Iñaki LEKUONA
Periodista
AZKEN PUNTUA

Tierra y libertad

Tierra, y libertad para labrarla. La realidad campesina ya no gira entorno a esa divisa revolucionaria sino a la del euro, acuñado por los mismos tecnócratas que imaginaron la Política Agrícola Común (PAC), esa maquinaria de control que buscaba modernizar el sector, armonizar el desarrollo agroganadero de la Unión Europea y, en la letra pequeña, fertilizar el sistema productivista a base de subvenciones.

Los grandes del sector primario francés fueron los mayores beneficiados de esta política y gracias a ella, a finales de los años ochenta, Francia se colocaba a la cabeza de la producción europea y cuarta en el club de los mayores exportadores mundiales. Y mientras, las televisiones mostraban a los pequeños productores volcando en la frontera toneladas de verduras que viajaban en camiones con matrícula española o portuguesa, porque al sol de toda esta gran política europea se marchitaban las explotaciones tradicionales. Tres décadas después, los agricultores no vuelcan camiones, se suicidan.

Según una mutua social agrícola, sólo en 2015 se quitaron la vida 372, una realidad que el realizador Edouard Bergeon ha contado en primera persona en el filme ‘‘En el nombre de la tierra’’. Una tierra quemada por monocultivos, pesticidas y abonos químicos y esclavizada por las grandes firmas de la bolsa de París que en su día se compraron la libertad para labrarla.