IRATXE FRESNEDA
PERIODISTA Y PROFESORA DE COMUNICACIÓN AUDIOVISUAL
ANÁLISIS | Festival de cine de Berlín

El espíritu del Doctor Caligari regresa a Berlín

Resulta extraño caminar por una Berlín primaveral, en pleno febrero, primaveral en las temperaturas y en el ánimo de las gentes. No hay nieve y se hace sencillo el paseo por sus avenidas, corretear de un cine a otro sin aliento y sin apenas descanso mental.

El cielo sobre Berlín cobija las miradas cinéfilas y mitómanas que buscan quien sabe qué nuevo estímulo para seguir creyendo en el milagro del cine. Estos locos ilusos reciben aquí, a veces, imágenes que agitan conciencias. Imágenes como las que llegan a través de películas como «Difret» de Zeresenay Mehari, el primer largometraje del realizador etíope recibió el premio del público en el pasado festival de Sundance.

La cinta cuenta la historia de una niña a la que secuestran a la salida del colegio en una aldea de las afueras de Addis Abeba. La suya es la historia que se repite con todas las mujeres de su comunidad, una comunidad en la que la práctica del secuestro como medio para escoger esposa continua siendo tradición. Basada en la historia de vida de Hirut, la película ha contado con el apoyo de Angelina Jolie como productora ejecutiva y embajadora. Un «puesto» sumamente necesario en el caso de este relato con serias dificultades para ser financiado que, de algún modo, da sentido a eso que, de existir, se denomina «cine con vocación social». Un cine que se convierte en testigo de esas realidades que rara vez son mostradas en la gran pantalla y a las que les damos la espalda. A Etiopia el cine no la incluye en sus mapas, eso es un hecho. Ese medio de comunicación de masas que consigue llegar a las salas y a los hogares y, por qué no, a los corazones y mentes, es una rara avis en el país africano. De hecho, «Difret» es una de las pocas películas rodadas en Etiopia. De un modo casi artesanal, amateur si se quiere, se convierte para el cinéfilo en estimulo primitivo ante una mirada resabiada. Al mismo tiempo, obliga al espectador a empatizar con la realidad de las mujeres etíopes, con la crudeza de su situación de indefensión ante un sistema patriarcal que las mantiene oprimidas mediante una violencia machista enquistada en todas las instituciones sociales.

Pero lejos de construir un retrato victimista, la cinta habla de empoderamiento, de la solidaridad entre mujeres, de la necesidad de seguir creyendo en las causas que algunos dan por perdidas, de lo necesario de estar del lado de las perdedoras. Lejos de ser una obra maestra, lejos por momentos de tratarse de un trabajo en manos de alguien que domina el oficio del cine, detrás esta película pequeña y algo maltrecha en su estética y su narrativa, está la fuerza de un equipo implicado en conocer una situación compleja, de un equipo que se ha esforzado por emocionar y que lo ha conseguido.

En cambio, podríamos decir, que un director brillante como George Clooney, sobrado de medios, se ha quedado a kilómetros de distancia de conseguir precisamente eso, crearle al espectador algún tipo de emoción con «The Monuments Men». Hemos sobrevivido a una proyección disparatada, divida en dos por un desgraciado accidente y que ha prolongado el sufrimiento del visionado de la cinta. Un largometraje en el que ninguno de todos los buenos ingredientes (actores, música, historia, homenajes y dinero) consigue encajar para lograr un todo que adquiera sentido, crear un puzle que haga de esta película una buena película. Sin embargo, a su lado, un proyecto tan disparatado como «Is the man who is tall happy?» de Michael Gondry consigue arrebatarle toda la atención y la energía al espectador que acabará exhausto después de exponerse ante las brillantes animaciones de Gondry en torno a las divagaciones científicas de Noam Chomsky. Mordaz, valiente, sobrecargada, esta película exige a la audiencia quizá más de lo que puede dar saturándola de información difícil de digerir en un único visionado. .

Estimulante, atrevida, esta película es un ensayo error de muy alto nivel y un magnífico acercamiento a la historia de vida del extraordinario lingüista norteamericano y a su pensamiento. La Berlinale número 64 ha apostado claramente por el cine anticomercial, casi a lo loco, desde los márgenes, quizá recuperando ese espíritu rebelde y provocador con el que debieran seguir identificándose los festivales. El mercado es otra cosa, todo está a la venta, pero la exhibición aquí sorprende hasta al más exigente y retorcido de los espectadores. Eso sí, la promoción es la promoción e incluso Volker Schlondörff entrega fotografías firmadas a sus entrevistadoras. Queda todo un festival por delante y muchas emociones por conquistar. Particularmente creo que me quedaré con la copia restaurada de «Das Cabinet des Dr. Caligari», de Robert Wiene, acompañada de la música del neoyorquino John Zorn, un sueño.