Jesús Valencia
KOLABORAZIOA

Sospechas fundadas

Quién es el padre de este monstruo que nos está devorando? Quizá algún día lo sepamos; hoy tenemos que movernos entre conjeturas aunque son muchos los indicios que apuntan en la misma dirección. La diplomacia china, habitualmente parca, tardó en abrir la boca mientras luchaba a brazo partido contra la pandemia. En la Conferencia de Seguridad celebrada en Múnich hace unas semanas señaló abiertamente a EEUU como una amenaza mundial; el propio presidente chino ratificó lo que había dicho su Canciller. Desde que aparecieron los primeros casos de coronavirus, el Gobierno chino tenía el convencimiento de que se trataba de un ataque bacteriológico provocado. ¿En qué se basaba?

En agosto del año pasado, Estados Unidos cerró el laboratorio militar de armas biológicas que funcionaba en Fort Detrick por considerarlo «inseguro». Dos meses más tarde tuvo lugar en Nueva York un enigmático muestreo conocido como Evento 201; sorprendente ensayo simulado para conocer la respuesta de la población ante una «hipotética pandemia» causada por un virus mortal. Tan extraño sondeo estuvo patrocinado, entre otros, por la CIA. Los resultados de la prueba fueron analizados en el marco de la Conferencia de Davos. Entre los participantes de aquella reunión se encontraban importantes investigadores médicos de EEUU, la multinacional Johnson & Johnson, grandes fabricante de materiales médicos, el sionista Adelson. Según sus conclusiones, si el resultado del muestreo se proyectase a nivel mundial se saldaría con 65 millones de muertos.

El mismo día de la reunión comenzaron en China los Juegos Militares Mundiales. La delegación estadounidense estuvo conformada por trescientos participantes; fue ubicada en Wuhan y alojada muy cerca del mercado donde se detectó el primer caso del coronavirus. ¿Casualidades? Robert Redfield, director de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de EEUU confesó hace escasos días que algunos estadounidenses habían muerto de coronavirus antes de que se declarase en Wuhan. El Canciller chino le preguntó cuando habían fallecido, cuántas personas estaban infectadas, en qué hospitales estaban siendo tratadas. La callada por respuesta.

Wilbur Ross, Secretario de Comercio, declaró el 31 de enero en un derroche de optimismo: «El brote de coronavirus que ha contagiado a miles de personas podría impulsar la economía estadounidense y acelerar el regreso de empleos a Norteamérica». Mike Pompeo, actual secretario de Estado, redondeó la faena señalando a China como amenaza a los principios democráticos. Trump, que no es precisamente un dechado de democracia, ha prohibido que los responsables de Sanidad hagan declaraciones y que se practiquen exámenes médicos a las personas recientemente fallecidas con síntomas del Covid-19. Simultáneamente, ofrece una millonada al primero que le presente la inexistente vacuna. ¿Se le habrá escapado de la jaula el monstruo que creo?

Los datos aquí expuestos admiten múltiples interpretaciones pero hay un dato inapelable. Estados Unidos, líder mundial exclusivo durante casi un siglo, se ve obligado a compartir su hegemonía con otras potencias emergentes. Lleva años intentando cercar a Rusia y ahogar a China sin haberlo conseguido. Se ha empantano en el Oriente Medio y no ha sido capaz de conquistar Cuba, Venezuela o Siria. La reactivación de la histórica Ruta de la Seda reforzaría a sus enemigos. Ha desatado mil guerras convencionales y le queda la otra, la biológica. Sus bases militares albergan este tipo de armas y protegen los laboratorios que las producen. Ellos guardan los secretos de pandemias como la que ahora estamos sufriendo. Son los zarpazos de un monstruo que se siente desbordado y que no acepta un mundo multipolar.