Jaime IGLESIAS MADRID
Zinema zuzendaria

«En `Ida' evoco la memoria sensorial de mi infancia»

Nacido en Varsovia en 1957 pero formado como cineasta en Gran Bretaña, Pawel Pawlikowski regresa a su tierra natal con «Ida», acaso su filme más personal, fascinante y rotundo que se estrena hoy tras haberse impuesto en Festivales como los de Londres o Gijón. La película propone un viaje en el que dos mujeres se enfrentan a sus propias convicciones y ausencias, luchando contra los fantasmas del pasado.

A pesar de ser uno de los cineastas polacos más reputados del panorama internacional, Pawel Pawlikowski no había rodado jamás en su país de origen. Emigrado a los 14 años a Alemania y, con posterioridad, a Gran Bretaña, sus primeros trabajos fueron para la televisión como realizador de documentales. Muchos críticos han determinado que quizá aquellas primeras obras influyeran en la factura austera y el estilo realista del que se han nutrido, posteriormente, sus largometrajes de ficción, algo que él admite, pero con reservas: «Un documental no deja de ser una construcción, en ese sentido cuando he trabajado en ese registro, siempre he querido imprimir a mis trabajos una cierta estilización. Y, al contrario, cuando he hecho ficción, mi apuesta ha sido por evitar la sensación de que las imágenes respondían a la estructura previa de un guión». Este deseo de subvertir el canon de representación y jugar con las expectativas del espectador ya estaba en «Last Resort» (2000), su segunda película de ficción, que le valió el BAFTA al cineasta más prometedor.

Ha tenido que pasar más de una década para que Pawlikowski retornase a Polonia a rodar un filme como «Ida». La película narra la historia de una novicia huérfana de dieciocho años a la que la madre superiora la invita a tomar contacto con el mundo exterior antes de tomar sus votos. En ese viaje de extramuros conocerá a Wanda, la hermana de su madre, que siendo su único familiar vivo, nunca ha querido saber nada de ella. Alcóholica y desencantada, Wanda que, en calidad de jurista y militante comunista en los primeros años 50 había formado parte de los tribunales que purgaron responsabilidades tras la II Guerra Mundial, revela a su sobrina la verdad sobre sus orígenes familiares: ambas son judías miembros de una familia denunciada y asesinada por colaboracionistas que se quedaron con sus posesiones. Tía y sobrina resuelven partir a su lugar de origen para recuperar los restos de sus familiares y honrarlos en un viaje de mutuo conocimiento donde se pondrá a prueba la fe de ambos personajes.

Pawel Pawlikowski admite que acaso sea este el gran tema de la película, «pero para mí la fe no es un concepto religioso sino que hay que asumirlo en un sentido mucho más amplio. Wanda, por ejemplo es una persona cuya vida también ha estado dominada por una fe ciega en sus ideas al punto de abandonar a su familia en pos de la militancia. En la película la encontramos en un punto donde esa fe comienza a desmoronarse. Por el contrario, Ida, se debate entre un fuerte apego a la idea de Dios y la institucionalización de ese sentimiento a la hora de profesar e integrarse en la Iglesia. En el alma de los polacos la fe siempre ha ocupado un espacio muy importante, se vive de manera intensa, pero es cierto que esa huella se ha ido poco a poco desvaneciendo ante el protagonismo que se ha arrogado la Iglesia Católica a la hora de ejercer de guardián de las esencias de la fe, impidiendo que cada quien viva a su manera un sentimiento que, finalmente, responde a algo muy íntimo».

Junto a la fe, el otro gran asunto de la película es la confrontación con el propio pasado, que es el que guía la búsqueda emprendida por ambas protagonistas en aras de lograr quedar en paz consigo mismas antes de emprender sus respectivos viajes, de vuelta en el caso de Wanda (cínica y peleada con el mundo) y de partida para Ida (ingenua y expectante ante la novedad). Para Pawel Pawlikowski rodar esta película, ambientada en 1962, también representó, en cierto sentido, entrar en diálogo con su propio pasado: «Obviamente no se trata de una película autobiográfica pero en ella evoco la memoria sensorial de mi infancia, recuerdos de un paisaje melancólico, retazos de vida, rostros, objetos y momentos grotescos que están en mi recuerdo», sostiene el realizador. Sin embargo, rechaza de plano la posibilidad de que ambientar el film en aquella época tenga un alcance alegórico: «Es verdad que aquella fue una época de grandes cambios y que en Polonia se vivieron momentos de apertura y también de tensión e incertidumbre. Me interesaba reflejar ese contexto pero no hacer un filme con implicaciones políticas, porque de ser así lo hubiera situado en un año clave como pudiera ser 1968. Por el contrario el 62 fue un año de cambios imperceptibles, donde se normalizaron ciertas cosas y se vivió el auge de un comunismo de corte más pragmático por oposición al stalinismo, pero donde no hubo sensación de ruptura aparente».

Esa ambigüedad calculada en el discurso del filme tiene su reflejo en el estilo visual elegido por el director polaco para poner en imágenes un relato donde más que certezas, ofrece al espectador espacios para la reflexión: «Quería que la película tuviera algo de contemplativo, que dejase al espectador espacio y tiempo para meditar con calma lo que está viendo, por eso me decidí a rodarla en blanco y negro, en formato 4/3 y sin movimiento alguno en los planos. Me interesaba crear una atmósfera, más que relatar una historia en sí». Este empeño no responde únicamente a una necesidad estética en Pawel Pawlikowski sino que, por el contrario, obedece a una profunda convicción, «prefiero que las cosas fluyan de manera natural sobre la pantalla, escribir la película con la cámara, ir configurando el guión desde la creación de imágenes y no a la inversa».

La película, minimalista pero poderosa y altamente sugestiva, llega hoy a las salas tras su exitoso recorrido por diversos festivales internacionales el pasado año, como los de Londres, Varsovia o Gijón (en los que obtuvo el premio al mejor largometraje) o el de Toronto, donde fue galardonada con el Premio de la Crítica. Todo un logro que no hace sino reafirmar el talento de Pawel Pawlikowski a la hora de articular su propuesta más personal hasta la fecha.