Alberto PRADILLA
Relevo en la monarquía española

Felipe de Borbón clama por la «unidad de españa» pero solo saca a sus fieles

Con todos los elementos a favor, la proclamación de Felipe de Borbón no fue multitiduniaria y cubrió el expediente con una mezcla de fieles monárquicos y turistas. El nuevo rey español apeló a una pluralidad limitada a la «unidad de españa» mientras la Policía perseguía a quienes trataban de protestar.

«En esa España, unida y diversa, basada en la igualdad de los españoles, en la solidaridad entre sus pueblos y en el respeto a la ley, cabemos todos; caben todos los sentimientos y sensibilidades, caben las distintas formas de sentirse español». En su primer discurso como rey español, Felipe de Borbón trataba de vender su imagen de «pluralidad» ante las reivindicaciones soberanistas de Catalunya y Euskal Herria y la crisis de legitimidad del régimen de 1978. Sin embargo, en el pretendido aperturismo del mensaje se evidenciaban las carencias democráticas del sistema que trata de renovar, aunque sea estéticamente. En primer lugar, como no podía ser de otro modo si se toma en cuenta que estaba siendo nombrado jefe del Estado, al circunscribir la diversidad al marco español en un momento de auge soberanista. En segundo, porque al mismo tiempo que pronunciaba estas palabras en el Congreso, la policía se empleaba a fondo en las calles de Madrid para perseguir a quienes intentaban exhibir símbolos republicanos al paso de la comitiva. Es decir, que ni siquiera quienes reivindicaban otro modelo de Estado español pudieron expresarse.

En ese intento de presentarse como convencido del pluralismo, el Borbón puso énfasis en las lenguas. Dio las gracias en castellano, euskara, catalán y gallego y reivindicó estos idiomas como «patrimonio común» que «debe de ser protegido. «Así lo han considerado y reclamado escritores tan señeros como Antonio Machado, Espriu, Aresti o Castelao», afirmó. Quien escribió el discurso al rey presentado en público como «biblioteca andante» debió de advertirle que ninguno de ellos hubiese comulgado con su régimen y que dos, Machado y Castelao, murieron en el exilio.

Sobre Euskal Herria, el nuevo monarca se limitó a lanzar un guiño a las «víctimas de la violencia terrorista» (con quienes mantendrá su primer encuentro oficial como rey el próximo sábado) y apelar a la «victoria del Estado de Derecho». La cuestión de fondo, la exigencia del derecho a decidir, seguía ahí. Aunque para eso ya tenía respuesta: la «unidad de España», que fue uno de los temas centrales de un discurso leído y sin margen para la improvisación. También la «ejemplaridad» (sin la presencia de su hermana Cristina, imputada por corrupción junto a su marido, Iñaki Urdangarín) como recurso para legitimarse en un contexto de deterioro de la imagen de la institución y un mensaje de optismismo basado en el «somos una gran nación» reiterado por el presidente Mariano Rajoy.

El primer desfile, vacío

Alegatos al margen, lo que pretendía ser una exhibición de fervor monárquico se quedó en un acto de adhesión institucional que salvó los muebles en la calle con los convencidos y los turistas. Fueron estos los que llenaron los huecos en el segundo de los «paseíllos» de la comitiva de Felipe de Borbón (el primero, a las 10 de la mañana, se desarrolló con las calles prácticamente vacías) y quienes lograron maquillar la imagen de la plaza de Oriente en el saludo del mediodía. Había gente, sí, pero ni siquiera se logró llenar el lugar desde el que el dictador Francisco Franco proclamaba sus arengas. Y eso que ayer era festivo en Madrid.

«Hemos venido porque es un acontecimiento, pero estamos de vacaciones. En Argentina, esto de la monarquía se ve superantiguo», afirmaba Luciano, un turista que se había enfundado en una rojigualda «porque desciendo de españoles». Quienes, como este joven, se habían acercado por curiosidad se mezclaban con los fieles monárquicos. Que también los había, como es lógico, y lanzaban «vivas» al rey cuando este, al filo del mediodía, atravesó Gran Vía en el coche descubierto. «Hoy es un día de continuidad. El monarca es nuestro mejor relaciones públicas pero el cambio simboliza únicamente la continuidad», señalaba Jesús Pol tras pasar la comitiva. Otros, como Emilia Hernández, entendían la proclamación como un acto para reafirmarse. «Es una pena que haya habido menos boato. Mucha gente ha protestado por eso», afirmaba. No comprendía las protestas más allá de que «este es un país de protestones» y consideraba que la falta de «chovinismo» español era la razón de la situación monetaria del Estado peor que otras.

Voluntarios de vigilantes

Un ejemplo de que la asistencia se quedó a medias es que los banderines con la rojigualda que repartían voluntarios del Ayuntamiento ni siquiera se agotaron. Aunque el propósito de este grupo iba más allá. Según reconocía Raquel Gil, una de las responsables a la altura de Callao, en la Gran Vía, también tenían la misión de avisar a la Policía si observaban protestas o banderas republicanas, que habían sido prohibidas. Todo estaba pensado para que los «vivas» al rey no se encontrasen con su réplica. En los controles de acceso, la policía estaba muy centrada en buscar enseñas. Ya en el recorrido, pedía identificaciones a quienes consideraba sospechosos de levantar la voz contra la monarquía. A estos les obligaba a abandonar el perímetro sin dar más explicaciones.

Poco antes de las 12.00, sin que el Borbón hubiese desfilado, grupos de antidisturbios rodeaban a un grupo en la plaza Vázquez de Mella, alejada de Gran Vía. Allí permanecieron, rodeados, pese a que uno de los agentes reconoció que nadie había cometido ilegalidad alguna. Según relataron a GARA algunos de ellos, «los policías han recurrido a listas del servicio de información, porque han identificado a gente que no llevaba ningún símbolo externo». También es cierto que los agentes no lograron parar a todos y algún «viva la república» rompió la unanimidad borbónica.

Urkullu, con ikurriña en su escaño y sin aplaudir el discurso

El lehendakari, Iñigo Urkullu, y el president catalán, Artur Mas, acudieron al acto de proclamación de Felipe de Borbón aunque no aplaudieron el discurso. El primero, además, no estuvo en el saludo posterior en el Palacio Real. Ambos habían sido cuestionados en Euskal Herria y Catalunya por acudir a Madrid y se habían escudado en la obligación del cargo. Urkullu, que ha insistido en el cambio constitucional como receta y Mas, que defiende que el proceso soberanista catalán seguirá pese al recambio monárquico, no habían expresado confianza en que el nuevo jefe de Estado modificase sus posiciones respecto a las reivindicaciones nacionales. Así fue. Por este motivo, ninguno de los dos aplaudió la intervención del nuevo monarca español, lo que enfadó a algunas de las personas que seguían la retransmisión desde la calle. En Callao, junto a Gran Vía, los asistentes comenzaron a abuchear al lehendakari y el president al comprobar que permanecían quietos tras la alocución. Fuentes de Lakua explicaban a la agencia Europa Press que Urkullu no había observado «ninguna novedad» sobre el modelo de Estado al no realizar «ni una mención al Estado plurinacional ni a las nacionalidades y sí a la soberanía nacional». También Mas se sumó a la argumentación, defendiendo que «España no es una nación, sino un estado que tiene varias naciones».

La presencia de Urkullu en Madrid motivó la protesta de EH Bildu en Gasteiz. Iñaki Lazarobaster dejó una ikurriña en el escaño del lehendakari para mostrar su desaprobación. Posteriormente, los miembros de la coalición dejaron la cámara reivindicando la república vasca al sumarse a la concentración en el exterior. GARA