Floren Aoiz
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JO PUNTUA

En el ajedrez no puntúan los puñetazos en la barriga

Mientras se apuntan nuevos tantos represivos y los celebran a bombo y platillo, son incapaces de comprender que hace tiempo que el juego cambió

Dice el pensador crítico latinoamericano Enrique Dussel que la represión antipopular es un signo de la pérdida de poder de la institución opresora, lo que resulta sorprendente, pues frecuentemente las acciones represivas son presentadas como actos de fuerza.

Resulta obvio que en algunas ocasiones, la persecución de la disidencia puede fortalecer a un régimen, pero incluso en esos casos, el origen de la represión debe situarse en la toma de conciencia de una situación de riesgo para un determinado sistema de poder. Los regímenes más estables y seguros son aquellos que ni siquiera precisan el ejercicio de la represión, bien porque no hay ningún riesgo de subversión, bien porque la mera amenaza del uso de la fuerza posee un eficaz efecto disuasorio.

Traducido todo esto al particular lenguaje de nuestro escenario, al movilizar cientos de guardias civiles, detener y encarcelar a personas por su mera posición política, el Estado español pretende hacernos llegar el mensaje de que no se corta un pelo y está dispuesto a recurrir a sus mecanismos represivos -que los tiene, y son muchos y potentes- para marcar las reglas del juego desde una posición de firmeza, sin importarle las reacciones que esto pueda provocar, pero significa exactamente lo contrario.

En realidad, este estado, la fallida séptima potencia mundial, monitorizado por los mercados, un satélite más en la órbita alemana, ha sido recientemente objeto de una bofetada internacional por medio de dos sentencias del TEDH. Sucede, además, que el Reino de España se enfrenta a una generalizada debacle en materia de legitimidad, mientras la corrupción lo corroe todo. Por si esto fuera poco, es incapaz de satisfacer las demandas democráticas de vascos y catalanes y responde con una intransigencia que no hace sino debilitarlo más y profundizar su crisis.

El Estado español es incapaz de producir futuro y no puede asegurar la continuidad del actual orden, porque, en realidad, ni siquiera sabe si va a sobrevivir y, en su caso, cómo, a esta profunda crisis. Además, el creciente fanatismo impide un diagnóstico sosegado de la crisis e impone maniqueísmos estériles que sirven para justificar una involución que si bien se presenta como mecanismo de salvaguarda del estado, en realidad le acarrea más lastre en su caída por el precipicio.

Este estado ni puede, ni sabe ya generar adhesión. Por eso cada vez percibe con mayor inquietud que sólo le queda dar miedo.

Y así nos vemos inmersos en una nueva versión de la espiral acción-represión-acción, pero ahora no se trata de acciones armadas, sino de iniciativas para la resolución. Para alucine e indignación de nuestra sociedad, cada paso hacia la solución es respondido con nuevos zarpazos represivos. Una coz cada vez más fuerte frente a cada mano tendida.

Mientras se apuntan nuevos tantos represivos y los celebran a bombo y platillo, son incapaces de comprender que hace tiempo que el juego cambió y en el ajedrez no puntúan los puñetazos en la barriga.