Ainara LERTXUNDI
PRESENTACIÓN DEL INFORME «EL CAMINO HACIA LA RECUPERACIÓN»

LA SALUD MENTAL DE LOS NIñOS EN ZONAS DE GUERRA, PENDIENTE

Las situaciones de conflicto afectan de manera muy negativa a la salud mental de los menores. Las consecuencias pueden perdurar y causar graves problemas sicológicos. Save the Children ha llamado la atención sobre esta realidad que sufren 142 millones de niños y niñas, de los que 24 millones pueden necesitar apoyo.

Todo quedó destruido. Cada vez que veía un avión, creía que nos iba a bombardear. Sentía mucho miedo… mi corazón tenía miedo», recuerda Sammy, iraquí de 12 años. «Cuando el ISIS tomó el control de nuestro pueblo, los combates se intensificaron. Todo el tiempo me sentía cansada y estrellada. Debido a la guerra, me siento mucho mayor de lo que soy, aunque tengo apenas 16 años», afirma, Safaa, de Siria.

Ambos testimonios figuran en el informe «El camino hacia la recuperación: respondiendo a la salud mental infantil en contextos de conflicto» que ayer presentó Save the Children en Bilbo.

Denunció que desde 2010 la cantidad de menores que viven en zonas conflicto de alta intensidad ha aumentado un 37%, situándose actualmente en 142 millones de niños y niñas. De ellos, 24 millones «podrían estar experimentando altos niveles de estrés y tener trastornos de salud mental de leves a moderados», mientras que otros 7 millones se encuentran en riesgo de desarrollar trastornos de salud mental graves.

«La experiencia de vivir en áreas bombardeadas, ocupadas y asediadas aniquila su sensación de seguridad así como el control de lo que ocurre en su entorno. La pérdida o la separación de alguno de sus padres o de la persona que los cuida puede conllevar profunda aflicción y ansiedad. Estas situaciones pueden tener un efecto profundamente negativo en su autoestima, causarles altos niveles de angustia y menoscabar su desarrollo social y emocional», remarcó Save the Children. El «estrés tóxico» al que están expuestos a diario «puede tener consecuencias graves y perdurables en el desarrollo cognitivo y emocional» de estos niños, testigos y también víctimas directas de bombardeos, mutilaciones, reclutamientos, desplazamiento forzado, pérdida de familiares y hasta de violencia sexual.

Los riesgos a los que se enfrentan los más pequeños en situaciones de conflicto se ha multiplicado en los últimos años dado que las guerras se libran cada vez con mayor frecuencia en áreas urbanas, dañando de manera significativa el tejido comunitario.

En Gaza, por ejemplo, las personas a cargo del cuidado infantil relataron a Save the Children que para el 78% de los niños, el mayor temor eran los sonidos de bombardeos y de aviones. En la Cisjordania ocupada, les atemoriza tener que pasar por los puestos de control israelíes de camino a la escuela.

Además, debido a la negativa a permitir que las ONG presten asistencia humanitaria en las zonas de combate, ni los niños ni sus redes de apoyo pudieron acceder de manera suficiente a servicios de salud, educación, nutrición y medios de subsistencia.

La inseguridad, incertidumbre y temor con respecto al futuro, «tanto reales como percibidos, suelen ser fuentes de ansiedad y angustia. Por ejemplo, el temor a que las hostilidades se intensifiquen mientras están separados de sus padres y familiares, o de que el conflicto no finalice, el temor por su seguridad en la escuela y fuera del hogar, y la preocupación por la disponibilidad de alimentos» puede provocar depresión, ansiedad, autolesiones y pensamientos suicidas.

Dicho esto, también son «extraordinariamente resilientes y pueden recuperarse de la angustia». Pero ello, subrayó Save the Children, «depende de que haya cierta estabilidad en su vida cotidiana y de que reciban apoyo de las personas que los cuidan, de otros adultos, de sus educadores, de sus pares y de la comunidad en general».

Por ello, reclamó una mayor atención y protección a la salud mental, y lamentó que «apenas el 0,14% de toda la asistencia oficial para el desarrollo entre 2015 y 2017 se destinó a la programación sobre salud mental y apoyo sicosocial».

«Se necesita urgentemente incrementar la financiación y adoptar mayores medidas. El problema sistémico que representa el daño a la salud mental infantil requiere soluciones sistémicas. Un aspecto fundamental es aumentar la financiación y la intervención en salud mental y apoyo sicosocial», incidió.

David del Campo, director de Programas Internacionales de Save the Children, instó a los estados que la próxima semana acudirán a la Asamblea General de la ONU y a las partes implicadas en los conflictos a «respetar las normas internacionales para impedir que se siga poniendo en peligro la vida de niños y niñas que viven en zonas de conflicto y ven cómo mueren familiares y amigos y cómo bombardean sus hogares y escuelas. Esta guerra contra la infancia debe parar».

Asimismo, pidió a los países donantes que se involucren en la financiación de una diplomatura específica sobre salud mental de niños y adolescentes, cuya inscripción se iniciaría en 2021, dando prioridad a Oriente Medio, dada «la cantidad de menores afectados por conflictos prolongados en el tiempo» que se dan en esta región.

El arte, como terapia

El acceso a la educación contribuye a mejorar los resultados en materia de salud mental. En febrero de este año, Save the Children lanzó el programa Heart (por sus siglas en inglés). A través de disciplinas artísticas como la pintura, el dibujo, la música, la narrativa y el teatro, los niños pueden «explorar sus sentimientos, ideas y experiencias con adultos de confianza en un entorno creativo donde se sienten seguros y conectados».

Desde que se puso en marcha, «tienen más facilidad para expresarse, han mejorado su confianza en sí mismos y tienen más esperanzas en el futuro».

Ejemplo de ello es Mohammed Arab, de 10 años, que se refugió junto a su madre en Bangladesh huyendo de la represión del Ejército birmano cuando los soldados quemaron muchas de las casas de su aldea. Tardaron cinco días en llegar a la orilla del río que divide Myanmar y Bangladesh.

«Estaba tan traumatizado que mientras dormía no dejaba de temblar. Tenía pesadillas todo el tiempo. El corazón le latía muy rápido y los médicos dijeron que esto ocurría porque tenía mucho miedo. Sudaba muchísimo y se desmayaba. Le llevó mucho tiempo poder tranquilizarse», recuerda su madre Sara. «Ahora que está aquí –en alusión a uno de los campamentos de refugiados que acogen a los rohinyás huidos– dibuja mucho. Cuando está en casa, lo hace todo el tiempo. Disfruta mucho haciéndolo y le ayuda a sentirse mejor», afirma.

La ONG exhortó a los gobiernos, donantes y partes de los conflictos a reponer «por completo el fondo ‘La educación no puede esperar’ por un valor de 1.800 millones de dólares para 2021 a fin de que nueve millones de niños afectados por situaciones de crisis tengan la oportunidad de aprender y recuperarse». También les pidió comprometerse con la Declaración sobre Escuelas Seguras y apoyar mecanismos internacionales contra la impunidad en casos de vulneraciones de derechos humanos de la infancia.

Al Gobierno español, a cuyo Ministerio de Exteriores ha hecho llegar el informe presentado ayer, le exigió que «suspenda de manera inmediata las transferencias de armas a Arabia Saudí y deniegue la autorización de nuevas transferencias cuando exista el riesgo de que las armas o equipos militares puedan utilizarse para cometer violaciones graves contra la infancia en Yemen».