Beñat ZALDUA

Esto no lo arreglan jueces; tampoco abogados

Si convenimos que judicializar el conflicto catalán ha sido uno de los grandes errores españoles, pues impide cualquier solución política, tendremos que concluir que semejante solución tampoco vendrá de la mano de abogados. Es una perogrullada, ya perdonarán, pero las imágenes de la toma de posesión de Colau me persiguen. Voy a intentar explicarme.

Esto debía ser un comentario sobre el lodazal en el que la Junta Electoral Central y el Supremo se han metido a cuenta de las actas de eurodiputados. Yo no sé nada de Derecho, pero entiendo que si hasta “El País” prevé complicaciones, el revés para el Estado español puede ser cosa seria. No se entendería lo contrario: la misma Justicia que les ha permitido presentarse –reconociendo que mantienen intactos sus derechos políticos formales– no les puede ahora negar recoger el acta para el que han sido elegidos por más de dos millones de ciudadanos. Si así lo confirman los tribunales europeos, la bofetada se va a escuchar hasta en Nueva Zelanda, y habrá que agradecer la labor a los abogados.

Pero ni la mejor de las victorias legales a corto plazo –hablo de Puigdemont, Junqueras y Comín paseando por las Ramblas gracias a la inmunidad europarlamentaria– lograría cerrar el foso abierto el pasado sábado en plena plaza Sant Jaume. A un lado, independentistas insultando a los comuns; al otro, Comuns gritando «3%» –referencia a la corrupción de CiU– cuando tomaba la palabra Quim Forn, preso político. Mientras, Iceta y las élites de la ciudad acariciaban sus gatitos.

No se trata de ponernos equidistantes ahora que Colau ha roto su ambigüedad para elegirse a ella por encima del bien y el mal. Es cierto que el independentismo debería reflexionar sobre su oposición a Colau estos cuatro años, pero tiene todo el derecho a enfadarse con unos Comuns que han venido a decir que la misma mierda es pactar con el PSC que con ERC. No lo es. Por mucho que no guste Maragall –a mí tampoco me gusta–, no es lo mismo pactar con encarcelados que con carceleros.

El enfado, por tanto, está más que justificado. No así el rencor, un lujo que el independentismo no se puede permitir, al menos no dentro de Catalunya, donde no se ha alcanzado el 50% de los votos. De poco servirán las victorias en Madrid, Luxemburgo, Bruselas o Estrasburgo si no se recuerda que una de las principales tareas pendientes está en casa.