Dabid LAZKANOITURBURU Periodista

Nunca segundas partes fueron buenas, y menos en Ucrania

Confieso que hasta hace unos días asistía con una sensación de déjà vu a la crisis que asola a Ucrania desde diciembre. «El Gobierno hará una serie de concesiones y hasta la siguiente», pensaba para mis adentros.

Craso error. El presidente Yanukovich ha ofrecido a los líderes opositores entrar al Gobierno, ha sacrificado a su primer ministro, ha derogado las leyes que le permitían endurecer la represión y ha ofrecido una amnistía general a cambio de que acabe la ocupación de los edificios gubernamentales.

Ni por esas. La oposición dice desconfiar del «abrazo del oso» de Yanukovich. Pero teme más que se evidencie que es incapaz de controlar sus filas, capitaneadas por sectores ultras que no quieren ni oir hablar de diálogo y que cuentan a su favor con el fiasco que supuso su «revolución naranja» de 2004. Y lo que verdaderamente le aterroriza es repetirlo, por lo que ha optado por hacer de su incapacidad virtud y utilizar a esos mismos sectores como fuerza de choque. Peligroso y con difícil vuelta atrás.

Como un eco de Bangkok, lo único que exigen en la Euromaidan es la cabeza de Yanukovich. Y no me extrañaría que emularan finalmente a los opositores tailandeses rechazando incluso una oferta de elecciones anticipadas. Que podría volver a ganar el presidente. Hoy o dentro de cuatro años.

El Ejército invoca abiertamente «medidas urgentes para salvar la integridad territorial del país». ¿Les suena?

El mercurio sigue subiendo en la gélida Kiev. Y amenaza con estallar.

Ojalá me vuelva a equivocar.