EDITORIALA
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La peligrosa ambición de quedarte como estás

C on el anual debate de política general como escenario, el lehendakari Iñigo Urkullu hizo ayer balance de la obra de gobierno. Cabe reconocerle el haber sido capaz de sustraerse al clima electoral estatal a lo largo de la mayor parte de su intervención. Pero, siendo como es el último debate de política general, lo mínimo exigible era un balance más profundo y menos autocomplaciente de la legislatura, acompañado de una visión de futuro que fuese más allá de un listado burocrático de objetivos y tareas; algo, en definitiva, que se pareciese a un proyecto político con el que el resto de fuerzas políticas pudiesen confrontar. Nada más lejos de la realidad.

Escuchada la intervención del lehendakari, resulta imposible acertar hacia donde quiere dirigir la parte del país que gobierna. Reconoce que los vientos económicos globales barruntan una tormenta cuyas dimensiones no podemos prever, pero asegura que la CAV es solvente. En ese camino ignora, por ejemplo, que el territorio va perdiendo posiciones en el ranking europeo que mide la capacidad de innovación, o que, socialmente, las turbulencias económicas llegan con la cifra de ciudadanos en riesgo de pobreza más alto de las últimas décadas. Urkullu también ensalzó la estabilidad y el acuerdo entre diferentes, obviando la incapacidad que ha demostrado para pactar con otras fuerzas políticas más allá de la muleta del PSE, realidad que incluye el debate presupuestario.

Pero la catástrofe política que supone el mandato de Urkullu no se puede medir recordando sus promesas, cumplimientos e incumplimientos. Es algo más profundo. Urkullu no explica a dónde quiere llevar al país porque no lo quiere llevar a ninguna parte, porque su máxima ambición es dejarlo donde está, como si eso fuese posible en un contexto español, europeo y global en ebullición. Una ambición contraproducente y peligrosa que entierra cualquier dialéctica posible, hace inviable un debate parlamentario fructífero y de calado, y condena a la CAV a una parálisis política de la que no será fácil recuperarse.