Raimundo Fitero
DE REOJO

A caballo

Es fascinante. Todo lo que se está viendo de la erupción del volcán en la isla de La Palma provoca una detención de casi toda otra actividad contemplativa o deductiva. Hay aportaciones técnicas que deslumbran. Lo que los políticos llaman de manera grandilocuente, «la ciencia», demuestra que, si se atiende de una manera oportuna la investigación y se destinan recursos económicos suficientes, las predicciones de los cuerpos técnicos y tecnológicos puede ahorrar muchos disgustos, ya que hay posibilidades de calcular ciertos comportamientos de los fenómenos de la naturaleza con una precisión conmovedora.

Hasta este momento es un espectáculo audiovisual de primer orden. Nos hemos sumergido en un aprendizaje urgente sobre sismología y vulcanología que nos produce un éxtasis en diferido. El desastre económico y social está sucediendo en un paisaje cambiante. El ver un antes y un después de unos edificios nos coloca ante una suerte de hecho histórico ya asumido. No parece ser una verdad en tiempo real. La colada de lava avanza lentamente, pero imparable. La desolación es incomparable. Los vecinos rescatan las escrituras de sus casas. El tiempo y los relojes. Las administraciones tienen relojes, la naturaleza tiene tiempo.

Sin tiempo para encontrar un resquicio de humanidad, se superponen las imágenes de los guardias fronterizos de Biden apaleando con saña montados a caballo a los haitianos que huyen de sus desgracias crónicas. Son de una virulencia que asfixian el raciocinio. Es una columna de personas que están en la frontera de Texas buscando un poco de esperanza y encuentran una feroz represión. Los haitianos son afrodescendientes y los que van a caballo son blancos. Estampas antiguas de racismo y/o esclavismo que suceden ahora mismo. No hay respiro. El magma vertiginoso de la exclusión.