Profesores de la UPV/EHU
GAURKOA

Razonamientos para acabar con las falacias monárquicas

Los argumentos que los autores ofrecen en su artículo consisten en desbaratar los argumentos habitualmente empleados por los partidarios de la monarquía: El «democrático», a la defensiva y a la ofensiva; el de la supuesta «estabilidad y cohesión que otorga una monarquía al situarse por encima de las rencillas partidarias», o el de la «marca España». Argumentos que, tras el comentario de los profesores de la UPV/EHU, destacan por su falsedad, sinsentido o su sentido antidemocrático.

Uno los argumentos preferidos de los monárquicos es el democrático. El primero va a la defensiva. Nos dicen que en el fondo tampoco es para ponerse así. Que al fin y al cabo el Rey no tiene ningún poder, ninguna capacidad decisoria y que, por tanto, tampoco pasa nada porque no sea democrática -no sea elegida- una institución sin poder.

Pues no. En primer lugar, la institución monárquica sí tiene unas funciones determinadas. El monarca, en cuanto jefe del estado, representa a la nación ante otras naciones e instituciones internacionales. Como no ha sido elegido, su representación no es democrática, sino simbólica. Es decir, su figura expresa, exhibe y describe lo que es «su» nación. No sabemos qué pensarán otras naciones sobre un país una de cuyas señas de identidad y valor social fundamental consiste en otorgar un poder excepcional a aquellos cuyo único mérito consiste en haber nacido en el seno de una determinada familia. Nosotros en su caso pensaríamos que somos un país apestado de tradicionalismo, autoritarismo y conservadurismo.

Esta persona representa y define en su representación quiénes somos y cuáles son las creencias, hábitos y actitudes de sus representados. Nos define como gentes que conceden más poder a los que provienen de buenas familias que a los que lo ganan con su trabajo o son elegidos para ello. En síntesis, la democracia no aparece por ninguna parte en esa función política determinante de la monarquía

Además, resulta que tiene poder de hecho. Lo que él dice o propone es vivido como un mandato por los representantes políticos. Hay momentos en que sus propuestas políticas son asumidas como decisiones políticas. En síntesis, un individuo no elegido toma decisiones que afectan nada menos que al interés general.

A continuación viene lo de la democracia desde una perspectiva ofensiva. Ahora no nos dicen que la cuestión de la democracia resulta indiferente en la monarquía. Todo lo contrario. De hecho, este concreto rey fue el que trajo la democracia a España. Y el que la defendió en los momentos de emergencia. Él fue por tanto el más demócrata de los demócratas.

El no trajo la democracia a España. A la democracia, al proceso democrático, no le quedó más remedio que encajarlo en el escenario final de la Constitución. La democracia lo tuvo que incorporar. Aconsejamos la lectura de un artículo de Javier Pérez Royo («El País», 14/6/14). La monarquía no es el resultado de la deliberación democrática constituyente. Es una institución, previa y exterior a ese proceso, que se impone al mismo rey.

Por otro lado, y por lo que se refiere a los famosos acontecimientos del 23 F, la cosa tiene narices. Lo que hizo fue exhortar a determinados militares a que no se les ocurriese tomar medidas de fuerza. Porque no tenían nada que hacer. Les conmina a que abandonen toda veleidad subversiva porque sabía que la correlación de fuerzas existente hacía absolutamente imposible el éxito de una intentona golpista. Se habría perdido la democracia si los militares sublevados hubiesen sido más y lo hubiesen organizado mejor.

Otro de los argumentos clásicos en favor de la monarquía es afirmar la estabilidad y cohesión que otorga una monarquía al situarse por encima de las rencillas partidarias. En la práctica, lo que quiere decir es que el rey, cuando hay partidos que se pelean o comunidades periféricas que tienen arrebatos nacionalistas, los junta y les dice «por favor portaos bien, no pelearos y dejad de dar la vara con vuestras fantasías separatistas». Como es un rey quién así les exhorta, esos partidos y nacionalistas levantiscos le dicen que sí, «que tiene usted razón, que no vamos a pelearnos más y que nos vamos a querer para siempre». Por el contrario, si el que les exhorta a favor de la convivencia, el que les hace ver los beneficios de la estabilidad, es un jefe de estado elegido democráticamente, nadie le va a hacer caso. Continuará la pelea, la segregación y el caos.

Cómo se puede argumentar de forma tan majadera? No existe ni una sola razón, ni un solo hecho, ni un solo proceso histórico que justifique esta estúpida distinción. Sin embargo, es un argumento que gusta y que se utiliza con mucha frecuencia. Dado su carácter estrictamente literario, resulta imposible introducir una discusión política contra el mismo. Si acaso especular, imaginándonos algunas hipótesis enloquecidas. Si fuese cierto el argumento, parecería que en estos momentos los movimientos nacionalistas periféricos y los partidos radicales están como retenidos en sus reivindicaciones, dado que la sola figura del rey -amorosa con todos los españoles-, aunque no les diga nada, les hace sentirse como obligados a una actitud no agresiva, buscadora de la paz. Por el contrario, en el momento en que se elija a un jefe de estado que además de calvo y con gafas seguro que tiene cara de mala uva, partidos y movimientos se sentirían liberados del manto de bondad real y se lanzarían a la guerra sin cuartel. Es broma, pero nos tememos que un montón de cretinos así lo creen.

También el de la «marca España» es un argumento muy utilizado. Con él se nos dice que, gracias a que el rey habla bien inglés y es simpático, consigue grandes inversiones internacionales. Lo cual, por supuesto, nunca conseguiría un jefe de estado elegido, dado que, como es sabido, no hablan inglés y son de carácter más bien agrio.

Es evidente que los inversores internacionales son de todo menos estúpidos. Es evidente que les importa muy poco que quien les haya contado el proyecto sea un rey o un payaso de circo. Toman las decisiones en virtud de diseños y proyectos estratégicos extremadamente complicados, en los que juegan con cientos de miles de datos y previsiones económicas.

Quizás donde sí puede funcionar esto de la marca es en el caso de algunos jefes de estado árabes, de ciertas monarquías absolutas, a los cuales sí parece que les hace ilusión que el interlocutor sea también un rey como ellos. En todo caso, el asunto puede tener solución sin necesidad de establecer una monarquía en la jefatura del estado. El gobierno republicano podría contratar con un salario digno a un miembro de alguna monarquía para que gestione esos asuntos en países monárquicos no democráticos. Imagino que a los jeques les hará la misma ilusión. Siempre, evidentemente, que vaya vestido como un rey.