Antonio Álvarez-Solís
Periodista
AZKEN PUNTUA

Mandela

La muerte de Mandela obliga al escritor a escribir. Mandela forma, con Gandhi y con Marthin Lutero King el trío más importante de los moralistas políticos del siglo XX. La política, que había sido invadida por un maquiavelismo pedestre, se redime en ellos al recuperar su perfil moral, que es la gran virtud que ha de protagonizar la política si no quiere verse reducida a un ejercicio despreciable. Es falso que la política sea el arte de lo posible, entendiendo lo posible como la explotación o la corrupción de cada día. Lo posible ha de ser también un posible moral, un posible ético. Para que ello sea factible ha de revestirse de claridad y aceptar todas las libertades entorno.

Mandela, Lutero King y Gandhi dejan en herencia lo único auténticamente humano que tiene el hombre: el diálogo, la palabra limpia que transporta una razón sincera. Con ellos todo se podía decir y escuchar. Bastaba como certificado de bondad en lo que decían su constante voluntad de tener al «otro», como destino noble. Un «otro» respetado, un «otro» que siempre habrá de ser algo de nosotros mismos si aspiramos a la paz. Un «otro» que dejó como su herencia la Grecia clásica y que luego fue rebrotando en seres de color que surgieron aquí y allá cuando la raza blanca agotó su reserva ética y se convirtió en la maldición imperial; en la «gran cosa».

Los tres grandes de la moral humana en el último siglo han muerto. Mandela lo ha hecho en el umbral mismo del Nacimiento, circunstancia que debiéramos aceptar como un símbolo de esperanza y una obligación de fe en el bien necesario de la libertad verdadera. La lucha es esa.