Ana Elena Altuna
Zierbena Sarea
KOLABORAZIOA

La doble moral del PNV

Mientras el lehendakari Urkullu aparece afanoso por buscar asilo a los migrantes rescatados por el Aita Mari, en paralelo Rikardo Barkala, presidente de la Autoridad Portuaria de Bilbao, ha aprovechado un desayuno informativo para anunciar cómo van a intentar hundir –eso sí, solo «administrativamente»– a los recalcitrantes polizones que asedian nuestro puerto.

A su juicio, el «vergonzante» muro que levantaron hace un par de años para impedir el acceso de dichos polizones, no obstaculiza lo suficiente, y por eso, él –que se declara muy sensible con el tema humanitario– va a proponer una serie de modificaciones legislativas «de naturaleza exclusivamente administrativa que no entran en debates ideológicos y que tampoco pretenden ni buscan una respuesta penal». Se trataría, según dice, de acabar con los importantes daños económicos y reputacionales (?) que esas intrusiones causan, mediante una respuesta legal disuasoria efectiva. Algo que asegura, le están demandando ya, tanto los jueces como las Fuerzas de Seguridad del Estado, para que «el que lo intenta una vez no lo vuelva a intentar». En otras palabras, lo que reclama el presidente de la Autoridad Portuaria, es algo limpio, sin sangre, ni escándalos en la prensa. Que parezca apenas un decreto accidental.

Con lo cual, una vez más, el PNV nos demuestra que delante, detrás y en medio de cada una de las zanahorias que ofrece, siempre esconde un palo, aún mas grande. Su doble moral, su doble discurso, y sus otros principios –como decía Marx’tar Groucho– le permiten, con una mano acoger sirios, y con la otra, reprimir –pero solo «administrativamente»– albaneses, que ni están en guerra, ni nada.

Cuando Barkala planea esas modificaciones legales, que van a liberar a jueces y policías de las cadenas que hoy les impiden ser «eficaces» en lo suyo, lo que está tratando de ocultarnos es que son precisamente las normas administrativas hoy vigentes –desde las que rigen el padrón municipal, hasta la inhumana ley de extranjería, pasando por la aberrante ley de (in)seguridad ciudadana– las que impiden ejercer sus derechos humanos a miles de personas, tan humanas como él, pero que han sido declaradas «ilegales», gracias a esas mismas leyes.

Para intentar justificar su ensañamiento legal con los más débiles, se pregunta Barkala, retorciendo la retórica: «¿Alguien viajaría en un avión sin la seguridad de la inexistencia en la bodega de personas no autorizadas en el pasaje?». Y nosotros, por contra, no nos imaginamos al Sr. Barkala oponiéndose a viajar en un avión donde, drogada y vigilada por policías, se procede a la repatriación forzosa e ilegal de una persona migrante, aduciendo una situación administrativa irregular.

No dejan de asombrarnos los desayunos informativos de algunos jelkides. El Sr. Barkala por ejemplo, tan humanitario él, hay días que desayuna «albaneses a la marinera».