Amaia EREÑAGA
BILBO

Olafur Eliasson mete la crisis climática en el Guggenheim

Una habitación con lluvia silenciosa de la que surgen arcoiris, niebla desasosegante de colores, una cascada exterior sobre un andamio. La naturaleza recreada artificialmente se propaga por la obra de Olafur Eliasson (Copenhague, 1967), uno de los artistas multidisciplinares y experimentales más destacados del momento y protagonista de la restrospectiva, procedente de la Tate Modern de Londres, con que se inaugura la temporada del Guggenheim.

Entre la fotografía que Olafur Eliasson tomó en 1999, cuando arrancó su proyecto de retratar desde una avioneta los glaciares de Islandia, sin que imaginase siquiera la actualidad que iba a adquirir después la crisis climática, y otra imagen capturada el pasado año, hay una diferencia abismal y también muchos puntos en común: un proceso de deshielo imparable y aterrador, y también el resumen de la trayectoria vital de un artista. «Ha supuesto una sorpresa, porque he visto que no he hecho nada más que esto en todo este tiempo, un tiempo que, a la vez, ha pasado como si fueran un par de minutos», reflexionó ayer con sentido del humor el artista escandinavo en la presentación de “Olafur Eliasson: en la vida real”, la densa y, a ratos, intensa exposición que desde hoy hasta el 21 de junio protagonizará en el Museo Guggenheim bilbaino.

Protagonista estelar del arte actual –no había más que ver los medios internacionales desplazados o la presencia de la directora de la Tate Modern, Frances Morris–, espectacular por sus instalaciones, comprometido en lo ecológico y una potencia artístico-comercial importante él mismo por los proyectos que desarrolla en su estudio de Berlín, donde trabajan 70 personas entre arquitectos, cocineros y artesanos, Olafur Eliasson es una estrella al mismo nivel de, pongamos, un Koons o un Hirst.

Nació en Copenhague en 1967, hijo de islandeses que habían emigrado en busca de trabajo. Cuando tenía 4 años, sus padres se separaron. Su padre regresó a Islandia y Olafur pasaba los veranos con él, cocinero en un barco de pesca. Eso marcó a sus hijos; él salió artista, enamorado de la naturaleza; su hermana, Victoria Eliasdottir, es una aclamada chef. Con los fenómenos naturales profundamente arraigados en su lenguaje artístico, en su larga trayectoria ha teñido de verde los ríos de ciudades de medio mundo, antes de construir cascadas artificiales bajo los cuatro puentes de Nueva York.

Arte, comida y soles

Cuando la Tate Modern de Londres contactó con Eliasson para sugerirle una retrospectiva de su trabajo, no dudó en decir que sí. Tenía dos motivos claros: el prestigioso museo de arte londinense fue donde se lanzó al estrellato en 2003 con “The Weather Project” –metió un sol gigante dentro de la Sala de Turbinas y sedujo a dos millones de visitantes–, y, vegetariano desde hace dieciséis años, también quería que su estudio se encargase del restaurante del museo, ahí es nada. Porque le interesa la gastronomía, la sostenibilidad, la experiencia de impulsar el sentimiento comunitario... todo. Y ejemplo de ello son las diminutas lámparas solares en forma de sol (el proyecto Little Sun) que ha patentado para su uso en países en desarrollo.

La escala es diferente en la exposición de Bilbo, pero igual de hipnótica y desasosegante –que la patrocine una empresa de energía como Iberdrola también le confiere un punto bizarro–. Aquí están los primeros trabajos de Eliasson, pero también un conjunto espectacular de 450 modelos de las maquetas y prototipos que ha confeccionado para proyectos que han cristalizado o que no, una pared forrada por liquen vivo y reactivado, aquí y allá se detecta la presencia del hielo glaciar –en fotografías, espejos e incluso una escultura hecha sobre un molde de hielo–... y, sobre todo, salas en las que hay que entrar para quedarse pendiente de las formas de una fuente de agua; salas en las que perderse en medio de un banco de niebla bañado en tres colores, o espacios como la cascada que ha hecho “surgir” en la parte trasera del museo.