17 NOV. 2024 ¿Nacionalismo de pega? Fotograma de «El señor de los anillos: La guerra de los Rohirrim», la película de Kenji Kamiyama inspirada en la novela de Tolkien y en animación oriental. Mariona Borrull De “Drácula” a “Star Wars”, conocemos de sobra el potencial narrativo (económico) de los mundos de ficción registrados y explotables. Por ello, miramos con curiosidad pero no espanto la versión turca ochentera de E.T. o de Super-Man… Productos glocales, perfectamente identificables dentro de los cánones estéticos de una cultura concreta. He aquí el giro. El 5 de diciembre se estrena “El señor de los anillos: La guerra de los Rohirrim”, la película de Kenji Kamiyama sobre un mito en los apéndices de la trilogía de Tolkien. Produce un equipo casi enteramente occidental, con la oscarizada Philippa Boyens al frente, y Brian Cox y Miranda Otto en el reparto de voces principales. El tráiler y los avances se ven estupendamente. La película se ve más épica que el manojo de efectos especiales de las precuelas y la serie de Prime Video. “Rohirrim” tiene garbo, épica y viene a todo color; como revitalizada… Quizás porque es anime. Anime, animación oriental (más especificamente, japonesa): ojos rasgados, cabelleras de ensueño y una híper expresividad que choca de cara con el realismo de nuestra dramaturgia. Este verano se han estrenado las caras-Anime de, por lo menos, tres propiedades sin lazo alguno con el país del Sol Naciente. En agosto llegaba “Rick and Morty: El anime”, en junio recibíamos al “Escuadrón Suicida ISEKAI”, ambas disponibles en Max, y Netflix no tardó en lanzar su japonizado “Terminator Zero”. Repetimos: ninguna de estas relecturas ha sido producida en círculos japoneses, pero sí llevan la piel de la animación oriental. El fenómeno sigue una tendencia que ya vio una primera ola de remezclas anteriores a la pandemia, con aciertos del calibre del “Batman Ninja” de Junpei Mizusaki (buenísima, esperamos secuela para 2025) e intentonas de exprimir al público joven como “Virtual Hero: La Serie”, con El Rubius. En las esperanzas puestas sobre el público parece estar la razón de estas ovejas disfrazadas para la Comic Con. El anime es un pozo de adeptos muy fieles, capaces de consumir hasta la última versión de la misma historia de siempre… Pero con un gran apego identitario, purista. Ningún otaku, o fan del manganime, salió a defender a Adam Wingard por su fallida importación a Occidente de la franquicia “Death Note” y nadie excusó el cutrerío en imagen real de la “Dragonball Evolution” de James Wong, o de la más cercana “Cowboy Bebop” de Netflix. ¿El gesto es proteccionista? Para afirmarlo, deberíamos dictaminar que la estética anime es, en última instancia, japonesa. Pero ello resulta falaz: la mayoría de equipos trabajando en el anime que triunfa son mixtos (detrás de Science Saru, responsables de “Dan Da Dan”, están un japonés, una coreana y uno de Elche) y, si miramos atrás, incluso el fundacional Osamu Tezuka se inspiró enormemente en Walt Disney.