Alberto PRADILLA
EN EL CONGRESO

Argumentos «francos» y reiterados entre el murmullo

Los rostros relajados de líderes políticos españoles al entrar en el Hemiciclo eran puro postureo. Anticipaban un debate más que previsible. Nadie esperaba cambios y los razonamientos «francos» que defendió Rubalcaba terminaron imponiéndose, como se preveía. Siete horas son pocas ante un muro así.

Una veintena de ultras -quién sabe si los mismos que meses antes, durante la Diada, irrumpían a golpes en la sede de la Generalitat de la calle Blanquerna- exhibían su folklore 15 minutos antes del inicio de la sesión del Congreso español. «No nos engañan, Catalunya es España», acertaron a corear durante unos segundos hasta que la Policía española los reubicó junto a Neptuno. Para entonces ni siquiera Mariano Rajoy había llegado a bordo del vehículo oficial y el enjambre de periodistas que acompañan las citas de gala aguardaban en el pasillo interior, saturado de cámaras.

Aunque teniendo en cuenta que los argumentos ya se habían reiterado hasta la saciedad, desde el Debate sobre el Estado de la Nación hasta cualquier tertulia de barra de bar, la expectativa no dejaba de ser postureo. Esa gran mayoría de más del 80% de la Cámara Baja española ya se traía de casa su particular versión del «Catalunya es España», que en el resultado final se parece bastante a lo que los energúmenos rapados vociferaban antes de la sesión del «no». En ese contexto, las referencias a los argumentos «Francos» de Alfredo Pérez Rubalcaba terminaron por convertirse en lo más honesto, aunque involuntario.

Foto y conversaciones

La entrada fue relajada. Rajoy accedió al hemiciclo acompañado de Alicia Sánchez-Camacho, presidenta del PP catalán, voz minoritaria en el Parlament pero que se aferraba al jefe de Ejecutivo español como «hermano mayor» que le legitimase. Previamente, ni una palabra a la prensa. La foto era importante. Por eso, el PSC, a quien se instaba a la desobediencia, llegó en bloque. Aunque teniendo en cuenta lo que se escucharía después, lo sorprendente fue que el presidente español y Rubalcaba no accediesen a sus escaños cogidos de la mano. En esta ocasión el enemigo a batir eran los representantes del Parlament. Y eso pudo comprobarse nada más comenzar la intervención de Jordi Turull. Estar, lo que se dice estar, los diputados estaban todos. Otra cosa es que escuchasen. En medio del murmullo resultaba difícil mantener la concentración. Esa indisimulada conversación venía a ser el símil del mensaje lanzado por las dos grandes bancadas a la mayoría catalana: «Ustedes pueden hablar. Nosotros, a lo nuestro».

El cierre de filas llegó con Rajoy. Arrancó unos aplausos, lanzó tres palabras en catalán que lo alejarían de José María Aznar, que solo practicaba en la intimidad, y terminó puesto en pie y ovacionado. Lo mismo ocurrió con Rubalcaba. Sus señorías aún se permitieron escuchar a Josep Antoni Duran i Lleida. El resto tampoco importaba, como demostró que Rajoy hablaba por teléfono mientras Joan Coscubiela (IU-ICV) le afeaba el desprecio. Siete horas son poco para derribar un muro.