7K - zazpika astekaria
LITERATURA

Enfrentarse a la bestia


El exilio, ya sea en forma de alejamiento geográfico o a través de una manifestación interiorizada, es siempre un proceso doloroso y que a su manera representa un inevitable ejercicio de disociación. Forzado o tramitado bajo una libre determinación, su puesta en escena remite casi siempre al conflicto generado por el enfrentamiento entre el origen impuesto y la búsqueda de un nuevo emplazamiento. Situación que al mismo tiempo es vivida por la autora moscovita, residente en Berlín desde la agresión bélica cometida por Rusia sobre Ucrania, y por la protagonista de su novela, solo identificada bajo la inicial “M”, un anonimato por otro lado muy aclaratorio.

No será esta la única restricción existente en estas páginas en cuanto a nombres, de hecho, tanto individuos como lugares serán exclusivamente citados bajo una única letra, un desarraigo léxico que todavía adquiere mayor consistencia y relevancia al estar circunscrito a la labor encarnada por su personaje principal, una escritora acostumbrada a desplazarse por diferentes países; lo que delata todavía más el -nada velado- carácter autobiográfico contenido.

Sin embargo, supondría reducir sustancialmente el largo alcance de esta historia adjudicarle unas coordenadas geográficas exactas y, pese a lo fácil que se antoja, otorgarle un retrato concreto al pestilente aliento emanado por esa “bestia” omnímoda de la que trata de alejarse la protagonista. Una huida propiciada en último término por la incomunicación sufrida en uno de sus destinos, alimentada de un complejo y fascinante poder simbólico recogido a la perfección gracias en parte a la distinguida carrera poética atesorada por su autora. Responsable directa de una embriagadora escritura, con trazas que se pueden emparentar conceptualmente a Rachel Cusk o W.G. Sebald, que diluye tanto los márgenes identitarios como la distinción entre realidad y fantasía.

Alejada de su país (“uno en el que cuando nació tenía otro nombre”) a través de interminables recorridos ferroviarios, abdicando de su idioma e incómoda con el corsé que la sangrienta actualidad se empaña en vestirle, “M”, a la que nos aventuraremos a llamar María, nos interroga con carácter universal sobre la manera, y la tarea que en esa misión asume el arte, de convivir con el horror. Quizás no exista posibilidad digna, o puede que la única -aunque limitada- solución pase por aceptar que en ocasiones serán las fieras quienes nos arrastren con su voraz apetito y otras seremos capaces de domar su rugido.