Iñaki IRIONDO

No miren a Dios, sino a Caín

La convención del PP de este fin de semana se presenta como una huida hacia delante sin afrontar los principales problemas del partido que son sus luchas intestinas y su desconexión social.

Tras el batacazo electoral del 28 de abril, que dejó al PP de la CAV sin representación en las Cortes por primera vez en su historia, y el no menor golpe del 26 de mayo, que mermó su ya exiguo número de concejales y junteros, su presidente Alfonso Alonso dio el 4 de junio una rueda de prensa en la que anunció la convención política que el partido celebrará este fin de semana. La interpretación de los resultados que hacía la Ejecutiva, o al menos su presidente, era que el volantazo a la derecha que había dado Pablo Casado al PP había perjudicado a los resultados electorales en la CAV, por lo que urgía volver a la «moderación» e incluso al «foralismo» como seña de identidad, para acercarse más a la centralidad de la ciudadanía vasca.

El problema de esta conclusión es que no concuerda con los números. Comparando elecciones generales con generales, autonómicas con autonómicas y forales con forales, el PP viene perdiendo votos de forma alarmante en la CAV al menos desde 2009. Cada visita a las urnas ha sido peor que la anterior equiparable, fuera con Rajoy o con Casado al frente de la maquinaria de Génova 13. Es más, el 28 de abril, el golpe del PP en la CAV, perdiendo el 36% del voto, fue menor que en el conjunto del Estado, donde cayó un 45,1%.

Sobre la necesidad de centrar el discurso, el eslogan de Alfonso Alonso se contradice con los mensajes que un día sí y otro también envían su secretaria general, Amaya Fernández, y su líder en Bizkaia, Raquel González. Fernández anunció anteayer que tras esta convención el PP pretende convertirse en «la casa común del constitucionalismo», con el detalle de que ha expulsado al PSE de ese «constitucionalismo», pero sin hacerle ascos a Vox.

Raquel González, por su parte, aplaudió en su día el pacto con VOX en Andalucía para terminar con el «régimen socialista» y aseguró que «pactaría con VOX en Bilbao para quitar al PNV y Bildu». A su entender, parte del ideario de VOX es igual que el del PP.

El problema principal del PP de la CAV no es quién manda en Madrid, sino las peleas por quién manda aquí. En términos bíblicos, deberían pensar menos en Dios Padre y preocuparse más de las luchas cainitas que han marcado su historia.

Cuando Jaime Mayor Oreja y Carlos Iturgaiz se marcharon al Parlamento europeo, el sector alavés intentó que la siguiente candidata a lehendakari fuera Loyola de Palacio, mientras que vizcainos y guipuzcoanos empujaron a María San Gil. Su enorme éxito electoral se le subió a la cabeza, hasta acabar viendo un traidor en Mariano Rajoy. Su propio grupo parlamentario y su ejecutiva le dieron la espalda. Cayó.

Le sustituyó Antonio Basagoiti, que pronto confesó que «soy consciente de que a mí me van a esperar con las navajas en alto», y hablaba tanto de los conspiradores internos como de los opinadores mediáticos. Basagoiti sobrevivió a sus primeras elecciones autonómicas pero no a las siguientes, y se largó al Banco Santander en México. Pasó el relevo a Arantza Quiroga, que tampoco aguantó las luchas intestinas. Alfonso Alonso, entonces ministro de Sanidad, nunca le perdonó que relevara a Iñaki Oyarzabal de la secretaría general, y en cuanto pudo, apoyándose en una primera página escandalosa y el consiguiente comunicado de la AVT, se cobró su cabeza. Tres presidentes decapitados uno tras otro.

Alonso, tras su apuesta por Soraya Sáenz de Santamaría, ve ahora que Pablo Casado, que no duda en puentearle como él y Soraya hicieron con Quiroga, maniobra a sus espaldas con apoyos internos en Bizkaia.

En cuanto al cambio de discurso, el único que realmente tenía visos de utilidad, la propuesta de Arantza Quiroga de crear una Ponencia de Paz abierta duró menos de 24 horas en octubre de 2015. Lo que se está escuchando para la convención de este fin de semana es un catálogo de cebos electoral.

El PP es visto como una sigla corrupta, de cuadros peleados entre sí y sin apenas militancia real ni vida en común de los afiliados a pie de calle. Y eso es difícil de levantar.