Raimundo Fitero
DE REOJO

San Fermín

Apunta bien: esto de suspender los sanfermines es una de las decisiones más trascendentales tomadas en los últimos decenios. No soy capaz de contabilizar las pérdidas económicas, ni puedo atender a mis nostalgias, pero ver a Iruñea así, en fechas como estas, va a formar parte de la memoria histórica de cientos miles de personas de todas las clases sociales e intelectuales que habían tejido con todos los tópicos posibles una idea de la Fiesta, que ha quedado arrumbada por los hechos.

Cuesta escribir en estos términos tan exentos de emoción, porque son cerca de cuarenta años en los que en estos días la inspiración venía a raudales de los encierros y sus anécdotas retransmitidas por las televisiones, y en lo vital pasearse por la Rotxapea era una manera de configurar una visión del mundo a base de almuerzos y comilonas interminables, los estruendos de las barracas y los ruidos de los intestinos a ciertas horas. Hemos sido testigos de cargo de la evolución de un encuentro que fue popular, muy popular, que se volvió populista y hasta turístico en un grado incontrolable, con lo que este año sabático, debe ayudar a reflexionar. Y bien.

La decisión de suspender los festejos en su momento se nos presenta como muy bien tomada. ¿Se imaginan qué medidas de seguridad sanitaria se deberían tomar para los encierros? Imposible. Viendo lo que está pasando en Ordizia, un brote de estas características en Iruñea, precisaría de una movilización de sanitarios, rastreadores, fuerzas de policía, mercenarios, el KGB y la CIA para poder acotar todos lo que pudieran haber estado en contacto con algún contagiado. Me imagino el día catorce cantando el pobre mí, con la ciudad confinada, cerrada y con medio millón de visitantes varados. Desde luego los novelistas tendrían material para hacer trilogías con el Opus de trasfondo.