Jon Odriozola
Periodista
JO PUNTUA

Sobre el cooperativismo

Bajo el capitalismo, las cooperativas tienden a alejarse de sus iniciales principios democráticos y asamblearios, y se ponen en manos de «expertos» que no pueden sustraerse a las leyes del marcado, la anarquía de la producción, que diría Marx

Sharryn Kasmir, autora del libro publicado por Txalaparta en 1999, titulado «El mito de Mondragón», dice que el cooperativismo (en general) comparte con la ideología fascista la negación de la lucha de clases. Es cierto, pero incompleto, puesto que el cooperativismo ya fue ensayado por socialistas utópicos, en el siglo XIX, como Owen y Fourier y sus falansterios, o el mismísimo Lenin, aprobando, en un momento dado y bajo la construcción del socialismo, la colectivización agraria como reorganización de pequeñas economías campesinas individuales transformándolas en grandes haciendas colectivas mecanizadas. Una colectivización que empezó, ya muerto Lenin, en 1929 y que no fue forzosa -como regurgita espasmódicamente el mantra anticomunista hebefrénico- para los pequeños campesinos, sino para los koljoses, es decir, a los más privilegiados, a los jauntxos, diríamos aquí.

Quien pasa por ser el alma máter del cooperativismo vasco es el Padre José María Arizmendiarrieta quien, recién ordenado sacerdote, llegó a Mondragón en 1941 y se encontró con que los trabajadores todavía tenían viejos tics sindicalistas de clase con rescoldos. Este cura (en cuyo funeral,en 1976, estuvo -a su pesar- Tejero destinado entonces en Gipuzkoa) se propuso convertir a los obreros en pequeños propietarios. El objetivo que siempre persiguió el sindicalismo de corte nacionalista vasco de raíz confesional, como era STV-ELA desde su fundación en 1911 en la calle Correo del Casco Viejo bilbaino.

El cooperativismo vasco, con resonancias sabinianas, igualitaristas, comunales y precapitalistas, como ombliguismo onfalomaníaco extramuros de análisis alógenos dizque marxistas, extranjeros.

El cooperativismo como ideología -y Arizmendiarrieta la tenía- elimina la contradicción entre capital y trabajo, entre los medios de producción y los trabajadores pues todos participan -se supone- de la propiedad, la gestión administrativa y el reparto. Fagor Electrodomésticos parece desmentir ese carácter milagrero.

Las cooperativas no son -no deberían serlo- propiedad individual, sino colectiva. Son un avance cuando la propiedad está fragmentada, pero, por sí mismas, las cooperativas reproducen una economía mercantil y, finalmente, el capitalismo y sus relaciones de producción.

Como decía Santi Ramírez, bajo el capitalismo, las cooperativas tienden a alejarse de sus iniciales principios democráticos y asamblearios, y se ponen en manos de «expertos» que no pueden sustraerse a las leyes del mercado, otrosí: la anarquía de la producción, que diría Marx.

Y el viejo Marx vuelve a tener razón: todo lo sólido se desvanece en el aire del bluff capitalista, de su burbuja. Pero no se desinfla ni se desmorona solo ni de maduro...