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ARKITEKTURA

El tiempo del territorio

El proyecto de la arquitecta gallega María Fandiño ha permitido recuperar una explanada entre escombros con todo su espacio natural. Convertido en parque público y punto de encuentro, el lugar no solo se ha integrado plenamente en la naturaleza, sino que ha recobrado su paisaje e historia.

Imágenes de esta zona de Pontevedra conocida como «Explanada do Horizonte». (Héctor Santos-Díez)

En la costa atlántica gallega, entre la Serra da Groba y el océano, el relieve guarda en su forma la historia de una transformación. Sobre una masa granítica que alguna vez fue horizonte natural, la arquitecta María Fandiño decidió en 2020 bajar la mirada, no para dominar el territorio, sino para escucharlo.

Lo que hoy es un parque público, fue durante décadas una explanada estéril. El relleno de una carretera construida en los años setenta borró la sección natural de la costa, sepultando bajo toneladas de escombros de su construcción la memoria mineral del lugar. Allí donde antes solo había un vacío sin identidad, hoy se abre un espacio de encuentro.

El proyecto nace del acto de desenterrar, para poder así redibujar la topografía perdida y devolver la costa a su estado original, reconstruyendo sus terrazas agrícolas, sus pliegues y sus pendientes. Donde el suelo había sido contaminado y olvidado, la arquitectura se convierte en una herramienta de reparación. No se trata de levantar formas nuevas, sino de revelar las antiguas, esas que la tierra aún susurraba bajo el pavimento.

Héctor Santos-Díez

Las obras avanzaron como un diálogo paciente entre geometría y geología. Cada terraza que emergía de la excavación revelaba las laxes, las grandes rocas graníticas que forman el alma del paisaje atlántico. Son presencias pétreas y silenciosas que habían permanecido medio siglo sepultadas. A medida que reaparecían, el paisaje cedía: sus muros y rampas se adaptaban a la irregularidad de la piedra, trazando un equilibrio entre lo construido y lo hallado. El proyecto se escribe así, en conversación con la materia, en una especie de arqueología del territorio. Ese equilibrio, casi invisible, es lo que da sentido al gesto arquitectónico, una acción mínima que desencadena una transformación profunda.

No hay en esta intervención un gesto monumental, sino una ética del cuidado. Los habitantes del lugar, al ver resurgir la roca, se acercan y reconocen en ella su historia. La obra de Fandiño no solo regenera un paisaje físico, sino también una memoria colectiva, donde cada terraza, cada muro, actúa como un plano de reconciliación entre el tiempo humano y el tiempo geológico.

La vegetación, pensada como un proceso y no como una imagen inmediata, acompaña esa idea de espera. Las primeras especies, herbáceas y arbustos preparan el suelo para que, con el paso de los años, las semillas autóctonas regresen por sí solas, traídas por el viento del sur. No hay riego, ni flores ornamentales, ni una voluntad de control, solo una confianza en la inteligencia inherente del terreno. La arquitecta entiende que proyectar no es imponer, sino propiciar las condiciones para que el paisaje vuelva a hablar su propio idioma, introduciendo el tiempo como un material más del proyecto y un componente vivo que complementa la forma.

Héctor Santos-Díez

En este horizonte entre el granito y el mar, todo vibra con una dualidad esencial: la de la quietud y el movimiento, el peso y la ligereza, el tiempo y la memoria. Los pavimentos y muros, de granulometrías diversas, se confunden con la roca madre, mientras los elementos de mobiliario y las luminarias flotan sobre ella con delicadeza.

Un territorio reconciliado consigo mismo, que se inclina para escuchar la topografía y dejar que el paisaje complete la obra. Un proyecto que no se limita a restaurar la costa, sino que restituye la dignidad de un lugar y recuerda que toda construcción es, en el fondo, una forma de diálogo. Un redibujo de la sección al mar para devolverle su respiración original, restituyendo una explanada artificial en un manifiesto de arraigo y tiempo.