27 SEPT. 2015 DISMALAND El parque de atracciones más decepcionante muere de éxito Marian Azkarate {{^data.noClicksRemaining}} Pour lire cet article inscrivez-vous gratuitement ou abonnez-vous Déjà enregistré? Se connecter INSCRIVEZ-VOUS POUR LIRE {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Vous n'avez plus de clics Souscrire {{/data.noClicksRemaining}} Si desde el principio reconoces que la experiencia que propones va a resultar decepcionante e incluso deprimente para los visitantes, que después incluso tú, el propio autor, te declares decepcionado resulta hasta lógico. «Tengo que admitir que el primer día, cuando vagaba entre el público, no había nadie más decepcionado que yo. Creo que todo el concepto podría haber sido erróneo», confiesa el artista callejero Banksy sobre la inauguración de Dismaland (un juego de palabras que se podría traducir algo así como «Territorio deprimente»), el parque temático «menos Disney» que una se pudiera imaginar. Meter obras de 58 artistas contemporáneos en una especie de parque de los horrores para todos los públicos –ya se ha visto que no era para todos los públicos– le ha valido bastantes críticas a Banksy, largas colas en la entrada y resquemor por el continuo «No hay entradas». La obra hasta el momento más arriesgada del artista callejero más caro del momento –también en dejarse ver– cierra hoy sus puertas en Weston-super-Mare, una decadente localidad de la costa sur británica en cuya playa de agua helada los niños se pasean en burro, toda una tradición. ¿Pero a quién le importa, si Dismaland nació para ser efímera (cinco semanas) y hacer mucho ruido? Decir Banksy es referirse posiblemente al artista más influyente desde finales del pasado siglo. No en vano sus obras de street art le han aupado a la categoría de crítico/gurú social gracias a su estilo mordaz y cáustico con la sociedad de consumo. Es que el personaje se las trae: los muros de los edificios en los que pinta sus grafittis se venden por una auténtica millonada y su identidad es un secreto tan bien guardado como la de James Bond. De momento solo han trascendido algunos detalles, como que es de Bristol y que, como cuenta él mismo, veraneaba hasta los 17 años en Weston-super-Mare. Lo relata en una entrevista que ha aparecido colgada en la página web de Dismaland, realizada por un supuesto Banksy a un supuesto dominical. Habrá que creerles.¿Pero qué ha pasado en Dismaland? Lo explica el propio Banksy: «Al presentar una exposición de arte como un parque de atracciones, las expectativas de la gente se elevan considerablemente. Yo me encontraba mirando una escultura de Beng Long, la de un caballo construido a partir de andamios, una pieza que si se expusiera en el V&A (el Museo de Victoria y Alberto de Londres) junto a otras esculturas llamaría muchísimo la atención, y a mi lado una señora le preguntó a su marido: ‘¿Hace algo?’, De repente, me di cuenta de que todo el planteamiento estaba mal, de que había ido demasiado lejos y que aquello había pasado de ser una exposición de arte bastante buena a convertirse en un parque de atracciones muy por debajo de la media. Quiero decir que ¿cuando estás en la Tate Modern ante un Henry Moore, te preguntas si hace algo?».De lo que hay que suponer que la idea se le fue de las manos, al no lograr su objetivo de suscitar la complicidad del público. Sin embargo, ante el entusiasmo general del principio, tanto de los medios de comunicación como de los visitantes de todas las edades, también se puede pensar que todo ha podido ser un gran bluf para agitar conciencias. Muchas colas y alguno que se coló. Pero pongámonos al día: 20 de agosto pasado, los vecinos hacen cola para entrar en el parque de atracciones que ha «surgido» en unas antiguas piscinas de playa –las más grandes de Europa en su época– cerradas desde hace quince años. El gran montaje se ha mantenido en secreto. Solo conocen los entresijos unas pocas personas del Ayuntamiento, mientras que se ha anunciado públicamente que en el pueblo se va a rodar una película de Hollywood. Los de la cola tienen que mostrar una copia del periódico local “The Weston Mercury” para acceder a una exposición de arte que promete ser una especie de Disneyland «destroyer». En palabras del Banksy entusiasmado de entonces: «Es una exposición de arte, entretenimiento e iniciación al anarquismo».Antes de entrar, los visitantes pasan un peculiar control de seguridad de mentirijillas, hecho con cartones y rotulador. Les realizan un cacheo, preguntas desganadas, tan absurdas como en los controles policiales de verdad... y para adentro. La visita arranca frente a un castillo cochambroso y una estatuta distorsionada de la Sirenita. Hay también un lago –más bien un charco de color verdoso–, donde un furgón policial ha sido reconvertido en fuente y tobogán. En la megafonía suena continuamente música hawaiana de steel junto a consignas –de esas para hacer pensar– y por el lugar pululan los trabajadores del parque, identificados con unos chalecos reflectantes y unas orejas de Mickey Mouse. Tienen cara de «Yo paso de todo», mientras responden invariablemente con un «No sé». Es parte de la puesta en escena. Por cierto, que hacer cola debe de ser una diversión muy inglesa: la exposición del mismo autor en Bristol en 2009 presentaba colas kilométricas diarias. Durante las cinco semanas que ha durado Dismeland ha habido no una, sino dos colas: una para los que tenían entrada –al precio de 3 libras, dificilísimas o casi imposibles de conseguir–, otra interminable para quienes no. Con la venta por la página web colgada ante el aluvión de visitas, se conocía que en eBay, por ejemplo, la mayor casa de subastas por intermet, habían aparecido ofertas de entradas de hasta 1.000 libras (1.360 euros). Tampoco sentaba muy bien que se hubiera invitado a la estrella Brad Pitt a que visitara el parque en privado. ¿Arte o espectáculo? La Muerte va al volante en un auto de choque, un carrusel está ocupado por oficiales preparados para un escape nuclear, en unas barcazas unos inmigrantes aparecen cercados por patrulleras... Y, para rematar, Cenicienta –o lady Di, se supone– se desploma muerta en su carroza mientras recibe los flashazos de los paparazzis y los visitantes. Estos son algunos de los elementos de Dismaland, para lo que el grafitero se ha rodeado de nada menos que 58 artistas contemporáneos, entre los que se mezclan creadores poco conocidos y algunos tan mediáticos como el británico Damiel Hirst y la estadounidense Jenny Holze.«Contacté con ellos por correo electrónico y solo dos me rechazaron», se ufana el «padre» de Dismeland. ¿Pero y Damiel Hirst? ¿Por qué lo incluyó si lo considera el máximo representante de aquel movimiento artístico llamado Young British Artist (jóvenes artistas británicos), que critica porque son una fábrica de hacer dinero? «Yo no quería incluirle; el espectáculo no necesitaba que él lo validase», reconoce el grafitero. La razón fue que la obra de Hirst que eligió para el parque de atracciones –una pelota de playa en delicado equilibrio sobre un montón de cuchillos de carne– «es una pieza poética y técnicamente intrigante», explica.O sea, critica al establisment, pero no duda en «absorberlo». Lo sorprendente es que de quien mayores varapalos ha recibido Banksy por su «experimento de parque temático» es de medios tan, se supone, afines a él como “The Guardian”. Lo dicho por el crítico de este medio británico, Jonathan Jones, no parece que le haya sentado muy bien –«a muchos críticos no les gusta este tipo de arte (...), no hay nada que hacer para ellos aquí»–. Más divertida resulta la columna de Tim Lost en el mismo medio: se llevó a su mujer y a sus dos hijas de 13 y 8 años al parque y terminó titulando su artículo «Cómo Dismaland aplastó la inocencia de mis 8 años». Según transcurría la visita, le fueron entrando dudas sobre aquel paseo, por la desilusión y el desconcierto al que estaba sometiendo, sobre todo, a su hija más pequeña. Hasta que llegaron a un vídeo en el que unos pollos estaban siendo decapitados en una línea de producción y «comencé a sentirme culpable por traerla», reconoce. Es lo que tienen los parques de los horrores. Pero, se defiende Bansky, «esto no es un espectáculo de arte callejero. Se inspira en los parques fallidos de Navidades que aparecen cada mes de diciembre, en los que se pegan unas astas a un perro alsaciano y se rocía de nieve falsa un esquí. Es ambicioso, pero también es una mierda. Creo que hay algo muy poético y británico en él».