01 NOV. 2015 LUCHA EN EL CORAZÓN DE MESOPOTAMIA En las trincheras contra el ISIS, y detrás Kurdos de toda la geografía de Oriente Medio siguen luchando hombro con hombro contra el ISIS en el corazón de Mesopotamia. No obstante, su relación con la población árabe atrapada en esta guerra de trincheras sigue planteando incógnitas. Karlos Zurutuza {{^data.noClicksRemaining}} Pour lire cet article inscrivez-vous gratuitement ou abonnez-vous Déjà enregistré? Se connecter INSCRIVEZ-VOUS POUR LIRE {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Vous n'avez plus de clics Souscrire {{/data.noClicksRemaining}} Soldados iraquíes saludan a la bandera o sonríen mientras cogen en brazos a niños rescatados del horror de la guerra. Son los murales de la 12ª División de Infantería iraquí, todavía visibles a la entrada del campamento K1, al oeste de Kirkuk. Pero aquellos antiguos ocupantes huyeron tras la fulgurante llegada del Estado Islámico, en junio de 2014. Hoy, los nuevos inquilinos del K1 son un combinado kurdo formado por unidades peshmerga –el Ejército kurdo– y guerrilleros del Partido de los Trabajadores de Kurdistán-PKK. Somos bienvenidos por lo que, una vez hechas las presentaciones, heval Rebar («amigo Rebar» en kurdo) se ofrece a acompañar a 7K en dirección sur, siempre a lo largo de un muro de tierra levantado a nuestra derecha. Las excavadoras trabajan sin descanso marcando las lindes de un lugar en el que se encadenan puestos de combate y aldeas recuperadas a los yihadistas. La mayoría de estas últimas no son más que un montón de escombros a consecuencia de los ataques aéreos estadounidenses y sus aliados. El coronel peshmerga Jamal Masim Jaffar nos recibe dentro de un búnker al pie de un promontorio de tierra de unos quince metros de altura. Se levanta uno idéntico cada mil metros a lo largo del muro. Jaffar, kurdo de Kirkuk, defiende literalmente su casa. Visiblemente cansado, habla de combates «constantes». «Recibimos fuego de francotirador desde dos casas y una torre que tienen levantada al otro lado, pero también nos golpean con un artefacto casero fabricado con bombonas de gas», relata el oficial, añadiendo que el último intercambio de fuego importante fue «hace una hora escasa». Respecto a la colaboración con la guerrilla kurda, dice estar satisfecho: «Tenemos muy buena relación con el PKK y luchamos juntos no solo por los kurdos, sino porque el ISIS es el enemigo de toda la humanidad», espeta Jafar, buscando la aprobación de sus compañeros de armas. Sentado a su derecha, heval Rebar asiente. Tras la obligada taza de té, Jaffar nos invita a subir al promontorio desde el que oteamos el frente entre sacos terreros. A menos de un kilómetro divisamos Al Nur, una de entre los centenares de localidades levantadas por Saddam Hussein para acoger a colonos árabes en tierra kurda. La aldea sigue hoy bajo control del ISIS pero, a finales del pasado agosto, el combinado kurdo lanzó una ofensiva a gran escala un poco más al sur tras la que se recuperaron nueve localidades en un territorio de 24 kilómetros cuadrados. Otro capítulo más en este demencial «tira y afloja» entre kurdos y yihadistas: los primeros avanzan con el respaldo de la coalición para quedar atrapados en las aldeas que el enemigo ha convertido en un campo de minas. De noche, el ISIS sabotea infraestructuras petrolíferas mientras conquista posiciones más al norte, o más al sur. La guerra de trincheras en Mesopotomia ha entrado así en su segundo año. Jaffar reconoce que los avances de su contingente solo son posibles gracias a la ayuda internacional, «tanto en suministros como en cobertura aérea». Las furgonetas artilladas desplegadas en el promontorio corroboran su testimonio. «Acabamos de instalar las ametralladoras en las traseras de los vehículos; son francesas y han llegado hace poco. También estamos recibiendo gafas de visión nocturna, imprescindibles en este entorno, y misiles teledirigidos Milan que nos envían desde Alemania. Respecto a la cobertura aérea, nos la dan siempre que la pedimos», relata este oficial que pasó siete años con las tropas americanas en Iraq. Hoy asegura que vería con buenos ojos la presencia de tropas extranjeras sobre el terreno. «El apoyo con el que contamos hasta ahora es bueno, pero un incremento del mismo siempre es bienvenido», acota. Combate urbano. La armonía entre las principales facciones kurdas desplegadas aquí resulta evidente, pero esta nunca ha sido la tendencia en el oeste de Iraq. Disputada por kurdos, árabes y turcomanos, Kirkuk pertenece a los llamados «territorios en disputa» entre Bagdad y Erbil, la capital administrativa de la región autónoma kurda. Se trata de una de las heridas más gangrenadas en Iraq, y desde mucho antes de la irrupción del ISIS. Tras la huida del Ejército iraquí, los kurdos se hicieron con el control casi total de Kirkuk, pero aquí nadie olvida el devastador efecto del conflicto étnico y sectario sufrido por una población que se ha visto atrapada en el fuego cruzado entre las distintas facciones durante décadas. La siguiente parada en nuestra ruta a lo largo del muro es Nouafel, una aldea árabe «incrustada» contra el muro donde el PKK mantiene una de sus posiciones. Desde una de las casas, hoy cuartel general de la guerrilla, el camarada Selim dice que prefiere no desvelar el número de guerrilleros desplegados en este frente. «Tenemos los suficientes para luchar contra el ISIS», zanja el asunto con una sonrisa. Encontramos el mismo promontorio protegido por sacos terreros desde los que heval Farashin, kurda del norte, otea la localidad de Wastaniya, hoy plaza del ISIS, con la ayuda de unos prismáticos. Quizás le sea posible adivinar la procedencia de sus enemigos por su aspecto, aunque no se antoja tarea fácil. El pasado mes de octubre, fuentes del aparato de seguridad kurdo informaban de un ataque de la coalición que se habría saldado con la muerte de veinte yihadistas, entre los que se encontraban ocho chechenos. Y es que si hablamos de un contingente formado por kurdos procedentes de las cuatro partes a este lado de la trinchera, el enemigo parece ser muchísimo más internacional, con combatientes llegados desde Marruecos hasta Indonesia, pasando por Europa. El armamento del PKK aquí se reduce a los fusiles de asalto, alguno de largo alcance, y un par de ametralladoras pesadas apuntando al horizonte. Si bien resulta obvio que la guerrilla no parece beneficiarse del mismo modo del apoyo exterior que sus colegas de trinchera, el testimonio de heval Aso confirma que la guerrilla kurda tampoco se encuentra desamparada. «En primavera recibimos un curso de combate urbano de dos meses a cargo de dos instructores italianos. Aprendí muchísimas cosas que no me habían enseñado durante mi instrucción en Qandil», explica este chaval de Tuz Jormato, una localidad cercana de población mixta (árabe, turcomana y kurda) brutalmente castigada por la guerra durante años. «Eran muy profesionales», añade. «Nunca nos dejaron hacerles una foto ni nos dijeron a qué compañía pertenecían». Tierra de nadie. Lo que hace particularmente interesante esta posición de combate es que se encuentra en una aldea árabe de cincuenta familias, la mayoría de las cuales no han abandonado sus casas a pesar de haber permanecido bajo control del ISIS durante siete meses. A petición de heval Rebar, varios lugareños acceden a hablar con 7K en una casa próxima a la que hoy ocupa la guerrilla. A primera vista, la relación entre civiles y combatientes se antoja cordial, casi en exceso. Se intercambian sonrisas y apretones de manos, y los guerrilleros incluso se atreven con unas palabras en árabe para romper el hielo. Mientras tanto, Arkan Bader Ali, nuestro anfitrión, se esmera en servir el café árabe. Se toma de un trago, y en una misma taza poco más grande que un dedal que va cambiando de manos en el sentido de las agujas del reloj. El ruido de los disparos a pocos metros de aquí, unido al de munición más pesada, apenas arranca un leve gesto entre los congregados. Tanto civiles árabes como combatientes kurdos parecen haberse acostumbrado al siniestro ruido de fondo. Bader Alí lamenta que sus tierras, como las de la mayoría en Nouafel, se encuentren hoy en la «tierra de nadie» entre los kurdos y el ISIS. Por el momento, dice, sus vacas y ovejas se las apañan al este del pueblo, pero el pasto, de por si escaso en este erial, es ya casi inexistente. También enfundado en la tradicional dishdasha árabe, esa camisa holgada hasta los pies, como el resto de los lugareños, Juma Hussein Toma asegura que los siete meses que permanecieron bajo control de los yihadistas no alteraron la vida del pueblo de forma significativa: «Cuando llegaron aquí, anunciaron por los altavoces de la mezquita que la revolución había triunfado y que nos habían liberado de los infieles, pero no sufrimos amenazas de ningún tipo», subraya el campesino. Los que se han ido, matiza, lo han hecho por falta de trabajo o recursos, pero no por la guerra. Mohamed al Ubeid asiente para añadir que el ISIS mató a gente en Al Nur «porque habían sido miembros de los Consejos del Despertar (una milicia iraquí que luchó contra Al Qaeda con ayuda estadounidense)», pero a ellos, dice, les dejaron en paz. El lugareño también recuerda que dos jóvenes de la localidad se habían unido al ISIS «desde el principio». «¿No teníais miedo? ¿Por qué no huisteis cuando veías que se acercaban?», pregunta un guerrillero, con genuina curiosidad. «Ocurrió de la noche a la mañana. Para cuando nos dimos cuenta, la aldea ya había cambiado de manos», aclara Al Ubeid. Los guerrilleros ocultan su incredulidad mirando al suelo, y alguno no se molesta en disimularla. Tanto Al Ubeid como el resto de los vecinos de Nouafel aquí reunidos aseguran sentirse cómodos con el despliegue de los guerrilleros en su aldea, pero dado que dichas declaraciones son hechas en su presencia, resulta imposible saber hasta qué punto se sintieron coaccionados. Tras un despedida tan cordial como el resto de la reunión, uno de los combatientes apunta a la profunda zanja que rodea su improvisado cuartel general en Nouafel. «La hemos cavado porque no nos fiamos de esta gente», reconoce el guerrillero, justo antes de despedirse para volver a su guardia en el muro. Civiles, las víctimas no contadas. Según datos del Pentágono, la coalición internacional ha llevado a cabo más de 6.500 ataques aéreos contra el ISIS en Iraq y Siria, entre agosto de 2014 y setiembre de 2015. El número de combatientes del ISIS muertos en estas operaciones se estima en torno a los 15.000, y se cifra en 2.000 el número de edificios destruidos, a los que se sumarían cientos de vehículos utilizados por los yihadistas. A pesar de la magnitud de los datos, la coalición reconoce un único incidente en el que murieran civiles (dos niñas muertas tras un ataque aéreo en Siria, en noviembre de 2014). Teniendo en cuenta que durante la guerra de Afganistán los ataques aéreos del contingente internacional representaban la mayor amenaza para los civiles, y que Naciones Unidas da estimaciones muy a la baja de al menos un civil muerto por cada once ataques aéreos, la cifra de civiles muertos desde el aire durante el primer año de la lucha contra el ISIS ascendería fácilmente a 500 entre Siria e Iraq. El observatorio independiente Airwars apunta a 459 víctimas civiles en 52 ataques de la coalición, que incluirían a cien niños. Ya en noviembre de 2014, fuentes del FBI mostraron su preocupación por un ataque en Mosul que habría matado a 41 mujeres yezidíes retenidas por el ISIS. Dicho informe señala que el objetivo más cercano aquel día estaba a 3,2 km de distancia. En Siria, uno de los incidentes más sangrientos se produjo en diciembre de 2014 tras el ataque aéreo a una cárcel improvisada del ISIS en al Bab, al noroeste del país. Organizaciones sobre el terreno hablan de 58 prisioneros muertos, pero la coalición no reconoció el ataque hasta dos semanas después, presionada por la agencia de noticias McClatchy. Airwars denuncia que el ataque con más víctimas civiles se habría producido el pasado 3 de junio, tras un operación aérea sobre un supuesto taller de explosivos en Hawija, al noroeste de Iraq. Fuentes en el lugar denunciaron a Reuters y Al Jazeera la muerte de más de setenta civiles. La campaña liderada por EEUU se centra en áreas urbanas donde el ISIS es fuerte, y solo el bastión del ISIS en Mosul acapararía el 40% del total de las víctimas civiles. Por el momento, el teniente-general John Gesterman, quien lidera la campaña aérea internacional contra el ISIS en Iraq y Siria, sigue describiéndola como «la más precisa y disciplinada en la historia de la guerra aérea». Sea como fuere, las estimaciones más elevadas de no-combatientes muertos por ataques de la coalición resultan casi anecdóticas frente a aquellas producidas por grupos armados como el ISIS, el Frente al Nusra (filial de Al Qaeda en Siria), o los bombardeos con los llamados «barriles bomba» de Assad. Estos últimos son armas altamente explosivas y de fabricación barata, generalmente montadas en grandes tambores de aceite, cilindros de gas o tanques de agua. Una vez llenados de explosivos de gran potencia y chatarra para aumentar la fragmentación, son arrojados desde helicópteros a gran altura. A las víctimas de civiles por las bombas del Gobierno de Damasco, grupos islamistas y la coalición liderada por Washington, se les suman recientemente las de los recientes bombardeos de la aviación rusa. Moscú esgrime que su incursión en Siria se centra sobre objetivos del ISIS pero, por el momento, los ataques se concentran en áreas densamente pobladas al noroeste del país.