EDITORIALA
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Loiola tampoco es sagrado

Los «yonquis de la política» -expresión acuñada por Jim Vandehei, uno de los fundadores de «Politico», el medio que sigue la actualidad y las tendencias de los núcleos de poder en Washington- ya habrán leído u ojeado intensamente el nuevo libro de Jesús Eguiguren para cuando se publique esta pieza editorial. No hay duda de que su propuesta recuerda los contenidos de las negociaciones que tuvieron lugar en el santuario de Loiola entre el PNV, la izquierda abertzale y el PSE. El autor dice no haberse basado en aquellas conversaciones, pero asume la importancia de las mismas y su influencia en el texto.

Seguramente, esos mismos «obsesos» habrán leído «Loiolako hegiak» de Imanol Murua y «El tiempo de las luces», el libro en el que el periodista Fermín Munarriz entrevista a Arnaldo Otegi, manuscritos en los que también se trata aquel proceso. Es probable incluso que algunas de esas personas hayan recuperado de sus bibliotecas estos textos para confirmar esa relación. Merece la pena hacerlo. Por ejemplo, Arnaldo Otegi lo resume así: «Aquel epílogo [de otro libro de Jesús Eguiguren, «Bases para un arreglo»], junto al preacuerdo de Loiola, los avances producidos en Suiza o el prólogo del llamado «Plan Ibarretxe», sigue conteniendo todos los ingredientes necesarios para construir un acuerdo político de carácter resolutivo».

Ciertamente, la combinación de estos libros, contextualizados cada cual en su tiempo y en sus objetivos, ofrece una lúcida visión sobre lo ocurrido en este periodo y también, por qué no, pistas sobre lo que puede ocurrir en adelante. En todo caso, todos los implicados asumen que aquel momento ya pasó, que de poco o nada sirve la nostalgia y que de aquella experiencia, como de otras anteriores, hay que recordar ante todo cuáles fueron los errores, para no repetirlos.

No sirven diseños cerrados que no se cumplen

En este sentido, que nadie se siente a esperar que estas reflexiones, ni unas ni otras, maduren en el seno de los partidos hasta hacerles recapacitar y recuperar aquel espíritu y algunas de aquellas letras. Ni la resolución del conflicto ni la consecución de los objetivos políticos de la mayoría social vasca van a venir de la mano de un diseño y acuerdo cerrado por parte de los partidos. No al menos en primera instancia. A eso parecía aspirar el PNV y cabía pensar que el PSE lo aceptaría de buen gusto -pero con un planteamiento tan centralista y cerril es difícil que puedan avanzar-. A estas alturas, para poder ser «vendido» a la sociedad vasca, el derecho a decidir tiene que ser la clave de un acuerdo de estas características, y no parece que en ese terreno pueda haber acuerdo hoy en día. Mucho menos con la dinámica catalana lanzada. La izquierda abertzale y el frente amplio que conforman las fuerzas de EH Bildu, por su parte, ya han dejado claro que su estrategia no contempla ese escenario como prioritario. Tal y como explicaba esta misma semana Arnaldo Otegi en una entrevista a Al Jazeera, «la unilateralidad también va a ser necesaria para alcanzar la independencia y hay que empezar a madurar ese proceso sin prisas pero sin pausas, con seriedad, rigor intelectual y mucha pasión». Incluso, como señalaba, sin esperar a tener «completamente resuelta la agenda de las consecuencias» del conflicto.

Dado que de lo que hablamos en este momento es de la propuesta del presidente del PSE, basta analizar la postura de ese partido respecto a Loiola para entender que los avances en la resolución no van a venir de la mano de un diseño de arriba hacia abajo. En vez de reprender a Eguiguren por «estar equivocado», Patxi López y Rodolfo Ares tendrían que explicar a la sociedad vasca por qué si los preacuerdos alcanzados entonces articulaban un suelo común entre las diferentes familias políticas y eran positivos para la ciudadanía vasca en su conjunto, y siendo el cese de ETA si no la única si la variable más importante que ha cambiado desde entonces, ahora mantienen posturas totalmente alejadas de lo que defendieron entonces -posiciones que, en otro formato y contexto, compila «Euskal Herria. Por un nuevo nacionalismo, vasquismo y navarrismo»-. Una explicación lógica y sencilla es que, en contra de lo que dicen, «la violencia política sí tiene un precio». Eguiguren al menos lo expresa en positivo: «Loiola era un proyecto de tal trascendencia, que solo la responsabilidad de lograr la paz lo hizo posible».

Siguiendo esta lógica, habrá quien considere que esto rebate el cambio de estrategia de la izquierda abertzale. Todo lo contrario. Una de las claves está en asumir que los mandatarios españoles firman los acuerdos con plena voluntad de inclumplirlos (el Estatuto de Gernika es el ejemplo más claro), por lo que todo avance en un proceso de estas características debe atender a las potencialidades que abre desde un punto de vista endógeno de la sociedad vasca, desde su capacidad para llevarlo a buen puerto. Generar esas condiciones objetivas y subjetivas, sobre el terreno y no sobre un papel mojado, debe ser la prioridad de quienes quieren un cambio político, tanto en favor de la democracia como de la independencia.

Liderazgos secuestrados

No deja de ser llamativa la situación de estos tres líderes políticos: Arnaldo Otegi se encuentra encarcelado precisamente por haber liderado un cambio de estrategia que ha tenido como consecuencia más visible el cese definitivo e irreversible de la actividad armada de ETA; Juan José Ibarretxe sigue teniendo gran predicamento social, pero fue apartado por su partido tras ganar las elecciones para acercar posturas con un PSE que decidió aliarse con el PP para desbancar al PNV, y no parece que ese partido comparta sus tesis, ni las pasadas ni las actuales; «last, but not least», Jesús Eguiguren parece empujado por el aparato al ostracismo, pese a ser su presidente, y sin embargo un libro suyo remueve los cimientos del socialismo vasco-navarro e incluso el de la cúpula de su partido en Madrid.

En política apenas nada es sagrado, ni siquiera los santuarios, ni las constituciones -digan lo que digan-, ni los líderes. Pero la situación de estas personas, tan diferentes en sus orígenes y en sus situaciones, es un extraño símbolo del periodo que se ha vivido en Euskal Herria desde Loiola hasta hoy en día. Así cabe al menos leerlo.