Jaime IGLESIAS

«Sapos y culebras»: una alegoría sobre la ambición individual y la corrupción colectiva

El navarro Francisco Avizanda estrena su segundo largometraje de ficción con un equipo artístico y técnico compuesto en su mayoría por profesionales de Euskal Herria. El director nos ofrece las claves de una película que pretende ser «una fábula sin moraleja pero con aviso para navegantes».

Francisco Avizanda (Isaba, Nafarroa, 1955) debutó hace seis años en el largometraje de ficción con «Hoy no se fía, mañana sí», después de una larga etapa como realizador de documentales y trabajos en el ámbito televisivo. De aquellos años le queda la inercia de «afrontar el tema de mis películas a cara descubierta», según sus propias palabras. «Desde hace algunos años venía dándole vueltas a rodar una historia que reflejase la difícil conciliación entre la ambición personal y el hecho de amar en un contexto urbano», explica. Fue entonces cuando cayó en sus manos el informe «Auken», elaborado por la eurodiputada danesa del mismo apellido en el que se cuestionaba el boom económico del Estado español ligado a la liberalización del sector inmobiliario: «Allí se ilustra de manera precisa el desastre al que hemos llegado, dando cuenta de todas las corruptelas y saqueos perpetrados por parte de las administraciones hasta liquidar un modelo de sostenibilidad que se antoja muy difícil de recuperar. Sobre aquellos datos y otros que saqué de los sumarios de tramas como la Gürtel o la Brugal, fui construyendo una historia que pretende ser una fábula sobre la cleptocracia imperante».

Para el cineasta, ese carácter alegórico que ya desde su título -«donde se invoca un estado de ánimo apelando al universo zoomórfico de las fábulas tradicionales» - posee «Sapos y culebras», se debe a que «me interesaba conservar una mirada irónica como antídoto al realismo más descarnado. Mi idea ha sido la de construir un cuento sencillo y simbólico pero sin pecar de oportunista, no quería erigirme en cronista de actualidad». De este modo Avizanda articula su propuesta siguiendo las andanzas de Rebeca, hija única de un constructor abandonado por sus socios, desconcertada ante el hecho de tener que renunciar a su estilo de vida, pijo y ocioso. La muerte de su padre, en extrañas circunstancias, la empujará al desahucio primero y a la lucha después, creyendo tener la sartén por el mango al estar en posesión de unos vídeos comprometedores para aquellos que empujaron a su familia a la ruina. Poco a poco, la inocencia de esta joven se desvelará, sin embargo, inconsciencia hasta sucumbir ella también (en su ingenua arrogancia) ante el poder de los más fuertes, de los de siempre, que culminan su humillación reservándola un trabajo como croupier en su recién inaugurada ciudad del juego.

«A pesar de estar planeada como una fábula, no me interesaba que la película tuviera una moraleja como tal, más bien un aviso para navegantes. El final puede parecer crudo y desolador pero quería interpelar directamente al espectador sobre el modelo de sociedad que nos interesa construir: ¿qué queremos una sociedad basada en una economía productiva o, por el contrario, una que nos condene a todos a trabajar de camareros o de animadores, basada en la riqueza efímera que dan los trabajos de temporada?».

Llama la atención que para ambientar esta fábula sobre la corrupción y la cleptocracia haya escogido escenarios de Euskal Herria pues, como él mismo reconoce, «aquí se ha estado un poco a salvo de todo esto al haber mantenido una economía de corte productivo y no especulativo, aunque también se han dado casos. Creo que la pluralidad de partidos políticos ha sido beneficioso para evitar unos escenarios de corrupción que se han incentivado a la sombra del bipartidismo». Sin embargo, Avizanda reconoce que no puede decir lo mismo de Nafarroa: «En mi tierra hay un amplio historial de hechos delictivos relacionados con el cobro de comisiones ilegales, perfectamente documentados. También está el caso de la liquidación de la Caja de Ahorros. No sé si es que las autoridades no estuvieron vigilantes o qué, pero los resultados a la vista están».

No obstante, el hecho de rodar en Euskadi con un equipo mayoritariamente vasco responde a una convicción: «Puede parecer que es una imposición de producción, pero nada más lejos, ahora mismo en Euskal Herria hay una eclosión de talento creativo maravillosa y desde un punto de vista artístico me interesa explotarla», comenta Avizanda y pone como ejemplo a Iosu González, responsable del sonido de la película: «Trabajamos en su estudio de Zarautz mano a mano de una manera muy cómoda». Para nadie es un secreto que hasta hace poco cualquier largometraje rodado en el Estado español estaba condenado a vivir su etapa de postproducción en Madrid o Barcelona. «Ahora es distinto, las nuevas tecnologías favorecen un tipo de trabajo que no necesita de grandes infraestructuras o laboratorios. En Bilbo o Vitoria hay técnicos muy buenos que trabajan para todo el Estado». Esa convicción en el talento vasco también la mantiene en lo referente al trabajo con los actores: «Siempre trato de escoger a aquellos que me dan más posibilidades de cara a incorporar a los personajes. El casting para `Sapos y culebras' lo hicimos en colaboración con la Ánima Eskola de Santutxu. El trabajo de ésta y de otras escuelas se deja sentir en la cantidad y calidad de intérpretes que tenemos en Euskadi y que cubre prácticamente cualquier perfil de personaje. Basta frecuentar nuestros teatros o ver las series de televisión que se hacen aquí para ser consciente de ese talento», comenta, destacando asimismo que «para algunos ésta era su primera película». Su método de trabajo consiste en «ensayar mucho, dejo que hagan suyo el personaje y lo transformen. Me interesa trabajar los diálogos, pero casi más los silencios, para mí es muy importante la capacidad que tienen los actores para transmitir emociones sin verbalizarlas».

Esto le ha llevado a ser tachado, a veces, de cineasta críptico: «Está claro que yo no hago películas para una audiencia masiva pero tampoco creo que un film como `Sapos y culebras' resulte complejo, es más, creo que es bastante asumible por parte del espectador medio. Obviamente no nos dirigimos al público de las multisalas de los grandes centros comerciales, pero tampoco queremos quedar relegados a esas salas especializadas y de vocación marginal que proliferan ahora. El problema es que las salas de tamaño medio con una programación cuidada y estable están desapareciendo», comenta con preocupación. Sus temores sobre el futuro de la distribución son parejos a los que mantiene sobre la producción, y destaca la política de apoyo al cine que mantiene actualmente el Gobierno Vasco, «que únicamente garantiza la producción de tres largometrajes de ficción por término medio al cabo del año. Sin la co-producción con nuestros socios franceses no hubiéramos podido levantar una película como esta, a no ser que hubiéramos pecado de insensatos o irresponsables, que parece ser la posición que defienden muchos ahora cuando hablan de crowdfunding y otras técnicas de financiación parecidas. Algo que, en la práctica, consiste en prescindir de pagar salarios a los que intervienen en una película. Ese es un escenario que nos lleva a la precariedad».