EDITORIALA

Brutalidad policial, racismo impune y tiempo de cólera

Breonna Taylor ha sido uno de los nombres más coreados en las calles de EEUU desde que en mayo, tras la muerte del afroamericano George Floyd, se extendiera la resistencia contra la brutalidad policial y el racismo. Empleada sanitaria de 26 años, dormía junto a su novio, Kenner Walker, cuando tres policías blancos irrumpieron en su domicilio en una operación antidroga. Entraron sin aviso previo, y tras coger Walker su arma legal al creer que estaban asaltando la casa, la acribillaron a balazos. No encontraron rastro de drogas. Ayer, la indignación, la rabia, las lágrimas y la sensación de que los afroamericanos no pueden ni dormir en paz en su casa brotaron cuando se comunicó la exculpación de los tres agentes blancos. Además, como en una especie de burla, el jurado imputó a un detective por imprudencia temeraria, por los proyectiles que fueron a parar al apartamento contiguo al de la fallecida.

Tras conocerse la noticia se produjeron incendios, manifestaciones, dos policías resultaron heridos de bala en Louisville. La ira se propagó por otras ciudades de EEUU, en Nueva York, Washington, Atlanta o Chicago. El legado del racismo es profundo y muy presente. Antes y ahora, la realidad es dura para los afroamericanos, siguen siendo deshumanizados y tratados injustamente.

Esas protestas son un rayo de esperanza. Muestran que si alguna vez hubo un momento para la acción guiada por impulsos radicales, ese momento es ahora. Toda esta tensión y violencia desatada en las calles ocurrió el mismo día en que Trump aseguró que no habrá transición pacífica del poder tras las elecciones, cuando intenta suprimir el voto por correo y controlar el Tribunal Supremo, en plena recesión económica, con paro récord, con una nefasta gestión de la pandemia que ha costado más de 200.000 muertos. Los ingredientes están ahí: EEUU parece que va hacia una guerra civil cultural, y esta vez no tendrá la suerte de contar con un presidente como Abraham Lincoln.