Joseba VIVANCO
Los leones sacan a relucir en Anoeta todas sus virtudes y defectos

En la salud y en la enfermedad

La falta de ese último pase y de acierto cara a gol que les lastró en el derbi la arrastran los rojiblancos las últimas temporadas.

Nada más anotar Rubén Pardo el anecdótico segundo gol realista al alimón con el pitido final de un intenso derbi, impotencia es la palabra que se ajustaba al sentir de la familia rojiblanca. Desazón para el que un no tan viejo conocido como Marcelo Bielsa hubiera tenido, seguro, algún análisis tonificador. Y es que si echamos la vista atrás, poco atrás, no queda sino asumir que lo visto en Anoeta es la moviola de tantos partidos en los últimos tiempos, ya sea con el argentino o con el propio Ernesto Valverde. «El Athletic no es un equipo que resuelva los partidos con facilidad», acertadamente sintetizó Bielsa, una conclusión que el propio Txingurri ha repetido este curso palabra por palabra. Y su desencuentro con el gol y en gran medida con esa última asistencia que haga la mitad del trabajo está detrás de esa cruz.

En Anoeta se perdió una batalla pero no la guerra, porque donostiarras y bilbainos parece lógico que se jueguen la cuarta plaza que da derecho a Champions, sea entre ellos solos o con algún invitado más. Porque el Athletic también ganó crédito a pesar de la derrota. Fue mejor que su rival, demostró un poderío físico esculpido estos últimos años y que no da por terminados los encuentros hasta el minuto noventa y más allá, consolidó una pareja de centrales que combinan juventud y veteranía como pocas, una dupla de `bomberos' en la medular más que envidiable, dejó muestras de que tiene un más que aceptable abanico de `trescuartistas', pero le sigue pesando como una losa sacar la cátedra de los últimos veinte metros.

No faltó oficio, tenía razón Valverde en su exposición, porque incluso el Athletic cometió más faltas que en otros partidos pero casi todas de manera inteligente y repartidas -Gurpegi vio la quinta y no estará ante el Almería-. Faltó sangre fría arriba, prefirió decir. Falló ese último pase, como ya le sucedió al Athletic en el Pizjuán, y por eso lo sucedido no es nuevo. Tras aquel partido en Sevilla, el propio Txingurri hizo hincapié en ello, en un lastre que se arrastraba también al menos las dos últimas campañas. El último pase, ese que determina poner la pelota franca al rematador. Baste un dato, Markel Susaeta -no lo olvidemos, quinto máximo asistente de la Liga- solo acertó en dos de los catorce centros que intentó. Así es imposible.

Falta último pase y, tampoco es novedad, faltan hombres-gol, porque Aduriz estuvo desasistido sí, pero también muy lento, intrascendente y nunca en el sitio idóneo. Porque Susaeta, Muniain, Herrera, Ibai llegan con soltura, inquietan, pero carecen del gol de Griezmann, Vela o incluso Chory Castro.

El francés y el mejicano tienen porcentajes de precisión en sus disparos a puerta esta temporada del 47 y 45%, respectivamente, mientras que en Susaeta o Muniain son del 48 y 43%, pero los primeros suman 51 y 40 remates y los segundos 25 y 21. Por no hablar del pírrico 25% de precisión en los disparos de Aduriz y no digamos nada del pobrísimo 12,5% de los de Herrera, de cuyos 24 chuts, solo 3 han encontrado portería.

Decidió un instante, no la pegada

Aunque para hacer justicia, en Anoeta ni siquiera fue cuestión de pegada, sino más bien de un lapsus, de un chispazo, de un instante en el que la balanza se decanta a favor de Griezmann al que el rebote de Iraizoz increíblemente le vuelve a su bota de seda, y no lo hace hacia el cabezazo de Gurpegi o la mano de Markel Bergara en el área que el árbitro no ve.

Porque el Athletic fue intensísimo, asfixió el juego realista, combinó con velocidad y casi siempre con acierto, jugó muy cómodo a la contra en la primera mitad, con salidas rápidas, y pasó a mandar y llegó arriba en la segunda ya con el marcador en contra, aunque quizá menos acertado en los pases por las prisas y un juego acelerado -Balenziaga, por ejemplo, recordó al de sus primeros tiempos, empeñado en estrellar sus centros contra el defensor-, pero demostrando las ganas de no dar nada por perdido. Estuvo muy acertado el presidente rojiblanco Josu Urrutia cuando valoró que «el equipo transmite buenas sensaciones» a pesar de la derrota. Mismos defectos, mismas sensaciones.

Pinta bien este Athletic que a corto-medio plazo puede empezar a recoger frutos de lo cultivado estos últimos años, aunque urge y se precisa la llegada desde abajo de gente con gol. El carácter y la decisión con la que saltó al césped de Anoeta no hacen sino corroborar que el equipo ha encontrado la estabilidad en su juego, que un nutrido grupo de jugadores también han consolidado su estado de forma, que a este Athletic no se le ganará tan fácil, que en adelante irá a por cada partido porque como rubricó tras el choque el piquito de oro de Ander Herrera «el objetivo es Europa, el sueño la Champions», una meta que la plantilla ya visualiza y se cree, aunque con la boca pequeña.

Este Athletic de Txingurri Valverde ha destapado ya, mediada la temporada, sus coreadas virtudes y sus casi endémicos defectos. La inclinación de la balanza entre ambos determinará su lugar final en la clasificación.