25 OCT. 2015 MIRADA AL MUNDO Encuentros tejidos en las redes Marian Azkarate {{^data.noClicksRemaining}} Pour lire cet article inscrivez-vous gratuitement ou abonnez-vous Déjà enregistré? Se connecter INSCRIVEZ-VOUS POUR LIRE {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Vous n'avez plus de clics Souscrire {{/data.noClicksRemaining}} Wendy Tam recuerda los días en los que hacía novillos con sus amigos en la exuberante plaza de Mambusao, una ciudad de 38.000 habitantes situada en el centro de Filipinas. Con los años, el césped y los árboles de la plaza han languidecido debido a la negligencia de las autoridades y a la falta de dinero para su mantenimiento, en un país donde campan por sus reales el amiguismo y la corrupción. «No hay árboles grandes, ni fuentes, no hay sombra, hace demasiado calor», se lamenta Wendy Tam. Estamos en un mall o centro comercial a la americana de 300 hectáreas situado a una hora en coche de Mambusao, uno de los 150 malls que plagan este país y que, concebidos a modo de una ciudad dentro de una ciudad –tienen hasta capilla y guardería–, han sustituido a las plazas de los pueblos. En un país donde uno de cada cuatro filipinos vive con menos de un dólar diario, gente de todas las edades y categorías sociales se arremolina en los inmensos centros comerciales, porque las zonas al aire libre de muchas de las ciudades están contaminadas, son inseguras, el calor es sofocantes y el paseo impensable durante la temporada de lluvias. Estos malls han sustituido a las plazas como punto de encuentro en donde la población se reúne para socializar, que es la misma función que, de otra forma, cumplen las redes sociales. Porque, en el fondo, da igual que sea un lugar físico o virtual: lo que subyace es la necesidad del ser humano de tener contacto con otros, de encontrar compañeros en su discurrir vital. Lo que sí cambia es la forma de hacerlo. Apps para tímidos. En muchos países asiáticos, el amor y la sexualidad fuera del matrimonio siguen siendo un tabú. Para conciliar la vida sentimental y las tradiciones, los jóvenes utilizan aplicaciones de móvil que les permitan participar en encuentros en grupo. «Crecí en una familia religiosa, tradicional y pasada de moda», dice Valenice Balace, la joven directora de Peekawoo, un servicio creado hace dos años en Filipinas, un país mayoritariamente católico. Antes de lanzar su aplicación para smartphones, Balace frecuentaba sites como el popular Tinder, que usa la posición geográfica del usuario para proponerle perfiles de posibles parejas. Pero cuando un hombre la invitó a su casa después de su primer encuentro, decidió que nunca más volvería a ir sola a la cita. Y así surgió Peekawoo, que ofrece lo mismo, pero con «carabina»; es decir, siempre hay una tercera persona que «cuida» la moralidad. La aplicación fue víctima de su propio éxito –tiene 7.000 miembros– y, ante la imposibilidad de encontrar las «carabinas» necesarias, ha optado por plantear encuentros en grupo. «La mayoría de los asiáticos son bastante tímidos, no les gusta el cara a cara y no se atreven a lanzarse», explica Camilo Paredes, un colombiano instalado desde hace algunos años en Hong Kong y creador de la app llamada Grouvly. Esta funciona al modo de Facebook, que consiste en relacionar a dos perfiles e invitar luego a dos amigos para una cita común. «Una cita a dos les puede ser molesta. Tampoco funciona mucho de cuatro en cuatro; lo mejor suele ser citas de tres o cuatro parejas a la vez». La aplicación existe en Singapur y su autor espera que se extienda a Japón, Corea del Sur, Australia y China. De hecho, una muy parecida llamada Paktor es utilizada por unas 3,5 millones de personas. Lanzada en 2013 por Joseph Phua, Paktor es un servicio de mensajería en grupo que permite romper el hielo y facilitar el encuentro en grupo. «La gente aquí tiende a ser más reservada, menos directa. En Asia, el fracaso o el rechazo se sienten de forma más violenta en uno mismo», explica Joseph Phua. A falta de un estudio reciente, ahí está el realizado por la Universidad de Hong Kong en 2011, según el cual solo el 5% de los habitantes de antigua colonia británica habría conocido a su pareja a través de una app. Por el contrario, en Estados Unidos la cifra aumenta hasta un 22%, según los datos publicados el mismo año por la Universidad de Stanford. Buscando el alma gemela. Millones de estadounidenses buscan, y algunos lo encuentran, en internet, una práctica cada vez más utilizada a la hora de encontrar el alma gemela. En Nueva York, los solteros constituyen más de la mitad de la población. Los grupos de amigos suelen ser habitualmente muy pequeños, las relaciones en el trabajo nada convenientes y, en una cultura centrada en los resultados, ligar en un bar es poco «rentable». Pegados a sus teléfonos móviles, los neoyorquinos compran online, buscan allí también alojamiento y trabajo, planifican sus vacaciones... entonces, ¿por qué no buscar compañía en la red? Antes de llegar a Nueva York, Andrea Morales, una estudiante de 25 años de Costa Rica, pensaba que ligar por internet era para desesperados. «Pero me dijeron que aquí es supernormal. Al principio se me hacía un poco raro, pero es que aquí es muy difícil conocer a gente nueva, aparte de tus amigos». Ella está, de hecho, inscrita en Tinder y OkCupid. El resultado: hasta tres sesiones por semana, hasta que encontró novia. La pareja duró siete meses. «Yo no he tenido malas experiencias –reconoce–. Pero la mayoría de mis amigos heterosexuales sí que las han tenido, porque hay hombres que dan miedo en las redes». En Nueva York, casi todo el mundo conoce a alguien que está buscando, que ha ligado o que hasta ha llegado a casarse tras conocerse en la red. «Casi el 31% de los neoyorquinos han encontrado su última historia de amor en internet», afirmó la antropóloga Helen Fisher en la CNN, después de que piratas informáticos atacasen el site Ashley Madison, especializado en relaciones extramaritales. «La tecnología no cambia el amor, cambia la forma en la que hacemos la corte», añadió. Amor en la red. Morales acaba de pasar 20 minutos estudiando las fotos de Tinder. «En Nueva York, hay un montón de gente joven, la mayoría bien educada y divertida, pero en la que ha prevalecido la idea de ‘no importa, ya encontraré otro’. Ahora creo que la gente está más disponible». La aplicación Tinder, creada en 2012, reconoce la existencia de 26 millones de citas diarias en todo el mundo. «Tinder ha revolucionado la forma en la que la gente se conoce», según un portavoz de la compañía. Deslizar a la izquierda –eliminas así la foto de quien no te interesa– o a la derecha es algo que forma parte ya de la vida normal.«Da mucho miedo que se te acerquen hombres en un bar, la calle o en un tren», reconoce una diseñadora de 24 años. «La mayoría de las chicas piensa que algo malo va a pasar». Tampoco es que la imagen virtual resista siempre la prueba de la realidad, excepto en algunos casos. Emily Helfgot, una maestra de 42 años, y Bob Weinstein, un bibliotecario de 44 años, vivían en el mismo barrio –en Brooklyn–, frecuentaban los mismos lugares, pero no se conocieron hasta que contactaron por internet en 2012. Él acababa de romper con su pareja, ella entraba de vez en cuando en Tinder. «Lo que aprendí es esto: intercambia algunos correos electrónicos, dí en ellos algo sustancial sobre ti, y conoce a esa persona cuanto antes, no hay que esperar mucho», explica Helfgot. Están casados en la actualidad y él se pregunta si se hubieran enamorado si su encuentro se hubiera producido en la vida real y no en la red. Conoce a tu vecino. Romana, Michael y Angelika son vecinos, pero hasta hace algunas horas no se conocían entre sí. Si ahora comparten un brunch en una plaza de Viena es gracias a internet y una microred social en auge llamada Frag Nebenan (algo así como «pregúntele al de al lado»). Lanzado en mayo de 2014, el site suma semanalmente 400 nuevos miembros y ya tiene 12.500 usuarios, lo que supone casi el 1% de la población de la capital austriaca. Y todo gracias al boca a boca. La razón de su éxito es relacionar, de forma gratuita, a personas que viven a un máximo de 750 metros los unos de los otros, para actividades como ayudarse, hacer trueque o compartir actividades comunes. Este tipo de redes de trueque y apoyo social está también en plena eclosión en todo el mundo, con sites como Ma Residence, Wir Nachbarn o Next Door, y su enfoque es contrario a lo que podríamos denominar como «síndrome de Facebook»: en lugar de coleccionar cientos de amigos a través del mundo que nunca conoceremos, lo que se trata precisamente es de conocer a tus propios vecinos. A sus 74 años, Marianne Gramsl estaba cansada de la frialdad vienesa, encarnada perfectamente por una de sus vecinas. «Durante años, la saludaba cada vez que me la cruzaba en la escalera, pero ella nunca me ha contestado. Frag Nebenan me parece una buena forma de encontrar a aquellos que sí tienen ganas de dar los buenos días». Porque incluso en una capital de tamaño medio como Viena (1,7 millones de habitantes), el aislamiento de la urbe puede minar tanto a jóvenes como a mayores, explica Stefan Theissbacher, el fundador del site. «Mi sueño era transformar los barrios en comunidades», explica este especialista en nuevas tecnologías, que es oriundo de un pequeño pueblo donde todos se conocen entre sí. La idea de una microred le vino cuando se dio cuenta de que, al cabo de un año de su traslado a Viena, «en realidad, nunca había hablado con mis vecinos. No se trata de convertirnos en los mejores amigos, pero sí de saber que no estamos solos, que podemos recibir ayuda del vecino». El funcionamiento es sencillo: uno se inscribe online y recibe en el buzón de su casa una carta postal con su código de activación. Al hacerlo, se puede elegir el perímetro de vecinos: la manzana, su casa o el barrio, hasta un límite de 750 metros. Romana Caren, una realizadora que está en la red, ha podido así pintar de nuevo la cocina sin gastar un duro gracias al trueque que ha realizado con uno de sus vecinos.