Idoia ERASO-Maite UBIRIA
BIARRITZ

Sábado de agosto con pinta de lunes de noviembre

Una jornada de temporada alta pero alterada de cabo a rabo por una controvertida cita internacional. Los biarrotas, divididos entre los inconvenientes y beneficios de acoger al G7.

Un joven vendedor de la pescadería l’Ecallerie, sita en el coqueto Mercado de Biarritz, resumía ayer con la frase que da título a este artículo su sensación ante la escasa afluencia de clientes.

El mercado de Biarritz es un hervidero por estas fechas. En el exterior se instalan habitualmente una treintena de puestos de alimentación, pero en el sábado en que arrancaba la cumbre del G7 no había ni media docena. Tras una mesa repleta de productos, Jean-Louis Laduche, exalcalde de Azkaine, explicaba que había optado por venir a Biarritz «como hago durante todo el año», para vender los productos de su caserío Herasoa.

«Para los que no vivimos aquí ha sido complicado obtener la tarjeta de acreditación –confesaba, en euskara–, pero una vez conseguido el pase, todo ha sido más fácil». Entre Azkaine y Biarritz no encontró demasiados problemas, pero a la entrada a Biarritz debió pasar los controles policiales que se han convertido en un trámite obligado para los vecinos de la localidad.

En uno de esos check-point, sito en la avenida Maréchal Foch, los policías parecían agentes de aeropuerto, solicitando a los transeúntes que sacaran de los bolsos los recipientes con líquidos. A las mujeres les repetían con cierta insistencia «perfume, perfume,» como si al sexo masculino le estuviera vetado acicalarse, dónde y en Biarritz.

En el mercado, los aromas eran distintos. Frutas, queso, pescado... en puestos cuidados que llaman a llenar el cesto. Salvo que los clientes brillaban por su ausencia. En los bares vecinos encontrar mesa para echar un café suele ser misión imposible en estas fechas. Sin embargo, en este sábado extraño las terrazas estaban casi desiertas, al igual que algunas calles en que era difícil cruzarse con alguien.

Una playa sin gente

En la playa del Puerto Viejo el ambiente tampoco correspondía a la soleada mañana.

Una pareja bilbaina nos confesaba que «el cambio que ha sufrido la ciudad en los últimos días nos ha causado bastante impresión; esto está muy cerrado y la gente se ha ido», explicaban. Confesaban «sentir pena» por ver así Biarritz, lo que no les hizo desistir de aprovechar la oportunidad, seguramente irrepetible, de colocar los trastos en la arena sin tener que codearse con gente, ni pedir a su hijo, en la silleta, que no molestara a los vecinos de toalla.

La tranquilidad reinaba igualmente en la calle que baja al Puerto Viejo y que hasta le toma prestado el nombre. Terrazas vacías y cubiertos en las mesas, a la espera de comensales.

Al otro lado de la acera, una sucesión de pequeños hoteles que han resistido, mal que bien, a las grandes cadenas. Todos con el cartel de «completo». Un poco raro, porque no se veían turistas, ni en el hall ni en los alrededores.

Una empleada nos aclaró el enigma: en esa calle Quai d’Orsay requisó los hoteles para albergar a delegaciones extranjeras. Más en concreto, en su establecimiento –Hotel Marbella– está la delegación nipona. En el contiguo Familia Palym se alberga la delegación francesa. Los delegados estaban ya de cumbre, y la patrona charló animadamente con estas periodistas para congratularse de haber salvado el agujero del G7 con esas reservas.

Y es que hasta media semana Biarritz hervía de visitantes, pero desde mediados de semana, tras el cierre del aeropuerto y de la estación de tren, se colapsó la opción de entrada de turistas. Además, esos establecimientos han quedado atrapados en una zona restringida a toda persona que no sea residente, comerciante o periodista.

«Hemos constatado menos demanda y ha habido cancelaciones por el G7», resumía Marie-José, patrona del Marbella.

Fisgoneando a Macron

Desde puntos altos del barrio se puede observar, aunque muy parcialmente, esa zona roja cerrada a cal y canto, con calles, plazas y terrazas desiertas.

Nos confirmaron esa impresión dos señoras de edad que viven en ese lugar privilegiado. Su casa mira al Hôtel du Palais. Ahí es nada. Pero están casi solas, porque sus vecinos han huído. Y nos confiesan que, pese a que los residentes en la selecta zona han recibido la orden de cerrar contraventanas para no perturbar a los líderes, ellas no se han podido resistir a echar una ojeada con mucho disimulo y prismáticos. Creen haber visto a Macron –la vista a veces engaña– en la entrada al lujoso hotel.

Despedimos a las simpáticas damas y nos replegamos, completado el circuito azul, hacia la Gare du Midi. Hemos ganado el café de la mañana, que tomamos tête a tête en una terraza cercana, al lado de una popular pizzería, cuya propietaria está de brazos cruzados y nos confiesa que no tiene pedidos.

Ante el panorama, ha dicho a los empleados que contrata en verano que no vengan. Otra afección de la cumbre que iba dejar tantos réditos a la ciudad: algunos contratos de trabajadores de temporada no han alcanzado hasta el final de agosto.

Oficina turística en el desierto

Salta a la vista que el Ayuntamiento ha puesto todo de su parte para tratar de que, pese a las vallas, los controles, los paneles y la ingente cantidad de agentes uniformados… en Biarritz la vida no se detenga.

Aunque algunas decisiones parecen un tanto forzadas. En la Gare du Midi, templo de la danza, han plantado un centro de información turística. Eric, de Biarritz Tourisme reconoce que «es del todo incongruente» que se ofrezca tal servicio dentro de una zona a la que no pueden acceder los visitantes; sólo las personas registradas y con pase.

El paseo concluye, a pocos metros, en la misma parada en que nos depositó horas antes uno de esos flamantes Tram’Bus que ha encargado la Mancomunidad Vasca al grupo Irizar y que nos devuelve al centro internacional de prensa, campamento base de los 1.500 periodistas que seguirán la cumbre.

Es la sala Iraty, donde no tienen eco las voces de los habitantes de la bunkerizada Biarritz, porque los periodistas de todo el mundo están allí para cubrir a todo confort otra cumbre más.