Jaime IGLESIAS
MÁLAGA
Entrevue
VÍCTOR GARCÍA LEÓN
CINEASTA

«En general tenemos una burguesía que siempre ha sido muy paleta»

Nacido en Madrid en 1976, debutó en el largometraje con «Más pena que gloria» (2001). Después vendrían «Vete de mí» (2006), con la que Juan Diego ganó la Concha de Plata al mejor actor, y «Selfie» (2017). Al margen de sus trabajos para el cine ha dirigido episodios de series como «Vota Juan» y su continuación «Vamos Juan». Acaba de estrenar «Los europeos», adaptación de la novela maldita de Rafael Azcona.

“Los europeos” está considerada la mejor novela de Rafael Azcona, pese a lo cuál el mítico guionista jamás pudo colmar su deseo de adaptar este texto a la gran pantalla. Más de medio siglo después de publicarse, Víctor García León asume el reto de contar esta historia sobre dos burguesitos madrileños que acuden a Ibiza a mediados de los años 50 a la caza de turistas y que terminan por confrontarse con sus propias miserias morales. La película acaba de estrenarse en Orange Series tras su paso por el Festival de Málaga.

«Los europeos» pasa por ser un título maldito en el sentido de que hubo muchos intentos de adaptarlo al cine sin éxito. ¿Esta película nace del deseo de reivindicar la obra de Azcona?

Yo creo que la figura de Azcona se encuentra lo suficientemente reconocida como para aproximarse a sus textos con voluntad de homenaje, algo que a él tampoco le hubiera hecho ninguna gracia porque Rafael era alguien bastante reacio a recibir honores y a que su nombre quedase grabado en mármol. En ese sentido, a mí me pasa como a él, soy alguien que tiene una mala relación con la posteridad y cuando decidí hacer esta película mi única pretensión fue adaptar una novela que me gustaba mucho y lo hice sin atender a la leyenda que el texto arrastraba.

 

¿Qué fue lo que le interesó del libro? Porque en la adaptación que han hecho prescinden de toda la primera parte de la novela, aquella que transcurre en el Madrid de los años 50, para centrarse en el viaje a Ibiza de los dos protagonistas.

A mí lo que más me impresionó de la novela fue el final y sobre ese punto de partida comenzamos a trabajar. El final de la novela me impresionó porque a mí me da mucha vergüenza hablar mal inglés pero me da más vergüenza aún hablarlo bien. Se trata de algo que yo creo que define mucho el carácter español y ese deseo por no destacar demasiado, que nos conduce a un pasillo muy estrecho, está reflejado perfectamente en el final de la novela. Vivimos intentando pasar desapercibidos y eso nos lleva a no estar cómodos dentro de nuestros zapatos, a no querernos a nosotros mismos. Es lo que le ocurre al personaje que interpreta Raúl Arévalo, que al final de la película parece convencerse de que es mejor vivir en la estrechez de la caspa que andar por ahí descollando en compañía de una chica francesa muy guapa y muy inteligente. En eso creo que los españoles hemos cambiado muy poco desde la década de los 50 y yo quería apelar a esa dimensión contemporánea de la historia y no tanto proyectar una mirada nostálgica sobre cómo vivían nuestros padres.

 

¿Fue ese deseo de huir de los rigores del cine de época lo que les hizo centrarse en la segunda parte de la novela?

En parte sí, porque queríamos contar una historia esencial sobre alguien enamorado de un ideal que entra en pánico cuando ese ideal se convierte en algo real. La primera parte de la novela con estos dos tipos canalleando por el Madrid de los 50 era muy divertida pero nos desviaba del tema y, aparte, nos llevaba a una película de dos horas. Y a mí cualquier película que dure mucho más de hora y media me parece una falta de respeto para el espectador, que tiene su vida, su casa, su familia y otras cosas que atender. Hacer películas largas es dar el coñazo innecesariamente.

 

Una de las cosas que refleja en la película y que nos lleva a pensar en lo poco que hemos cambiado es ese machismo tan arraigado en nuestra sociedad y que, en cierto modo, lo que denota es ese complejo de inferioridad que antes comentaba.

Sí, pero en ese sentido sí que hemos mejorado algo. A mí me han obligado a ser mejor persona de lo que le obligaron a ser a mi padre y espero que en las siguientes generaciones el estigma del machismo no sea tan acusado. Pero, en el fondo, creo que mantenemos la misma estructura mental que teníamos en los años 50. Hay pocas sociedades que disfruten tanto criticándose a sí mismas sin hacer nada al respecto. Nos gusta y nos divierte el placer que nos da el hecho de flagelarnos, nos sentimos muy a gusto yendo a un bar a pegar puñetazos encima de la barra para hablar mal de los políticos pero no se nos ocurre meternos en política para intentar cambiar las cosas. Esa actitud tan extendida genera una sociedad muy particular y esa esencia yo creo que la mantenemos no ya desde los tiempos de Franco sino, que si lo miramos en perspectiva, los españoles hemos cambiado muy poco desde la época de Fernando VII.

 

¿Estaríamos ante una especie de mal endémico?

Completamente y yo creo que es algo que tiene que ver con el hecho de que, en general, tenemos una burguesía que siempre ha sido muy paleta. En España la gente con dinero es muy insegura y cualquier manifestación cultural que cuestione su poder la asumen como si se tratara de una afrenta. De este modo, es muy difícil que haya un cambio de paradigma con una clase dirigente que solo busca reafirmarse en su poder yendo al campo al oler el sudor del campesino o acudiendo al ejército para laminar los movimientos sociales que emergen con intención de cambiar las cosas. Entonces, si no hay un cambio ni por arriba ni por abajo lo único que les queda a las clases medias es doblegarse y en esas andamos desde la noche de los tiempos. Pero, al mismo tiempo, nos queda el orgullo, el orgullo de los numantinos que fue un grupo de pastores que acabaron quemándose a sí mismos para escapar de la influencia de la civilización romana y de repente te descubres pensando «pudiendo presumir de nuestras raíces romanas ¿por qué tengo que reconocerme en Numancia? ¿Quién nos ha dado como sociedad ese norte espiritual? ¿Quién nos ha hecho creer que nuestro destino es sufrir y resistir?».

 

En el fondo esa actitud también define nuestra relación con el otro ¿no? Ese es un argumento que estaba muy presente en la novela de Azcona y que también aparece en su película.

De hecho, cuando hablamos de “Los europeos” todo el mundo piensa que nos estamos refiriendo a “los otros”. Es curioso pero no creemos formar parte de ese grupo y eso ya es sintomático de esa querencia que tenemos los españoles por aislarnos del resto. Cualquiera que haya asistido a una junta de vecinos ha podido comprobar que en este país hacer patria es algo muy complicado.

En ese sentido, el final de «Los europeos» resulta bastante demoledor con el personaje de Raúl Arévalo exhibiendo autosatisfacción tras haber elegido la mediocridad de lo propio antes que la incertidumbre de lo desconocido.

Tiene que ver con la idea que te comentaba antes de que nos gustaría que el espectador se sintiera concernido y no viera “Los europeos” como si se tratase de una simple historia de época sino que asumiera que el conflicto que vive el protagonista es algo que nos toca de cerca. Es curioso porque en las novelas jugar con las expectativas del lector es algo que da prestigio y en ese sentido se aceptan mejor los finales tristes mientras que en el cine, como tiene esa cosa emocional, el espectador se siente traicionado si la cosa no acaba bien. Pero yo creo que más allá de la extrañeza que puede procurar un final tan poco reconfortante, resulta positivo que eso pueda alimentar el debate posterior. Porque una película no se acaba cuando se encienden las luces de la sala sino que continúa viva después, cuando vas al bar con los amigos e intercambias impresiones acerca de lo que acabáis de ver al calor de unas cañas.

 

¿No resulta paradójico defender ese placer y estrenar la película en streaming? ¿El cine está condenado a dejar de ser una experiencia colectiva?

A ver, nosotros hemos hecho esta película para que se vea en cines y, de hecho, no renunciamos a que pueda estrenarse en salas. Lo que pasa que ya había una tendencia, que esto del virus ha acentuado, a cuestionar los calendarios de exhibición. Yo creo que dentro de cinco años el espectador estará en disposición de decidir si prefiere ver una película en el cine o en su tablet y no creo que vayan a ser experiencias excluyentes. Nosotros hemos estrenado en streaming un poco obligados por las circunstancias pero para mí eso no elimina la posibilidad de que, dentro de un mes o un mes y medio, la película pueda ser vista en los cines. Y, en ese sentido, no puedo sufrir mucho por lo que viene porque, de hecho, ya está aquí.