Iraia OIARZABAL
BILBO
Entrevue
LILIANA SUÁREZ
DOCTORA EN ANTROPOLOGÍA

«No queremos victimizar a las migrantes, sino rescatar su valentía»

La antropóloga Liliana Suárez ha analizado las articulaciones entre movilidad humana, ciudadanía y cultura desde una perspectiva feminista, transnacional y poscolonial. Acaba de participar en unas jornadas organizadas por CEAR-Euskadi.

Es muy difícil tener datos fiables de cuántas mujeres cruzan cada año la Frontera Sur, entre otras cuestiones porque muchos cruces precisamente son clandestinos. Llegan de países como Costa de Marfil, Guinea Conakry, Camerún, Nigeria, Congo, Angola, Libia… y viajan por motivos muy diversos, aunque las causas específicas de género están muy presentes en sus procesos migratorios. También las económicas, el objetivo de mejorar sus vidas y las de sus familias. El viaje es para ellas un infierno, y a su condición de migrante se une su condición de mujer, expuestas a todo tipo de violencias y abusos de carácter sexual. Liliana Suárez comparte con GARA una radiografía de esta realidad.

¿Cuál suele ser la principal motivación de su migración y qué perfil tienen las mujeres que cruzan la Frontera Sur?

Hay perfiles muy diversos y se mezclan diversas razones para migrar. La mayor parte son mujeres pobres que buscan una mejora económica para sus familias. Pero hay causas específicas de género que están muy presentes: matrimonios concertados, violencias en las casas, falta de futuro, prohibiciones en la familia para estudiar… Son mil cosas que les afectan a ellas y no a los hombres. Eso nos lo estamos encontrando de una manera muy fuerte en estas trayectorias. Aunque también comparten con los hombres tanto la cuestión socioeconómica como la de huir de conflictos, de procesos de desertificación…

En el caso de las mujeres, ¿de qué edades estamos hablando?

Hay diferentes rangos de edad. Quienes trabajan con ellas en Marruecos, –porque nosotros en Ceuta y en Melilla prácticamente no las vemos– nos mencionan la presencia de menores. Chicas jóvenes que están con poco acceso a ellas y con dificultad a la hora de establecer canales de confianza. Después, entre los 20 y 30 años están las mujeres que se embarazan y que acaban normalmente con uno o varios niños. Se encuentran en un momento fértil y digamos que su sexualidad es utilizada como moneda de cambio en el tránsito. También se ve a mujeres más mayores que se han lanzado. Mujeres que ya han criado a sus hijos y que intentan hacer su vida. En sentido cuantitativo, el grupo de 20 a 35 años sería el más numeroso.

¿En qué condiciones se da ese tránsito?

Hay todo un espectro. Podríamos decir que la sexualidad es un elemento, es un recurso y es también un problema ser una persona sexualizada en el tránsito. Ellas también lo usan como estrategia, a su pesar. Les puede servir para protegerse o porque la Policía les va a tratar un poco mejor si están embarazadas o tienen niños… Es decir, estas mujeres están todo ese tránsito con el elemento de la sexualización y las violencias sexuales muy presentes.

Dependiendo de los países y de las zonas, las redes que permitirán su transporte van a ser de una manera o de otra. Intervendrán un tipo de actores sociales u otros.

También el tránsito será diferente porque tienen que cruzar otros países, porque tienen que cruzar otras fronteras… y eso influye muchísimo. No tanto la cuestión cultural en relación a cómo en sus países de origen conciben la sexualidad, porque estamos hablando de situaciones de abuso o de mercantilización de la sexualidad. Es importante tener en cuenta que todo este proceso es consecuencia y efecto de unas políticas extremadamente duras de securitización de las fronteras.

Estos tránsitos se han hecho en el pasado, se han hecho muchas veces sin este nivel de violencia. Yo he trabajado con senegaleses desde los años 90, por ejemplo, y no había tantas menciones a las muertes, a los accidentes, a las ausencias… Y ahora mismo es brutal que el tránsito en África en concreto se ha convertido en algo muy peligroso y de una manera equivalente a lo que está pasando en Centroamérica.

Cuando hablamos de altos niveles de violencia, ¿a qué nos referimos?

Hay una enorme variedad y no conviene generalizar, porque precisamente una de las ideas que destacamos en el seminario es que no queremos victimizar a estas mujeres en movimiento. No queremos que la representación fundamental sea una especie de persona que es víctima de todo tipo de violencias. Queremos rescatar su valentía y su decisión de mejorar su vida. Lo que hay que decir es que las condiciones son malísimas y que podrían mejorarse si de alguna manera se prestara atención a lo que está pasando en los tránsitos.

¿Qué sucede con estas mujeres cuando llegan a su destino?

Acabo de asistir a un seminario en el que nos han relatado que desde hace un par de años el nivel de represión en Marruecos es altísimo. Tanto así que las mujeres llegan, piensan que van a poder hacer fácilmente esos 14 kilómetros que les quedan y se quedan varadas en Marruecos durante años. Es un shock enorme y tienen que acostumbrarse y asumir que su proyecto migratorio se ha frustrado. Necesitan espacios de protección y ayuda porque no pueden ni volver atrás ni ir adelante. El cruce de frontera es cada vez más complicado.

En las jornadas de CEAR remarcan también la necesidad de una mirada feminista a la cuestión migratoria.

En los años 80 comienza un fenómeno estructural como el de la feminización de la pobreza y posteriormente la feminización de las migraciones de forma que las mujeres comienzan a recurrir a la movilidad como estrategia para la mejora de sus vidas. Todas las políticas de ajuste estructural dejan al varón en paro y han sido las mujeres desde los años 80 las que han liderado las migraciones a nivel internacional de una manera muy increíble. Qué ha pasado en ese tránsito, cómo las mujeres han generado procesos de empoderamiento sobre sí mismas, sobre su capacidad de llevar adelante la familia… eso está muy documentado tanto en América Latina como en África o en Asia. El feminismo de alguna forma tiene que acompañar todos esos procesos migratorios.

También hemos hablado de los feminismos poscoloniales. De manera que demos espacio y lugar a escuchar lo que las propias mujeres nos quieren decir en vez de imponer las agendas y los objetivos del feminismo liberal de un determinado lugar. Entender que estos procesos y estas mujeres tienen objetivos de tener una tierra, de recuperar los recursos que el capitalismo les ha robado a ellas y a sus comunidades…. Por lo tanto que no todo va a girar en torno a lo que son las agendas feministas más liberales y que tiene que haber un proceso de diálogo como para poder superar esas relaciones coloniales entre mujeres blancas y mujeres que se victimizan, que se les considera a todas iguales cuando en realidad son procesos sociológicamente muy diferentes y hay que prestarles atención.

Falta empatía y capacidad de discernir las diferentes realidades.

Tiene que haber redes y formas de que podamos saber qué es lo que está pasando por ejemplo en Honduras. O cuáles son los colectivos que están apoyando a las mujeres y a sus hijos que están en las bandas. O qué está pasando en Guinea Conakry. Es una cuestión de sensibilidad y de programas que nos ayuden a entender los procesos migratorios de una manera más real y menos alarmista.

También menciona el empoderamiento de las mujeres a lo largo de años de procesos migratorios.

Las propias decisiones que estas mujeres han tomado en origen en relación a iniciar proyectos migratorios para mejorar su familia, de alguna manera aunque han sido difíciles de aceptar por la comunidad o han sido criticadas y culpabilizadas, han generado un proceso de empoderamiento muy fuerte. Mujeres que a lo mejor no tenían un trabajo remunerado y que en el proceso de proletarización, aunque estén en el servicio doméstico, se valora un trabajo que antes casi se hacía gratis o de manera informal. Hablo de antes de la crisis porque después las cosas cambian. La crisis y la dureza de los regímenes migratorios es lo que ha causado esa mayor violencia y ahí el empoderamiento es difícil hasta que puedan llegar.

Elsa tyszler

«El caos migratorio en la frontera sur es un caos que conviene a Marruecos y España»

Entre 2015 y 2017, Elsa Tyszler, doctora en Sociología por la Universidad de París, investigó sobre el terreno, en Marruecos, Ceuta y Melilla, el impacto de la externalización y securitización de la frontera sur. Entrevistó a hombres y mujeres migrantes, a organismos humanitarios, a agentes de la Guardia Civil y de las Fuerzas Auxiliares marroquíes para hacer un «análisis lo más justo de la situación y con un enfoque feminista. Ganarme la confianza de las mujeres migrantes fue un trabajo más largo e intenso. Al contrario que los hombres, no quieren ser vistas, entrevistas y menos fotografiadas. Una mujer que viaja sola es vista como una prostituta», resalta a GARA.

¿Qué radiografía hace de la frontera ?

El régimen de la frontera sur es racista y patriarcal. Las personas negras son mucho más perseguidas y reprimidas que otras poblaciones de migrantes. Hay migrantes que mueren por enfermedad o por agotamiento en los bosques.

¿Qué violencias específicas sufren las mujeres migrantes ?

Como digo, la gestión de la frontera, con militares y policías hombres a cada lado de la misma, y de los campamentos es patriarcal. Las vías para cruzar la frontera varían dependiendo del género. Quienes saltan las vallas son hombres. Las mujeres están asignadas al método marítimo, pero aun cuando tienen dinero para pagar la travesía, su salida depende de la voluntad de los guías de las pateras. Además, tienen prohibido subirse si tienen la regla, por lo que se toman tabletas enteras de anticonceptivos para no tenerla. A otras se les incita a quedarse embarazadas. Son solo algunos ejemplos. El régimen fronterizo impacta directamente en el cuerpo de las mujeres y la violencia sexual es sistemática.

¿Qué es lo que más le ha impactado?

La impunidad. A veces son los militares quienes les animan a saltar la valla, eso lo dice todo. El caos migratorio que se vive en la frontera es un caos mantenido, conveniente para Marruecos y España. Es un juego macabro. Nadie tiene interés en cambiar la situación. ‘No somos migrantes ni refugiados. Nos han convertido en moneda de cambio’, me dijeron muchos de los entrevistados. Es el sentir de los migrantes.Ainara LERTXUNDI