Pablo L. OROSA
‏Johannesburg
NUEVO ESCENARIO DE LA DESCOLONIZACIÓN

EL RETORNO DEL ARTE EXPOLIADO EN ÁFRICA

Las peticiones para que las piezas de arte expoliadas durante la dominación colonial en África sean devueltas se multiplican por todo el continente tras la publicación del Informe Savoy-Sarr. Occidente, que conserva alrededor del 90% de los bienes culturales subsaharianos, se resiste a ceder en una batalla que es simbólica pero también económica.

El 11 de diciembre de 1973, al borde de la carretera de Laikom, al oeste de Camerún, un grupo de mujeres hacía ondear hojas de palma. Al ver pasar el convoy diplomático, los críos que iban camino de la escuela gritaban «Mbang, Mbang, Mbang está de vuelta, Mbang está con nosotros». Mbang, el nombre con el que la comunidad Kom conocía a la escultura de madera rebautizada como Afo-A-Kom, había sido robada en el verano de 1966. Poco tiempo después estaba a la venta en una galería de Nueva York por 60.000 dólares.

La intervención del Museum of African Art de Washington y una negociación diplomática permitieron lo que todavía hoy es un hecho histórico: la restitución a sus legítimos dueños del patrimonio artístico expoliado durante la dominación colonial del continente africano. Según los trabajos liderados por la escritora y exministra de Cultura de Malí Aminata Traoré cerca del 90% de los bienes culturales de África subsahariana permanecen fuera del continente. El Museo Británico alberga 69.000 piezas; el Weltmuseum de Viena, 37.000; el Musée Royal de l’Afrique Centrale en Bélgica, 180.000; el Future Humboldt Forum, en Berlín, 75.000, y el Museo Quai Branly, en París, 70.000, dos tercios de todo lo arrancado por Francia en sus conquistas.

«Cuando hablamos de que estas piezas permanecen en colecciones occidentales tenemos que incidir en lo que supuso para los pueblos de donde procedían. Porque cada una de estas expresiones artísticas cuenta la historia de un lugar, cuenta quiénes eran, quiénes éramos. Arrancarlas de su contexto fue una forma de mutilar las imaginaciones: la ausencia de estos objetos ha paralizado la forma en la que pensamos y creamos de forma colectiva. Básicamente ha detenido el progreso cultural en nuestro tiempo y nuestro lugar. Que estas piezas permanezcan fuera de África encaja en la idea aún imperante de supremacía blanca», explica la curadora de arte e intelectual tanzana Kathleen Bomani.

Desde el inicio del periodo colonizador las potencias europeas tomaron las producciones artísticas africanas como parte de su botín: el general Dodds se llevó a Francia alrededor de 5.000 piezas tras la conquista del reino Dahomey en 1892 y los británicos hicieron lo propio en la actual región nigeriana de Benín saqueada en 1897. Los primeros fueron traslados directamente al Museo de Etnografía del Trocadero y los segundos, entre ellos los bautizados como bronces de Benín, al Museo Británico.

Nigeria, que está construyendo un museo para albergarlos, consiguió el pasado diciembre un pacto con el Gobierno británico para que algunos de los objetos puedan ser exhibidos de forma temporal en su territorio. Los restos expoliados por los franceses en el reino Dahomey fueron expuestos ya en 2006 en Cotonú, la ciudad más poblada del país como el mismo nombre que la región nigeriana, y congregaron a más de 275.000 visitantes.

«El hecho de que para la mayoría de africanos sea imposible acceder a su patrimonio cultural porque permanece en Occidente, a donde ni siquiera les conceden un visado para ir, es una clara expresión del colonialismo todavía existente. Aún más, diría que es una forma de racismo», subraya Bomani. Para ver los tabots sagrados de la iglesia ortodoxa de Etiopía, las joyas y manuscritos del emperador Tewodros II o honrar los restos de Songea Mbano, histórico líder de la rebelión Maji Maji contra la dominación alemana, hace falta viajar a Europa.

En los museos occidentales, continúa la reputada experta tanzana, las obras de arte africanas se descontextualizan por partida doble: pierden los significados de proximidad, «su interacción con su entorno», hasta volverse un relato distorsionado para el espectador occidental que observa como un «todo» una selección de herramientas empleadas por pescadores senegaleses, imágenes religiosas etíopes o máscaras Makonde de Mozambique. «Al arrancarlas de su contexto, desparece el ecosistema que las dota de sentido», concluye Bomani.

«Diferentes contextos proporcionan diferentes formas de entender una obra de arte. No obstante, creo que podría ser problemático sugerir que existe un contexto ‘real’ para cualquier obra de arte», matiza Rory Bester, profesor de la Escuela de Arte de la Universidad de Witwatersrand, en Johannesburgo.

Subyace ahí el debate sobre el «creolización» cultural: el hecho de que estas piezas son ya patrimonio universal, un punto de encuentro entre culturas que ha incorporado a su significado original nuevos regímenes adquiridos al ser colonizada. Sobre lo que no cabe discusión entre los expertos es en el hecho de que su titularidad debería volver inmediatamente a los estados a los que les fueron arrebatas: «Devolver las piezas a las naciones africanas y que sean ellas las que alcancen acuerdos para su exhibición en Europa», sentencia Bester. Eso sí supondría un cambio en las estructuras que rigen el mundo.

Vericuetos legales

Pocos meses después de llegar a la presidencia en el Estado francés, Emmanuel Macron sorprendió al mundo con un discurso en Burkina Faso en el que tildaba de inaceptable que el patrimonio africano permaneciese lejos de sus ciudadanos y se comprometía a buscar fórmulas para restituirlo. Un alegato que pocos tomaron en serio: Francia ha liderado históricamente el negacionismo colonial sobre el expolio. Solo un año antes de las palabras de Macron el Gobierno francés había denegado la petición formal de Benín para la devolución de más de 5.000 piezas robadas en 1892.

Aunque existen desde hace medio siglo distintas convenciones internacionales que obligan a restituir los bienes culturales robados e ilegalmente exportados, estas solamente se aplican a las piezas saqueadas a partir de 1970, lo que deja los excesos coloniales fuera de jurisdicción. Asimismo, casi todos los países occidentales cuentan con leyes que declaran inalienables las obras de arte que se conservan en sus museos y colecciones privadas.

Hasta la fecha, Occidente siempre se ha escudado en dos aspectos: en el hecho de que muchas de estas reliquias fueron «adquiridas» por misioneros y colonos durante su estancias en África; y en que el continente no cuenta con medios e instalaciones suficientes para garantizar su conservación. Lo primero, las compras fraudulentas o forzadas, ya fue desmontando por Michel Leiris en 1934 con la publicación de Phantom Africa; sobre lo segundo basta contemplar el majestuoso Museo de las Civilizaciones Negras inaugurado en Dakar a finales de 2018.

«Me sorprende que todavía se discuta si las piezas fueron saqueadas o no, así como que se intente hacer ver que algunas fueron adquiridas de forma ética. Por otro lado, resulta muy racista y condescendiente que debatan sobre si nuestras instituciones están preparadas para hacerse cargo de nuestro patrimonio. ¡Si existe una razón por la que no lo están es porque nos las arrebataron! De lo que deberíamos hablar –continúa Bomani– es de cómo los gobiernos europeos se han lucrado con nuestra cultura y cómo deben compensarlo: necesitamos estudios en Arte, residencias en Europa, formación para curadores, museos, becas…». «No basta con restituir los objetos, hacen faltan investigaciones académicas, exposiciones que los lleven por todo el continente y formación, tanto para su conservación como para crear una cultura museística que permite apreciar su valor», añade Bester.

Hasta ahora a la pregunta formulada por los expertos de «¿qué pasos están dispuestos a dar las instituciones europeas?», le han seguido respuestas dispares: Francia asustó a sus socios dando un paso más en la promesa de Macron con la publicación del Informe Savoy-Sarr, que aunque carece de fuerza legal, avala que las piezas trasladadas a Francia sin el consentimiento de sus países de origen sean devueltas de forma permanente. Mientras, Bélgica debate acaloradamente sobre si su recién reinaugurado Africa Museum, ubicado a pocos metros del «zoo humano» en el que el rey Leopoldo exhibía a los esclavos congoleños a finales del siglo XIX, sigue siendo un icono lastimoso de su pasado colonial y adía la petición del Gobierno de la República Democrática del Congo para que restituya las piezas que conforman el corpus del museo.

En esta misma línea, el museo V&A, en Londres, se niega a ceder los manuscritos y artefactos tomados por los británicos tras la invasión a Magdala, antigua capital de Abisinia (Etiopía). Lo que ofrece es un préstamo a largo plazo de algunas de las piezas, una solución repetida desde los grandes museos europeos temerosos de perder su fuente de ingresos. «Es ridículo. ¿Van a prestarnos lo que es nuestro?», replica Bomani. «Los préstamos –concuerda Bester– deberían funcionar en el otro sentido», de África hacia el resto del mundo.

El flujo de la descolonización debe afrontar también el escenario interno, ese que dibujaron las fronteras coloniales dentro del propio continente, y que lleva a Tanzania a reclamar los restos de la casa de David Livingstone que permanecen en el Museo de África en Johannesburgo o a preguntarse si los tallados sukuma deben ser devueltas al pueblo sukuma o al Gobierno de un Estado imaginado por los colonizadores.