EDITORIALA
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Christine Lagarde, representante del FMI

A estas alturas no llama la atención que un director del Fondo Monetario Internacional o un exministro sean investigados por corrupción. La directora gerente del Fondo Monetario Internacional y exministra francesa Christine Lagarde había declarado en tres ocasiones ante la Corte de Justicia de la República, instancia creada para juzgar a ministros por delitos cometidos en ese cargo público, hasta que ayer, en su cuarta comparecencia, la que hasta entonces figuraba como testigo asistido en ese proceso fue imputada por negligencia. Con Lagarde son seis los acusados en ese sumario, entre ellos el empresario y también exministro Bernard Tapie y el que fuera director del gabinete de Lagarde en el departamento de Economía, Stéphane Richard.

Este tipo de situaciones, poco menos que habituales, tras el impacto inicial, tienden pasar al olvido hasta que un caso similar salta a los titulares, lo que no se corresponde con su gravedad, mayor aun por ser protagonizadas por representantes institucionales. Lagarde, no obstante, descarta dimitir de su cargo en el FMI, donde ha continuado demostrando su debilidad por los empresarios y su desprecio por el dinero público. Si como ministra decidió un arbitraje privado que concedió a Tapie la jugosa indemnización que este había reclamado al Estado francés, al frente del FMI ha reclamado incansablemente recortes del gasto público a numerosos países.

A la luz del papel que desempeña el el organismo que dirige Christine Lagarde, su ineficiencia tanto para vislumbrar la crisis como para ofrecer soluciones, no puede extrañar que se dote de directores como los que ha tenido los últimos años: además de Lagarde, su predecesor, el también francés Dominique Strauss Kahn, envuelto, entre otros, en un caso de agresión sexual, y el anterior, el español y asimismo exministro Rodrigo Rato, imputado por del agujero de Bankia. Todo ello dice mucho de la naturaleza de ese organismo, perfectamente reflejada por la actitud arrogante de Lagarde.