Jaime IGLESIAS
MADRID
Entrevue
HELENA JANECZEK
ESCRITORA, GANADORA DEL PREMIO STREGA

«Gerda Taro era una mujer con una gran capacidad para imaginar»

Nacida en Munich en 1964, toda su carrera como escritora la ha desarrollado en Italia, donde sus novelas han conseguido los más importantes galardones literarios. El pasado año se hizo acreedora del premio Strega con «La chica de la Leica», una obra donde ofrece una mirada caleidoscópica sobre Gerda Taro liberándola de la sombra de Robert Capa y convirtiéndola en símbolo de una época.

Helena Janeczek se aproxima a la figura de Gerda Taro a través de los recuerdos de tres personas con las que compartió amistad, militancia e intimidad desde su primera juventud hasta que puso rumbo al Estado español para poner su cámara al servicio de la causa republicana en la Guerra del 36. Más allá de ofrecer un retrato poliédrico de un personaje fascinante, la autora evoca la memoria de toda una generación de resistentes.

En las últimas páginas del libro usted dice: «La memoria es una forma de imaginación». ¿Hasta qué punto esta frase podría servir como leit motiv para una obra como esta?

Es una forma de verlo. A mí siempre me ha interesado ese juego entre lo real y lo imaginario.  A través de la memoria, muchas veces, tratamos de evocar una realidad que, finalmente, no deja de ser una construcción, un producto de nuestra imaginación. Ocurre lo mismo en lo referente a la relación que tenemos con la fotografía, con aquellas imágenes que forman parte del álbum familiar y que son un reflejo de nuestra propia memoria pero que, a la vez, tienen un valor histórico y ese valor se lo damos nosotros al verlas ya que a través de nuestra imaginación tratamos de comprender cómo era el mundo cuando se tomaron dichas fotos.

 

Ahora que todo el mundo habla de la necesidad de activar la memoria histórica, quizá sería también oportuno reivindicar la capacidad de imaginar como un síntoma, ¿no cree?

En parte sí. La memoria es una función vital que todos tenemos y que nos ayuda a crear un vínculo entre el pasado, el presente y el futuro, a veces en las circunstancias más banales como cuando no sabes dónde has puesto las llaves y tiras de recuerdos para visualizar la última vez las tuviste en la mano antes de encontrarlas y metértelas en el bolsillo. Cuando hablamos de memoria colectiva hablamos de recuerdos que son compartidos por todo un pueblo, pero lo relevante no es tener esos recuerdos, sino que nos sirvan para definir nuestro presente y nuestro futuro y eso solo se consigue usando la imaginación pues es ella la que te lleva a darle una función a esos recuerdos.

 

De hecho, en el retrato que usted ofrece de Gerda Taro en su novela, nos encontramos con una mujer cuyo activismo nace de la necesidad de imaginar otro modelo de sociedad.

Sí, ella creía firmemente en ese lema que estuvo tan en boga hace unos años de que “otro mundo es posible” pero su idealismo tenía un reflejo en su trabajo, era una mujer de acción. Su trabajo como fotoperiodista estaba orientado por el deseo de dejar constancia documental de lo que estaba aconteciendo en España durante aquellos años. No se trataba solo de lograr un testimonio gráfico de la guerra civil, sino que con su trabajo tenía una clara voluntad de denuncia, buscaba remover conciencias y alentar a las democracias occidentales, a Francia, a Inglaterra, para que se comprometieran con la causa republicana y abandonasen su neutralidad. Gerda Taro era una mujer con una gran capacidad para imaginar, pero, al mismo tiempo, estaba muy apegada al mundo real y esa dualidad es una de las razones por las que he intentado hacer una novela que tuviera un pie en la ficción y otro en el relato histórico.

 

Sí, pero según esboza usted el personaje, parece como si esa capacidad para imaginar fuera justamente lo que hacía de Gerda Taro un espíritu libre, hasta el punto de generar desconcierto entre quienes la conocieron.

Gerda fue una mujer con un espíritu de independencia muy fuerte; era capaz de sustraerse de aquello que los demás esperaban de ella y, al mismo tiempo, no podía dejar de transmitir una gran cantidad de energía a quienes la rodeaban. Así es, al menos, como he querido contarla yo, como una mujer en cuyo interior se libraba una lucha entre todas esas esperanzas y pasiones que le son propias a la juventud y las difíciles circunstancias del momento que la tocó vivir. En todo caso se trata de una representación subjetiva de Gerda Taro donde he tratado de conservar un margen de libertad para que el lector pueda construirse su propia imagen del personaje.

 

Esa dificultad para asumir los infinitos pliegues que ofrece una figura como la de Gerda Taro, ¿fue la que la llevó a aproximarse a ella a través de los recuerdos de tres personajes en tres épocas distintas?

Sí porque cuando te aproximas a un personaje que, sobre el papel, es un dechado de virtudes, lo fácil es caer en la hagiografía. Se trata de una mujer brillante, joven, guapa, emparejada con una de las figuras más importantes del siglo XX, que murió cuando aún no había cumplido los 30 en pleno frente de batalla. Es difícil no sentir veneración por alguien así y, sin embargo, contar la vida de los santos rara vez ha generado buena literatura. Por eso decidí hacer emerger los claroscuros del personaje, convertir a Gerda Taro en alguien vivo, complejo, contradictorio. Fue por eso que quise ofrecer una visión fragmentada de ella a partir del testimonio de tres personas que la conocieron desde los años anteriores a la guerra de España. Se trata de tres amigos de juventud, dos de los cuáles fueron, además, amantes de Gerda. Al evocarla, ninguno de ellos puede evitar proyectar una imagen idealizada de ella pero que, al mismo tiempo, recuerdan los momentos de fricción que tuvieron, lo que da otra dimensión al personaje.

 

En esa idealización, ¿no hay una mirada nostálgica?

En cierto modo sí, está la nostalgia por la juventud perdida, algo que emerge de manera inconsciente cuando uno mira hacia atrás y se ve embestido por el tren de los recuerdos, aunque esos recuerdos te conduzcan a una realidad dolorosa.

 

¿Cómo fue el proceso de documentación que precedió a la escritura de la novela?

Fue una labor complicada. De entrada, conseguí mucha documentación sobre Robert Capa, sobre su trabajo en España. También leí bastantes cosas sobre la Guerra Civil y sobre otros períodos históricos que están reflejados en el libro. Accedí a las actas de la Komintern para recabar información sobre las Brigadas Internacionales, pude hablar con algunos de quienes hicieron un trabajo de historia oral con los propios brigadistas. También accedí a archivos personales de las familias de los otros personajes del libro, Georg Kuritzkes y Ruth Cerf, y conté con la ayuda de la biógrafa de Gerda Taro, Irme Schabe, que puso a mi disposición todas las entrevistas que se conservaban de los distintos personajes a los que hacía hablar en la novela. Estuve en Nueva York para buscar datos sobre la inmigración a EEUU… En suma, fue un trabajo de años que me mantuvo dando la vuelta al mundo (risas).

 

¿No temió verse sobrepasada por tanta información?

Mientras investigaba no me planteé ponerme ningún límite porque, además, es un trabajo que me absorbe y me apasiona a partes iguales. Pero sí, llegó un momento en el que pensé ‘bueno, al fin y al cabo, lo que voy a escribir es una obra de ficción con lo cual no hace falta tanta precisión’. Lo que ocurre es que la realidad resulta, en ocasiones, mucho más elocuente que cualquier invención. Por ejemplo, no pude sustraerme a incluir el testimonio de Aldo Morandi, comandante italiano de las brigadas internacionales, un comunista de pro, siciliano pero instruido en Moscú, un hombre recto, pero bastante chapado a la antigua, cuyo recuerdo de Gerda Taro contrasta con esa fascinación que provocó entre quienes la conocieron. Según Morandi, cuando vio aparecer a Gerda en el frente con ese mono azul de miliciana y con la peste que arrastraba, creyó estar delante de un pastor ovejero.

 

Volviendo al tema de la memoria, da la sensación de que, en su aproximación al personaje, lo que prima es el deseo de retratar una época convulsa, no sé si queriendo establecer una analogía entre aquellos años y la realidad actual.

Justo esa fue una de las razones que me animó a embarcarme en esta novela, aun cuando escribirla haya supuesto un esfuerzo mayúsculo habida cuenta de todo el trabajo previo de documentación que tuve que hacer. Cuando empecé a trabajar sobre esta historia aún no había estallado la crisis, sin embargo, poco a poco, comencé a constatar, con evidente inquietud, los paralelismos que hay entre el momento actual y lo que aconteció en la Europa de entreguerras.

En 2009 fui varias veces a Alemania a visitar a mi madre y en esos días pude familiarizarme con ese discurso insolidario que se instalaba en buena parte de la sociedad alemana sobre la inconveniencia de condonar la deuda a los países del sur de Europa. Aquello me retrotrajo a los días en los que los franceses rehusaron aliviar a Alemania del pago de las reparaciones tras la I Guerra Mundial, lo que contribuyó a la asfixia económica del país y al surgimiento de un discurso político ultranacionalista que fue el germen del nazismo.

Cuando las condiciones económicas ahogan al ciudadano y este pierde la seguridad en el futuro sin vislumbrar opciones de mejora, se entrega a las soluciones que le ofrecen líderes de perfil autoritario.

 

¿Diría que estamos viviendo un momento similar a aquel?

Sí y no. Por una parte, es evidente que las circunstancias sociales son parecidas y que hay una radicalización en los postulados ideológicos de la ciudadanía, pero, al mismo tiempo, creo que en aquellos años había unas relaciones de solidaridad más fuertes entre los individuos y eso les garantizaba un apoyo humano al margen del que pudieran brindarle los grandes partidos políticos, los sindicatos o cualquier otro tipo de organización. Hoy ese apoyo solo lo tenemos en nuestro entorno más inmediato, en la familia. Pero, en líneas generales, tenemos una conciencia más individualista y eso nos hace estar más solos, más expuestos a los peligros del totalitarismo. Volviendo al tema de la imaginación que comentábamos antes, hoy en día nos falta ese plus, la capacidad para afrontar juntos determinados desafíos y cambiar las cosas colectivamente.