líder de UPN y ha sido pronunciada en 2019, pero bien podía haber salido de boca de su antecesor Miguel Sanz en 2008, cuando explicaba en Iruñea y Madrid su «teoría del quesito».

De pie ante una pizarra, el presidente del partido y el Gobierno exponía que en Nafarroa las fuerzas abertzales siempre tenían una representación cercana al 25%, 30% en el mejor de los casos. Un cuarto del queso o poco más, para entendernos. En consecuencia, para que UPN alcanzara mayoría tenía que sumar el 70% del 70% restante, lo que veía materialmente imposible. Y por tanto, lo que procedía era apoyarse en el PSN, bien centrando a UPN para entrar en su nicho electoral o bien convirtiéndole en socio estable.

Coherente con esta lectura, Sanz rompió en 2008 la fusión UPN-PP, que tenía diecisiete años de recorrido, usando como excusa que el PP intentó imponer a los diputados de UPN el rechazo a los presupuestos del Gobierno Zapatero. No cabe olvidar que un año antes (el famoso «agostazo») el PSOE había mantenido en la Presidencia navarra a Sanz, desautorizando al PSN que negociaba un Gobierno alternativo con Nafarroa Bai e IU. Y tres después, UPN y PSN conformarían un ejecutivo de coalición inédito bajo la batuta de Yolanda Barcina, aunque el experimento solo duraría un año.

Ahora, Javier Esparza se declara amante del quesito, pero pretende maridarlo con el potaje madrileño de las derechas (PP y, de postre, Ciudadanos). Algo que Sanz asumía como imposible. Y que la evolución sociopolítica navarra hace aún menos viable, porque los abertzales ya no son aquel 25-30% sino bastantes más. Pero para eso conviene hacer un pequeño repaso histórico...

Si se mira solo al plano de la derecha, la situación de 2019 es asemejable a la de 30 años atrás. La irrupción de Ciudadanos y Vox junto a UPN y PP reproduce el riesgo de atomización de voto que ya lastraba a este sector entonces. En el Parlamento navarro de la legislatura 1987-91 había cuatro fuerzas de derecha españolista (UPN con 14 escaños, CDS con 4, UDF con 3 y AP con 2), así que al PSN de Gabriel Urralburu le valieron 15 escaños sobre 50 para gobernar.

La necesidad fraguó por tanto una fusión UPN-PP en 1991 cuyo acto de firma ya resultó revelador: nada más apretar la mano de José María Aznar, el fundador y presidente de UPN Jesús Aizpún se marchó sin querer compartir rueda de prensa, dejando claro que recelaba mucho de ese acuerdo (por cierto, 28 años más tarde no ha habido más voz discrepante en ese ámbito que las viñetas de Oroz, auténtico influencer a no desdeñar, en ‘‘Diario de Navarra’’).

En términos aritméticos, no cabe duda de que la entente funcionó. UPN logró el asalto al Gobierno en 1991 con Juan Cruz Alli y lo mantuvo hasta nada menos que 2015 con Sanz primero y Barcina después, salvo el paréntesis breve del tripartito de Javier Otano (PSN) en 1995, derribado a las bravas con la filtración de sus cuentas en Suiza por los poderes fácticos del Régimen. Con el PSN en plena travesía del desierto posterior, la derecha españolista hasta logró mayoría absoluta sin necesitar su muleta –gracias, eso sí, a la ilegalización de la izquierda abertzale– en 2003-07, con 23 escaños de UPN y 4 de CDN.

Ahí tocó techo. Pero el quesito siguió rodando en 2007 y 2011, dando la razón a la tesis de Sanz, aunque para ello el presidente navarro tuviera que humillarse ante el Gobierno español del PSOE hasta extremos como el inefable convenio del TAV de 2010, en que Sanz condenó a Nafarroa a adelantar los pagos de las obras y asumir todos los intereses del crédito.

Desde Ferraz, el PSOE mantuvo a UPN en el Gobierno, sí, pero la cabeza que se cobró fue la del PP. En 2008, por sorpresa pero con lógica, Sanz liquidó la fusión y Mariano Rajoy tuvo que correr a abrir de nuevo sedes en Nafarroa. Con todo, el PP nunca despegó y hoy es el día en que todas las encuestas le dejaban fuera del Parlamento, hasta que UPN lo ha rescatado haciendo hueco en sus listas.

Pero ocurre que mientras el partido oscilaba a diestra y centro, el electorado navarro ha cambiado. En un contexto inédito, sin ETA, las fuerzas abertzales han cogido un trozo mucho mayor del queso (34% del actual Parlamento entre Geroa Bai y EH Bildu, sin contar a Podemos e I-E). Y han asumido además una posición política mucho más central en la sociedad y en el ámbito institucional, incluso en Madrid, donde EH Bildu contribuyó con sus votos a devolver al PSOE a La Moncloa.

Ello hace que el dilema de Esparza ya no consista en ser Aizpún o Sanz, en hacerle el abrazo del oso al PP o al PSOE, sino que necesita ensamblar las dos estrategias sumando a ambos, y además a Ciudadanos, y quién sabe si a Vox. Aritméticamente, no dilapidar votos con los restos de la Ley D’Hont siempre parece razonable. Pero políticamente, la jugada suena a querer cuadrar el círculo, o a espolvorear queso de Erronkari en un potaje madrileño ya muy pesado. De momento (solo palabras, cierto), el PSN le respondió ayer que no se haga ilusiones: «Los socialistas no vamos a darle nuestros votos».