10 AOûT 2025 PSICOLOGÍA Vacaciones (Getty) Igor Fernández En estas fechas es habitual escuchar multitud de consejos para disfrutar del verano saludablemente, como si nuestra ganada despreocupación hiciera más difícil cuidarnos. Despreocupación y descuido parecen entonces ir de la mano. ¿Será que asociamos el ocio a desbordar los límites que en otros momentos nos acotan? ¿Hasta qué punto divertirnos y desfogarnos se han convertido en lo mismo? ¿Qué clase de interrupción se da entonces si ‘olvidarnos’ del resto del año es un deseo ansioso? Cuando vemos en la televisión las oleadas de turistas deseosos casi de desconectarse hasta la inconsciencia, nos escandaliza o molesta -particularmente pensando en quien vive en esa zona-, y al mismo tiempo, esos extremos hacen pensar en el deseo de ‘disociación’, de dejar de ser uno mismo, una misma, durante un rato… O quizá conectar con una parte de sí largamente olvidada a lo largo del año. Descansar, relajarse, distraerse o entretenerse son objetivos habituales en estas épocas, en resumen, ‘desconectar’. Es una reflexión interesante, quizá para después de dejar al cuerpo y a la mente descansar lo suficiente, el pensar qué parte de nosotros, de nosotras, que consideramos propia de nuestra identidad o de nuestra persona ha estado esperando meses hasta llegar a hoy. Y es que la separación interna constante es un hábito de riesgo psicológico; escindir en la cotidianidad un aspecto de nuestra personalidad, no darle cabida, siendo nuestro íntimamente, es una fuente segura de estrés, si no de otro tipo de tensiones y dolencias psicológicas. Normalmente aducimos que, a lo largo del resto del año, las tareas ‘nos comen’, que la logística para mantener el sistema que hemos creado, bien sea un sistema económico, bien sea un sistema de relaciones o actividades estable, es la que recoge nuestros esfuerzos y no queda sitio para más. Y ya este planteamiento indica que no hay mucho deseo, mucha motivación o sentido en esa participación en la cotidianidad. Así como hay personas entregadas e identificadas con su trabajo o sus tareas, otras en cambio se identifican con esa otra parte secuestrada por lo que no se quiere, ausente en el día a día externo pero reinante en el mundo interno en forma de insatisfacción o resentimiento, que recaba en cambio los deseos y la identidad real mientras se mantiene ‘esclava’ de sus compromisos al mismo tiempo. Desde ahí, desde esa insatisfacción es fácil sentir que uno puede hacer lo mínimo por los demás, que tiene el derecho de olvidarse de todo cuando tiene oportunidad o que no tiene por qué empatizar con otras necesidades si a lo largo del año se siente exigido, exigida. Dar espacio en la vida cotidiana a nuestra parte lúdica, a nuestra individualidad deseosa o creativa, permitirnos buscar algo más que el propio mantenimiento de la logística, da aire a nuestra movilidad en el mundo, libertad; y esa libertad cotidiana también nos abre a los demás.