Pablo L. Orosa
Yangon (Birmania)
NUEVA ERA EN BIRMANIA

Suu Kyi obtiene la mayoría, pero pactará con los militares

El autor explica por qué la premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, gran triunfadora en los comicios, se ha avenido a negociar con los uniformados un Ejecutivo de «reconciliación nacional». Sólo así le permitirán emprender el camino del cambio y “La Dama” no quiere echar a perder esta oportunidad para dar inicio a una nueva era en Birmania.

Alos presidentes en Birmania no los eligen las urnas. La «democracia disciplinada» impuesta por los militares impedirá a la premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, ser nombrada presidenta pese a que su partido, la National League for Democracy’s (NLD), obtuvo la mayoría necesaria para gobernar en las elecciones del 8 de noviembre. Con el recuerdo de lo ocurrido en 1990, cuando el Ejército se negó a entregar el poder a la oposición, en esta ocasión La Dama se ha avenido a negociar con los uniformados un Ejecutivo de «reconciliación nacional» que no ponga en riesgo su ascendiente sobre la seguridad y la economía del país. Sólo así le permitirán emprender el camino del cambio.

«Incluso aunque ganemos el 100% de los votos queremos pactar un gobierno de reconciliación nacional», aseguró Aung San Suu Kyi tras conocer el pasado lunes los primeros escrutinios que otorgaban al NLD una amplia victoria, por encima del 67% de los votos, nivel necesario para controlar ambas cámaras legislativas.

A medida que, a cuentagotas, la Comisión Electoral ha ido confirmando la mayoría parlamentaria de la oposición, que con el 84,6% de los votos contabilizados controlará 348 de los 664 escaños del Legislativo, La Dama ha insistido en su discurso moderado, abierto a negociar con los militares que dirigieron con mano de hierro el país del sudeste asiático durante más de medio siglo. Sólo ha desafiado una de sus premisas: gobernará Birmania a pesar del veto constitucional que le impide ser investida como presidenta por el pasaporte británico de sus dos hijos. «Estaré por encima del presidente», reiteró durante la campaña electoral.

Pese a que la Carta Magna reserva el 25% de los asientos a los militares del Partido para la Unión, Solidaridad y Desarrollo (PUSD), liderados por el hasta ahora presidente, el exgeneral Thein Sein, la aplastante victoria del NLD le permitirá elegir, sin ni siquiera requerir el apoyo de los partidos étnicos que han obtenido 42 asientos (por los 40 del PUSD), al próximo jefe del Estado entre los tres candidatos propuestos por el Parlamento, el Senado y el jefe del Ejército.

No obstante, los uniformados conservarán un importante peso en el nuevo Ejecutivo: los ministros de Interior, Defensa y Fronteras recaerán por mandato constitucional en miembros del Tatmadaw, el temido Ejército birmano. De esta manera, los militares birmanos mantendrán el control sobre el aparato de seguridad del Estado, incluyendo las fuerzas de seguridad y la Policía política.

Tras más de medio siglo de dictadura castrense, el Ejército ha copado todos los estratos de poder en Birmania: la administración pública está formada por antiguos oficiales y los grandes empresarios, con intereses en las minas de jade y rubíes, el tabaco y los sectores agrícola, textil y bancario, mantienen una estrecha relación con los altos mandos militares. Aung San Suu Kyi es consciente de que necesita al Tatmadaw para poder gobernar el país.

Así, La Dama ha rebajado el tono de sus críticas: ya no habla de fraude electoral –pese a las denuncias de irregularidades en los registros de votación– ni de la corrupción militar ni de la violencia sectaria. No hay rastro en sus discursos de los crímenes cometidos durante los 50 años de dictadura ni del genocidio de la minoría rohingya. Con esta estrategia, ha logrado ganarse el apoyo de la rama más moderada del PUSD, la liderada por el presidente del Parlamento, Shwe Mann, quien pese a ser degradado víctima de una purga interna ordenada por el presidente Thein Sein, mantiene un gran ascendiente sobre el partido. El nombramiento de Shwe Mann –con quien Suu Kyi mantiene una estrecha relación– como presidente sellaría el pacto con los militares para emprender el camino del cambio sin contrariar a los altos mandos del Tatmadaw.

En el distrito portuario de Yangon, la mayoría bamar está esperanzada con el cambio. «Hoy es un buen día. Estamos contentos», aseguraba un joven recepcionista de hotel horas después de que cerrasen los colegios. Durante toda la semana, la sede del NLD se ha llenado de camisetas rojas y voces que, bajo la lluvia, coreaban la anhelada victoria de La Dama. Nadie aquí cree que los militares vuelvan a «secuestrar» la democracia como hicieron en 1990. «Si el antiguo Gobierno no transfiere el poder al NLD continuaremos protestando pacíficamente por la libertad que todos queremos y merecemos», advierte U Gambira, el que fuera líder de la Revolución Azafrán de 2007.

Hasta ahora, la cúpula militar liderada por el propio Thein Sein y el poderoso jefe del Ejército, el general Min Aung Hlaing, ha rechazado cualquier injerencia. «Aceptaremos el deseo de los votantes, cualquiera que sea. Lo más importante es que haya estabilidad y desarrollo en el país», afirmó Thein Sein, quien ya ha acordado reunirse con Suu Kyi para abordar la «reconciliación». Incluso U Wirathu, el líder religioso de los budistas birmanos, ha admitido la victoria del NLD, aunque ha advertido de que no permitirán que se derogue la polémica ley de «raza y religión» que discrimina a la minoría musulmana.

A partir del próximo mes de marzo, cuando presumiblemente será formado el nuevo Ejecutivo liderado por la NLD, la violencia religiosa y el proceso de paz con las guerrillas étnicas del norte volverán a ser la gran amenaza para la democracia en Birmania. Siempre que Aung San Suu Kyi no haya soliviantado antes a los militares.