EDITORIALA

Fútbol, talento y políticas públicas decididas

Las jugadoras de EEUU ganaron el domingo su cuarto mundial de fútbol. Teniendo en cuenta que son ocho los campeonatos del mundo que se han disputado en la historia del fútbol femenino, su dominio parece indiscutible. El éxito deportivo siempre es, en primer lugar, mérito de las deportistas, de su esfuerzo y de su talento; liderazgos como el de la capitana Megan Rapinoe se construyen poco a poco, pero tienen características innatas que difícilmente se adquieren con el paso del tiempo.

Ahora bien, el desarrollo de un talento más o menos natural depende en gran medida del contexto en el que emerge. Esto es especialmente evidente en disciplinas como el fútbol femenino, en las que el género supone un hándicap desde el mismo punto de partida. Los datos de EEUU son elocuentes. En 1972 estaban registradas en edad escolar en todo el país norteamericano 700 jugadoras de fútbol. Aquel año, bajo el impulso de la congresista Patsy Mink, salió adelante una iniciativa legal que prohibía cualquier discriminación por motivo de sexo en el ámbito de la educación; uno de los artículos se refería expresamente a la financiación de programas de deporte escolar. La reforma, que obedecía al impulso del potente movimiento feminista de los años 60 y 70, tuvo importantes oponentes, en el Congreso, en los tribunales y, más adelante, en la propia Casa Blanca, con Ronald Reagan. Pero la medida salió adelante y, por ley, el deporte escolar femenino tiene que disponer de los mismos recursos que el masculino. Los resultados hablan por sí solos: de aquellas 700 jugadoras de 1972, se pasó a 121.722 en 1991, año en que se celebró la primera Copa del Mundo femenina, que ganó EEUU. Hoy en día son 390.482.

El Mundial ha sido espectacular. Ha demostrado un avance significativo en muchos terrenos, desde el deportivo hasta el económico. Sin menospreciar su valor simbólico, ha demostrado que para la igualdad es crucial el impulso de políticas públicas con perspectiva feminista.