Iker BIZKARGUENAGA

Pretérito imperfecto

Vivimos días de vértigo, en los que las cosas ocurren a una velocidad imposible de digerir y que evocan aquella segunda semana de marzo en la que todos acabamos encerrados en casa. Pero si en primavera entramos en shock a causa de algo que jamás pensamos que nos ocurriría, ahora prima la estupefacción, con un poco de enfado y un mucho de hastío. O al revés.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Es una pregunta que se está haciendo en el trabajo, en el metro o mientras espera a sus hijos e hijas a la entrada de la escuela mucha gente, que no entiende que hayamos pasado de cero a cien en las restricciones de repente. Y los expertos responden que hasta aquí hemos llegado por correr demasiado, por quemar etapas en la desescalada cuando no se habían apagado los rescoldos del primer fuego y no estábamos preparados para el siguiente.

Faltaban rastreadores, medios, personal y estrategia. Y sobraban prisas. La nueva normalidad fue pura operación de marketing para reactivar el consumo y el turismo, ante el apremio de aquellos que manejan la barca de la economía.

También de la vasca. En ese lamentable tour de force, la imagen de Iñigo Urkullu y Miguel Ángel Revilla en Kobaron para abrir la A-8 fue grotesca. Adelantaron el fin del estado de alarma por ser más chulos que nadie, y el cierre de esa autopista esta semana es el negativo de aquella fotografía.

Al lehendakari, con todo lo lento que ha sido para adoptar medidas de prevención –es inexplicable que no actuara en Gipuzkoa cuando era controlable–, le ha faltado tiempo para caminar en dirección contraria. También en la campaña de esas elecciones que convocó tirando una moneda al aire, en la que no paró de decir que lo peor había quedado atrás. Tocaba escenificar normalidad y hablar de la pandemia en pasado, como si fuera cosa de un tiempo pretérito, tan imperfecto –o calamitoso– como está siendo este presente. A ver el futuro.