Imanol Olabarria Bengoa
GAURKOA

Jesús, una carta de amor para ti

Jesús, Chuso, Naves, amigo, te has ido y nos dejas en este mundo que juntos luchamos por cambiar y... y bueno, hicimos lo que pudimos. Pronuncio tu nombre y dos palabras acuden íntimamente fusionadas a él: asamblea, igualdad. Nacimos en pueblos diferentes y nuestras vidas se cruzaron en Gasteiz en 1975. Tu recién llegado de Argentina huyendo de la dictadura, yo de otras luchas aquí en Euskal Herria, los dos recién conseguido empleo en Mercedes y Cablenor tras sortear los filtros y listas negras empresariales. Eran otros tiempos, ni mejores ni peores, otros, bien distintos; entonces comenzó nuestra relación y posterior amistad.

El sindicato, vertical como la sociedad entera, sin derecho de reunión, asociación o huelga reconocido. Actuando en la clandestinidad, unas pocas trabajadoras y trabajadores de distintas fábricas fuimos juntándonos poco a poco, y allí nos encontramos por primera vez, compañero. Ignorando y olvidando nombres, compartiendo sueños y luchas, acordando mínimos con pretensión de que alimentasen máximos: convenio único para personas trabajadoras de ramas distintas, subidas de sueldo lineales, asambleas transparentes y participativas donde nadie fuese más que nadie y con portavoces revocables en todo momento.

Aquellos sueños están olvidados. Pero nos quedó el orgullo de que, a pesar de ser una lucha economicista en sus reivindicaciones iniciales, por encima y por delante de todos los logros antepusimos la admisión de todos los despedidos y la liberación de todas las detenidas. Ello nos costó sudor y lágrimas, y sangre: la de Pedro María Ocio, Romualdo Barroso, Bienvenido Pereda, José Castillo y Francisco Aznar, y la de los cientos de personas heridas en la masacre policial.

Poco después de los asesinatos fuimos detenidos y acusados de sedición. Como el régimen había impuesto el silencio absoluto sobre las huelgas de Gasteiz, nos encarcelaron en el reformatorio de menores de la cárcel de Carabanchel, aislados del resto de presos políticos. ¿Te acuerdas Jesús? Allí perdimos contacto con la lucha de la calle, pero recibimos una intensa lección de sociología de la mano de los más machacados desde la cuna. Allí estrechamos nuestra relación a base de compartir horas, días y meses. En agosto de 1976, cuando llevábamos siete días de huelga de hambre en solidaridad con los presos sociales organizados en la COPEL, nos soltaron de repente por aquella amnistía que en un principio celebramos y que pronto repudiamos indignados porque blindaba con la impunidad a cuantos en cuarenta años de dictadura habían actuado de modo corrupto y criminal. ¡Cómo nos la metieron!

Debilitados por la huelga de hambre llegamos a Gasteiz en tren, agotados corrimos delante de la Policía que cargó contra nuestro recibimiento en la propia estación. Rápido comprobamos que para entonces el espíritu de las huelgas de Gasteiz decaía ante la avalancha de delegación «democrática» orquestada, para que todo cambiase sin que nada cambie, que se imponía.

De la sintonía creada en aquella convivencia forzada nació la idea convivir por elección. Junto a nuestras compañeras de vida Karmen y Bego, con aquellas cositas que eran entonces Ana, Javi, Maite y Zigor. Tratando de vivir en común, de compartir proyectos y cariños, hijos y paternidades más allá de la familia biológica. «Somos hermanas, pero de distinta barriga», ¿recuerdas aquella explicación a la descolocada profesora, compadre? Aquella experiencia no tuvo largo recorrido, nos dejó llantos y alegrías, pero fue enriquecedora.

Cómo olvidar aquel texto de María Mies, a mediados de la década de los ochenta, que impacto en nuestra linea de flotación: «el hombre blanco es lo que es gracias a la explotación y la guerra contra la naturaleza, la mujer y el Tercer Mundo». Así caímos, tu primero y yo después, en ese intento colectivo antimilitarista que es Gasteizkoak. Durante décadas tejimos complicidades junto a tantas personas, gestionamos de la manera más constructiva que supimos nuestro odio con este sistema de muerte, sin renunciar nunca al sueño de acabar con él a base de vida.

En medio del declive que sentíamos aquí nos ilusionó la estrella naciente de allí, de Chiapas. A comienzos del 2000 volamos el charco juntos, y reconocimos en aquellas tierras trazos de nuestras luchas anteriores: nadie por encima de nadie; mandar obedeciendo. Asumimos el papel de «escudos humanos» que se nos propuso «aprovechando» que, a diferencia de las vidas indígenas, las europeas valían algo a ojos de militares y gobernantes. Y reconocimos la crudeza de la injusticia. ¿Recuerdas el impacto de descubrir que no ponían nombre a las criaturas hasta los cuatro años para poder olvidarlas mejor, ya que la mayoría moría antes de esa edad? ¿Recuerdas también que las mujeres añadían unas gotitas de guaro (aguardiente) al último biberón de la tarde para que las criaturas no despertaran por la noche pues no había qué dar? Y de forma imprevista dimos fin a nuestra estancia en Chiapas por la muerte de Manolo, tu hermano.

Y quién nos iba a decir que una vez jubilados formaríamos un grupo de monte, junto a Olegario y «Chispas» primero y junto a muchos más después, manteniendo durante años esa salida semanal que tiene tanto de naturaleza y paseo como de conversación, reflexión y amistad.

¿Recuerdas las visitas a Josu Ormaetxea y Patxi Cabello en la cárcel de Granada? ¿Y a la vuelta la visita a Marinaleda y a sus tierras ocupadas y cooperativizadas? ¿Las concentraciones por las personas presas de cada viernes en Gasteiz?

Jesús, este largo recorrido no hubiese sido posible sin ti, sin tu presencia y acompañamiento. Obligado placer es darte las gracias, y reconocer que uno da sus pasos aparentemente propios siempre junto a otros.

Jesús, camarada, compañero, compadre, cómplice, amigo. Arrieros somos, en el camino nos cruzamos hace ya tanto, en el camino hemos seguido juntos, en el camino seguiremos encontrándonos.