Iñaki LEKUONA
Periodista
AZKEN PUNTUA

Pedazo de tarta

En junio de 2006, a Ségolène Royal se le quedaba cara de flan con nata tras el tartazo propinado por un joven votante frustrado que pagó su inquina con 150 euros de condena. Pero ese tratamiento edulcorante para el cutis de la candidata socialista no era una técnica estética nueva. Aquel estudiante dedicó su gesto a un belga, un tal Noel Godin, que abanderó desde los setenta un movimiento de no violencia activa al que la prensa denominó entartadores.

Entre los objetivos, el estirado filósofo Bernard-Henri Levy, el ínclito jacobino Jean Pierre Chévènement, el giñol Jean Pierre Raffarin o el mismísimo Napoleón Sarkozy. La mayor pena dictada a esos bellacos de la pastelería llegó a los 2.500 euros, todo un récord por un postre de chantilly que en el supermercado no valdría mucho más de una docena de euros.

Pero en España, el país del pasteleo, un gesto simbólico como ese es ajusticiado por la Audiencia Nacional como si de un acto criminal se tratara. De suerte que los tartalaris de Barcina, que cometieron su tropelía en territorio del Estado francés, fueron juzgados en tierra rojigualda como si en lugar de nata hubieran arrojado ácido sobre la cara dura de la presidenta de la Comunidad Foral. El fallo no podía ser, por tanto, otro: pena de cárcel.

Pena, penita de cárcel, es lo que el resto de ciudadanos reflexiona pensando en la caterva política que se llena los bolsillos a su costa. Pero esto es España: un país de golosos sinvergüenzas que no piensan más que en repartirse el mayor pedazo de tarta. Y que nadie se acerque ni a las migas o le caerá desde ahora un chocolate de 600.000 euros. Encima pretenden que nos traguemos sin más este churro de democracia que caducó en el 78.