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el origen del negocio de la coca

La ruta de la cocaína

Todo camino tiene un comienzo. El de nuestra ruta es el valle del VRAEM, en Perú. Unos 40.000 agricultores cocaleros trabajan las más de 20.000 hectáreas de campo de hoja de coca de este valle y dan inicio, sin quererlo, al origen del negocio más rentable del mundo, el del oro blanco, la cocaína.


Con los años, Perú se ha convertido en el mayor productor de hoja de coca del mundo, con unas 119.000 toneladas, y ha desbancado a Colombia, según los datos de Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito (Unodc). Ello ha provocado un incremento de estas plantaciones y de la producción de cocaína. A esto hay que sumarle las características de un valle, donde se produce más del 50% de esta hoja en Perú, y un pasado y un presente bañado por la sangre originada en un conflicto que enfrenta a Sendero Luminoso con las fuerzas militares. Al ser un lugar con estas características, la presencia militar es constante. Estos luchan por mantener el control de una zona que jamás ha tenido un único dueño y que con el tiempo se ha convertido en el fortín de los narcotraficantes.

En un campo de hojas de coca, sobre una de las inmensas colinas del VRAEM (Valle de los Ríos Apurinac, Ene y Mantaro), Guadalupe lleva un gorro que le protege del sol y pasa doce horas al día recolectando las hojas que ha podido sembrar. Este proceso se repite durante días, hasta cuatro veces al año. La hoja de coca se reproduce con rapidez en unas buenas condiciones climatológicas, pero con el uso de pesticidas las tierras empiezan a ser menos fértiles. Con ella, sus hijos y otros familiares buscan el dinero que les permita vivir dignamente y pagar los estudios al hijo mayor, matriculado ya en la universidad de Ayacucho. Los cocaleros son la parte de la sociedad más vulnerable; son los que trabajan de sol a sol y no llegan a final de mes. Son como nuestros abuelos agricultores que soñaban con ir a una gran ciudad en la época de la posguerra, con la diferencia de que ahora a ellos les toca vivir una guerra que parece no acabar nunca. Parte del trabajo de Guadalupe termina en manos de los narcotraficantes. Ellos precisan de 150 kilogramos de hoja de coca por cada kilogramo de cocaína, que alcanza un precio en torno a los 950 euros. «El Gobierno nos compra el kilo de hoja de coca a 7,5 soles (unos 2 euros) –comenta el hijo mayor de Guadalupe–. Con ese precio no podemos hacer frente a los gastos de una familia entera. Si por nosotros fuera plantaríamos cacao o plátanos, pero con eso no nos da para comer».

 

El valle de la coca. De las 325 toneladas de clorhidrato de cocaína –cocaína pura– que salen de Perú, tan solo en este Valle de los Ríos Apurinac, Ene y Mantaro se estima que se producen unas 200 toneladas. Es aquí donde los clanes familiares encuentran el pozo de dinero sin fondo del que todos salen beneficiados. Quien controle el valle será quien controle el inicio de la ruta. Muchos de estos clanes imponen la ley del silencio que impera en el valle. Todos sospechan de todos y nadie quiere hablar del tema. Abundan los informantes, ojos que espían por todas partes, personas conectadas con los narcotraficantes y los militares.

Sendero Luminoso, que eligió esta zona geográfica por su difícil acceso y carencia de infraestructuras, encuentra en el narcotráfico una fuente de financiación. Cobrando cuotas a cambio de protección, aseguran las rutas de escape de la cocaína que se dirigen a Bolivia. Protegen a los mochileros que cruzan los andes peruanos y a los narcovuelos en sus pistas clandestinas. Un grupo de mochileros puede transportar entre 6 y 12 kg de cocaína, pagándoles 100 dólares por cada kg que llevan al otro lado de la frontera. Puede parecer un mal negocio, pero si se compara con el sueldo medio en Perú, de 750 soles, equivalente a unos 268 dólares, es un trabajo tentador. Por otro lado, los vuelos clandestinos llevan más de 300 kg por recorrido y son estos los que más beneficios dejan a las arcas del narcotráfico. Los pilotos llegan a cobrar unos 25.000 dólares por vuelo. Todo el valle está lleno de montañas con pistas para el aterrizaje. En cada una de ellas se realizan entre cuatro y diez vuelos por día. Son la vía de escape más rápida y segura, ya que una avioneta en vuelo no puede ser derribada.

El narcotráfico es una fuente de financiación para todos aquellos que controlen una parte de la ruta. La comunidad nativa Ashaninka vive de forma tradicional en diferentes pueblos de la zona. Son comunidades amparadas bajo la ley nativa y están libres de las intervenciones militares. Cultivan la hoja de coca y la comercializan. Son dueños de gran parte del territorio, controlando muchas de las pistas clandestinas de las que salen las avionetas con dirección a Bolivia.

El programa de Evo Morales. Bolivia, con el paso de los años, se ha convertido en el centro de la producción del clorhidrato de cocaína. Recibe la mayoría de la pasta base de cocaína producida en Perú y es aquí donde se realiza el proceso para convertirlo en clorhidrato de cocaína o polvo de cocaína.

Cochabamba, corazón de la lucha militar boliviana que se empeña en cortar esta ruta, trata de ser una quimera para los narcotraficantes. Desde el año 2000 y hasta el 2014, con las políticas de concienciación llevadas a cabo por el Gobierno de Evo Morales, han aumentado las incautaciones de este producto en unas 279,8 toneladas, según los informes del Consejo Nacional de Lucha contra el Tráfico Ilícito de Drogas (Conaltid). De ellas, 44,3 corresponden al clorhidrato de cocaína y 235,5 a la pasta base. En el fondo supone un pequeño golpe en comparación con la cocaína que llega a los consumidores. 

El programa de concienciación de Evo Morales sustituye al de sus antecesores y hace hincapié en que no sólo hay que actuar directamente contra el narcotráfico, sino que también hay que luchar desde la base. Todo esto cobra sentido si tenemos en cuenta que el propio Evo Morales fue un sindicalista de Cochabamba que luchó por la defensa de la hoja de coca y los derechos de los agricultores cocaleros. Con estos programas para la concienciación, los agricultores encuentran otras vías para la comercialización de la hoja, entre ellas la nacionalización de la venta de las hojas a otros sectores como el consumo directo.

Todas las luchas que se establecen en el territorio boliviano han motivado que la droga se haya movido de zona. Es por eso que, pese a que hasta el año 2014 las operaciones contra la lucha del narcotráfico aumentaron, las incautaciones de la droga han sido mucho menores. El cuerpo de elite boliviano, los Garras, son los encargados de mantener una paz que se desvanece con las cuantiosas muertes causadas por esta actividad. En su base de Cochabamba manejan el entramado de esta lucha que se da vía terrestre y, sobre todo, fluvial. Los laboratorios clandestinos se encuentran a ambos lados de los ríos y están controlados por los narcos, que en su mayoría son campesinos en busca de dinero. Por esta ruta hay miles de ojos que controlan todo lo que pasa y que informan a los narcotraficantes de cualquier posible operación militar. A medio camino de EEUU y Europa, los dos grandes consumidores de cocaína, la ruta hace una parada en Brasil, que ha superado a estos dos en el consumo de esta sustancia. Ahí llega el 90% de la cocaína que se exporta desde Bolivia. Brasil está absorbiendo la producción, que comienza en Perú y pasa por Bolivia, y se enfrenta a uno de sus mayores problemas a día de hoy.

Las víctimas de la ruta. Delia llora desconsolada hablándonos de la muerte de su marido a manos de los militares en un operativo en el VRAEM. Sabe que la muerte de su esposo jamás podrá ser justificada, pero nos cuenta que los motivos que empujan a ser parte de este negocio no son otros que el deseo de irse del valle y vivir lejos, buscar una mejor vida fuera de esta guerra. «Una noche antes de su muerte, mi marido me dijo que era el último encargo que hacía, que nuestro destino estaba unido y que ese destino era lejos del valle, que quería sacar de aquí a nuestros dos hijos y darles un futuro que él no tuvo. Al día siguiente recibí una llamada y fui en busca de mi marido. Después de treinta horas de camino no pude hallar su cuerpo; la zona en la que él estaba había sido bombardeada, jamás volvería a verle».

Testimonios como los de Delia nos llevan a ver las consecuencias claras del negocio más rentable del mundo, el narcotráfico. Uno solo puede preguntarse dónde se encuentra la solución a un conflicto que lleva años en estas selvas. Un problema del que todos los habitantes son partícipes de alguna manera y que se engloba en un valle donde conviven agricultores, narcotraficantes, senderistas, militares y el resto de la población civil. Son los elementos de un conflicto que origina la ruta de la cocaína y que pone punto de partida a un camino que termina en Brasil, en EEUU y en Europa. Si no existiera una demanda, tal vez no habría una oferta y ello acabaría de la noche a la mañana con el sufrimiento de miles de personas.

Su alta demanda en países como el Estado español hace que un gramo de cocaína llegue a costar en torno a 64,39 euros, casi el doble del coste de un gramo de oro, unos 37,7 euros. Los 950 euros que cuesta el kg de cocaína en origen se convierten en 64.390 euros en el Estado español. Ello hace que pese a la lucha de los militares en el VRAEM, los Garras en las selvas de Cochabamba o las intervenciones policiales en países europeos, parezca imposible poner fin a esta ruta, lo que lleva a que el peso de este oro blanco sea mayor que las lágrimas y el sufrimiento que genera en su itinerario.