Maitena Monroy
Profesora de autodefensa feminista
GAURKOA

Por qué defendemos la autodefensa feminista

Llevamos muchos años conceptualizando la autodefensa feminista. En nuestros inicios en los años 80, en las asambleas de mujeres de Euskal Herria, lo llamábamos autodefensa de mujeres. Entonces, decidimos que era hora de realizar un nuevo abordaje de la violencia sexista, conscientes de la necesidad de enfrentar la violencia con otro enfoque y, sobre todo, encontrar otras herramientas. Fruto de esas reflexiones se empezó a trabajar en la autodefensa de mujeres.

Ha sido necesario todo un proceso de aprendizaje, entre todas las mujeres que practicamos la autodefensa feminista (ADF), para dotar de contenidos políticos y prácticas diversas lo que es hoy en día es la ADF. Es decir, el cambio de autodefensa de mujeres a ADF, no solo es un cambio de nombre, es un cambio en el análisis, metodología y en la intervención fruto de décadas de trabajo e investigación.

La autodefensa feminista es una herramienta política de empoderamiento feminista, no solo para aprender técnicas físicas o sicológicas, esto es lo que se denomina defensa personal que se practica en diferentes ámbitos y con diversos objetivos. Nunca hemos dicho que la defensa personal no sirva, quien la quiere practicar tiene numerosos espacios en los que practicarla, pero en el caso de la ADF necesita verse reforzada por el planteamiento político para descifrar el mundo en el que vivimos, identificar el género femenino no como un elemento más, sino como un constructo político que nos desempodera. Traducir lo que significa ser mujer en un sistema patriarcal que no solo se expresa estéticamente sino que supone una posición social de subordinación. Entender el vínculo afectivo obligatorio, el terror sexual, la indefensión aprendida, los malestares de género que nos enferman, el síndrome de la impostora, la incapacidad para poner límites o ser tildada de exagerada/loca cuando los pones, y así un largo etcétera.

Enfrentar la violencia machista en su formato físico es solo una de los quehaceres que tenemos por delante. El patriarcado extiende sus tentáculos y nos desempodera de múltiples formas, por eso la ADF busca no solo actuar sino previamente indagar sobre cuáles son esos efectos de desempoderamiento en cada una de nosotras y colectivamente. ¿Cómo, si no, trabajar el empoderamiento si no sabemos cómo estamos desempoderadas? Revisar la socialización y desenmascarar el género nos permite ver nuestro grado de libertad, trabajar la necesaria disidencia de género para romper con los estereotipos y los mandatos. Y otra cosa muy importante, nos permite no juzgar a aquellas que siguen la norma pudiendo establecer una verdadera sororidad que nos permita acompañarnos desde cada punto de normatividad de género que nos atraviese y, sobre todo, nos permite entendernos y entender las relaciones de género como un sistema de dominación/subordinación. Explicar el género femenino es explicar el masculino con una relación de oposición.

Este verano, en Costa Rica, tuve la oportunidad de participar en una sesión explicativa de un modelo de defensa personal y empoderamiento para mujeres, así lo llamaban. La diseñadora del modelo señalaba que si todas las mujeres supiesen defenderse físicamente se acabaría la violencia de género. Esto no solo no es verdad, sino que además es sumamente peligroso como mensaje porque sitúa el problema de la violencia meramente en su expresión física y como un problema de las mujeres por no saber defenderse. En ese mismo encuentro una compañera argentina de «Ni una menos» me señalaba la importancia de recuperar el «derecho a la violencia». Yo considero que lo que tenemos que recuperar, como derecho, es el derecho a la legítima defensa, algo negado a las mujeres.

Hace unas semanas, leía un artículo de María San Silvestre, exdirectora de Emakunde, en el que señalaba que era necesario que las mujeres dejáramos de tener miedo y que fueran los agresores los que tuvieran miedo. Susan Faludi ya nos enseñó que la reacción patriarcal se empezó a incubar no porque hubiéramos alcanzado la igualdad, sino por el miedo del patriarcado a que esta se produjera. Hace años cuando daba cursos a adolescentes y les preguntaba a los chicos por qué no violarían a una mujer, un porcentaje alto de ellos que oscilaba entre el 30 al 50%, contestaba que por miedo a las repercusiones legales. Las nuevas formas de ejercer la violencia, drogando a las mujeres son uno de los nuevos ejemplos del miedo de los agresores.

Siempre hemos señalado la importancia de la ADF, no como la herramienta, sino como uno de los recursos que tenemos que implementar para actuar frente a la violencia y sobre todo para erradicar el patriarcado de nuestros cuerpos y cabezas.

No basta con ser feminista para que los talleres sean talleres de ADF, sería como pensar, en mi caso, que porque soy feminista, en Osakidetza practico una fisioterapia feminista. Ya nos gustaría a las mujeres feministas poder tener ese impacto en todos nuestros espacios. Indudablemente todo lo que haga va a estar impregnado de feminismo pero eso no quiere decir que Osakidetza me permita integrar mi trabajo desde una perspectiva feminista porque para poder hacerlo se requiere de análisis, metodología e intervención con esa perspectiva.

En los talleres de formación, la ADF es una herramienta política no solo porque las formadoras seamos feministas sino porque los contenidos de los talleres parten de la teoría feminista, es decir, tenemos formación feminista para realizar esa intervención que busque no solo actuar sino transformar el mundo; no solo aprender a defendernos sino a vivir buscando nuevos modelos relacionales y nuevas maneras de estar en el mundo. Los talleres deben promover el proceso de empoderamiento como individual y, necesariamente, colectivo, no vaya a ser que nos empoderemos neoliberalmente, por eso ahora hablamos de empoderamiento feminista, no como matiz sino como concepto político.

Las jornadas feministas convocadas para el próximo mes de noviembre nos ofrecen una nueva oportunidad para debatir sobre lo que entendemos por autodefensa feminista, porque estamos armadas, pero de feminismo.