Iñaki Bernaola
Teólogo de a pie
GAURKOA

Fiesta Nacional

En la historia de muchos países hay acontecimientos que han resultado decisivos en su evolución, de forma tal que a consecuencia de ellos han conseguido ser más avanzados, más modernos e incluso más democráticos. Francia, por ejemplo, tuvo su Revolución, que sirvió para sentar las bases de un Estado moderno laico, republicano y libre de una monarquía déspota e injusta. Portugal se libró de una monarquía a principios del siglo XX; y posteriormente, un 25 de abril de 1974, también de una dictadura. El Reino Unido, entre otras cosas, celebra el triunfo frente al nazismo. Los Estados Unidos de América se independizaron del yugo británico a finales del siglo XVIII y se constituyeron en país libre.

Rusia y China hicieron sus respectivas revoluciones, burguesas primero y socialistas después, para derrotar a retrógradas monarquías absolutistas y, mal que les pese a todos los propagandistas anticomunistas que en el mundo han sido, para establecer unos regímenes políticos más cercanos a los intereses y a las necesidades populares. Cuba y las repúblicas americanas hicieron lo propio, y así sucesivamente.

Pero estos acontecimientos, aparte de la importancia que tuvieron en su momento, tienen hoy en día un fuerte valor simbólico, de forma tal que el identitario de los países en cuestión se basa en gran medida en lo ocurrido entonces: todos sabemos que la bandera, el himno y la fiesta nacional francesa tienen su origen en la Revolución de 1789. En Portugal el 25 de abril sigue siendo el día más importante del año; así como en los EEUU el 4 de julio, día nacional de la Independencia. El Reino Unido sigue celebrando por todo lo alto el fin de la Segunda Guerra Mundial; y Rusia, China o Cuba no se han olvidado del triunfo de sus respectivas revoluciones.

Todo el mundo sabe de sobra, acaso con la excepción de la propia España, que la conquista americana fue ante todo un enorme expolio y un genocidio. Se robó todo lo que se pudo. Se oprimió hasta lo indecible a las poblaciones autóctonas, y después también a esclavos africanos. De hecho, la esclavitud no desapareció en la Cuba española hasta 1886, incluso varios años después de terminada la Guerra de Secesión americana (1865) que abolió la esclavitud en dicho país. En este último año aún había en Cuba unos 345.000 esclavos negros. Y si alguien le interesa el tema, todavía puede visitar en el museo histórico de Matanzas, cerca de Varadero, los cepos de madera que se colocaban a los esclavos de los «ingenios» azucareros en el cuello y las muñecas como castigo. Pero, sorprendentemente, lo que se celebra en España con todo boato cada 12 de octubre no es ni más ni menos que todo eso.

Que duda cabe que no fueron los españoles los únicos que cometieron atrocidades en su período colonial. Pero ni los franceses han establecido su fiesta nacional el día que comenzaron a invadir Argelia, ni los ingleses el día que invadieron la India, ni los yanquis el día que irrumpieron en Vietnam. Entre otras cosas porque en dichos países casi nadie cree que esos hechos sean lo más glorioso y modélico de su historia.

Un país no puede tener el mismo espíritu identitario si lo fundamenta en una revolución popular, en una guerra de independencia, o si lo fundamenta en un expolio y en un genocidio cometido contra otros pueblos. No puede denostar un acontecimiento histórico que, a su vez, se supone que es el principal hito glorioso en la historia de dicho país y su principal motivo de celebración. Y ello trae como consecuencia que su identitario esté unido a algo que, mal que les pese, poco aporta a la gloria de dicho país y a que sus habitantes se sientan orgullosos porque, en cierta ocasión, sus antepasados llevaron a cabo algo grande y merecedor de elogio.

Esa es la razón por la cual el identitario español permanece en gran medida anclado en los Reyes Católicos, en los Austrias o en los saqueadores y torturadores Hernán Cortés y Pizarro (como dato curioso, las imágenes de estos dos últimos adornaban los últimos billetes españoles de curso legal previos a la llegada del euro). Pero lo peor es que, a la vez que los hechos reales influyen y configuran el imaginario virtual de un país y de sus habitantes, este imaginario tiene un efecto recíproco en la marcha del país y en lo que sus habitantes piensen, hagan o deseen hacer con su país y con ellos mismos.

Acaso nunca se intentó en España cambiar el curso de su historia y, paralelamente, su identitario? Claro que sí. Lo malo es que siempre que se intentó acabaron rodando cabezas, en el sentido más literal de la palabra. Creo que si las ciudades castellanas comuneras hubieran ganado la guerra a la monarquía absoluta y a la nobleza parasitaria, España habría sido una nación más próspera y moderna, y a lo mejor Castilla no se habría declarado en quiebra económica tantas veces como lo hizo en época de los Austrias, arruinada por las exigencias desmesuradas de la monarquía para sufragar sus gastos «imperiales».

Y si la Guerra Civil la hubiera ganado la República, creo que a nadie le caben dudas de que el resultado habría sido análogo. Y no solo eso, sino que a lo mejor ya no se celebraría en España con el máximo boato nacional un expolio y un genocidio.