Raimundo Fitero
DE REOJO

Petroquímico

Las imágenes que se emitieron en directo desde tomas de cámara muy lejanas explicaban lo que se podría entender como terrorismo industrial. Una empresa petroquímica instalada en las cercanías de poblaciones es un abuso, una imprudencia, probablemente un crimen. La seguridad se supone que está estudiada e implementada, los protocolos se imprimen en carteles, en documentos sellados por la administración, pero el día a día, la confianza en que los dioses están siempre de parte del Capital hace que se vayan reduciendo el mantenimiento y las pruebas rutinarias de que los materiales están en perfecto estado. Como no ha pasado nada, nunca pasará nada, hasta que pasa.

Los complejos petroquímicos son peligrosos para la salud. Pero si llegan a este extremo de una explosión en su interior, las consecuencias son impredecibles, porque a veces hay que conjugar la razón con los conceptos más arbitrarios dentro de toda suerte de confesión o misticismo y es que una plancha del reactor que pesa una tonelada salga despedida, atraviese el cielo durante tres kilómetros y se estampe contra el domicilio de un hombre que recibe un impacto mortal. ¿El destino, el karma, la fecha dictada por algún arcano para que ese hombre sufra esta agresión? Una incomprensible desgracia, un efecto mortal a una distancia que escapa a todo entendimiento. Este complejo petroquímico es un peligro absoluto.

Cuesta saber cuál es la empresa que ha provocado este terror, este reguero de muerte y destrucción. Hay un segundo muerto encontrado dentro de las instalaciones, varios heridos en estado grave; el gran número de camiones de bomberos era de película de catástrofes, pero sucedía ante nuestros ojos, al lado de donde veraneamos. ¿No es el momento de aislar y aprobar nuevas medidas de seguridad en estas industrias o acabar con ellas?