01 MAI 2016 Procesionaria del pino La plaga de una mala gestión forestal Durante la primera mitad del pasado siglo se realizaron en amplias zonas de Euskal Herria intensas repoblaciones de pino para cubrir espacios deforestados, pero no tuvieron en cuenta la existencia de un insecto que se alimenta de sus finas hojas. Es la llamada procesionaria del pino, que se ha convertido en una plaga prácticamente indestructible. Iñaki Vigor {{^data.noClicksRemaining}} Pour lire cet article inscrivez-vous gratuitement ou abonnez-vous Déjà enregistré? Se connecter INSCRIVEZ-VOUS POUR LIRE {{/data.noClicksRemaining}} {{#data.noClicksRemaining}} Vous n'avez plus de clics Souscrire {{/data.noClicksRemaining}} Hace medio siglo llamaban la atención los vuelos rasantes de avionetas que soltaban una nube de polvo blanco sobre los pinares. Al día siguiente solía aparecer en el periódico la noticia de que varias personas habían sido atendidas en centros hospitalarios porque aquel polvo les había pillado de lleno mientras se encontraban dando un paseo por el monte. Las fumigaciones se realizaban sin previo aviso. Su objetivo era combatir la procesionaria del pino, pero también afectaban a personas, animales y cultivos cuando fallaba la puntería del piloto o el viento propagaba la nube blanquecina fuera de los pinares. Aquel polvo blanco tenía un nombre que se popularizó rápidamente: dimilín. Cuando llegaban las avionetas con dimilín, todo el mundo sabía que tenía que ponerse a cubierto, es decir, alejarse rápidamente de los pinares. Años más tarde, cuando surgieron las primeras organizaciones ecologistas, alertaron sobre los peligros del dimilín. Su principal ingrediente activo es el diflubenzurón, un veneno que se ha utilizado durante décadas, en el que se han gastado ingentes cantidades de dinero y que ha sido totalmente ineficaz para acabar con la procesionaria. De hecho, está comprobado que, pasados unos años, la presencia de procesionaria es similar en pinares que han sido fumigados y en los que no lo han sido. En el año 2009 la Comunidad Europea elaboró una directiva para prohibir la fumigación desde avionetas y helicópteros, porque «puede causar efectos negativos significativos en la salud humana y el medio ambiente». El Estado español incorporó esta norma en 2012, pero dejó abierta la posibilidad de que el Ministerio de Medio Ambiente permitiera su uso «en casos excepcionales». De hecho, en el año 2014 la Diputación de Araba gastó 62.617 euros en fumigar pinares con diflubenzurón, y en Bizkaia el gasto ascendió a 139.000 euros. En el conjunto de la CAV existen aproximadamente 130.000 hectáreas de pinus radiata o pino insigne, de las que 21.200 (el equivalente a más de 25.000 campos de fútbol) habían sido fumigadas en el año 2011, mediante helicópteros, para disminuir la presencia de estos parásitos. También se han aplicado otros métodos, como colocar cajas nido para aves que se alimentan de la oruga, tratamientos puntuales directos con cañones nebulizadores o aplicación de productos fitosanitarios directamente en los nidos. Todo ello ha sido inútil. La plaga sigue creciendo. En algunos lugares de Euskal Herria se ha recurrido incluso a efectuar disparos de mostacilla sobre los blosones de procesionaria, o a cortar la rama del pino donde está el nido y quemarlo. Esta última «solución» se sigue utilizando en la actualidad, pero requiere un gran trabajo, conlleva peligro de incendios forestales y solo es factible cuando solo hay unos pocos pinos infectados. Si hay miles de ejemplares con procesionaria, como es habitual en los pinares vascos, resulta totalmente imposible erradicarla. Una plaga endémica. En el caso de Nafarroa, los tratamientos masivos aéreos se dejaron de realizar «por la escasa selectividad que tienen sobre el resto de los ecosistemas», explica Salomé Hernando, jefa de la sección de Gestión Forestal del Gobierno. Tomando datos del Mapa Forestal de este herrialde, señala que la superficie arbolada ocupa unas 450.000 hectáreas, de las que 97.300 (21%) son pinares. En concreto, existen unas 50.500 hectáreas de pino silvestre, 23.800 de pino laricio y 23.000 de pino carrasco, que son «las tres especies más susceptibles a los daños de la procesionaria. «No hay una estimación superficial de las masas afectadas porque, en mayor o menos medida, hay presencia de esta plaga endémica en buena parte de ellas», constata Salomé Hernando, si bien precisa que se hace «un seguimiento del grado de infestación en parcelas fijas que permite valorar la gravedad del ataque y sus efectos». El pasado mes de febrero el Departamento de Desarrollo Rural, Medio Ambiente y Administración Local del Gobierno de Nafarroa ya detectó «una mayor incidencia» de la procesionaria debido a las suaves temperaturas del invierno. A lo largo de esta primavera, la plaga ha alcanzado unas dimensiones desconocidas hasta ahora. Cientos de millones de orugas han descendido de los pinares y se han expandido por caminos, pistas y carreteras, llegando incluso a núcleos poblados, jardines, colegios y zonas residenciales. A la vista de ello, el mismo departamento advirtió de que las orugas de la procesionaria poseen pelos urticantes que provocan reacciones alérgicas, por lo que recomendaba «no tocarlas ni permitir que los animales de compañía lo hagan». Ello no evitó que numerosos perros sufrieran graves lesiones por hociquear estos insectos, que afectan también a las personas. De hecho, ni siquiera hace falta estar en contacto directo con ellos para sufrir dermatitis, urticarias, lesiones oculares o fuertes reacciones alérgicas. A veces, basta con pasar por un pinar infestado de orugas para sufrir los efectos de sus pelos urticantes, que sueltan a modo de defensa cuando se ven amenazadas pero que también pueden ser diseminados por el viento. Esos pelillos, casi invisibles, se clavan en la piel y liberan un producto tóxico que provoca una fuerte reacción alérgica. Salud forestal o salud pública. La plaga está extendida por todos los pinares del Estado español, e incluso existe un Grupo de Trabajo de expertos en procesionaria. Uno de sus debates suele ser si se trata de una cuestión de salud forestal o de salud pública. La jefa de la Sección de Gestión Forestal del Gobierno de Nafarroa nos da su opinión: «Este año el invierno suave ha favorecido la expansión de la procesionaria y por ello los ataques han sido más visibles y más fuertes. Los pinos se recuperan, no llegan a morir. Pero plantea una serie de problemas asociados al uso público de los montes. En definitiva, la gravedad del problema está más relacionada con la salud pública que con la salud forestal». ¿Y no sería más lógico sustituir los pinos por otras especies arbóreas?, le planteamos. Su respuesta es tajante: no. «La dimensión del problema no requiere medidas así de drásticas –explica–. Además, no es una solución ni ecológica ni económicamente viable. Una parte de esas superficies de pinares son naturales, es decir, no provienen de repoblación. Los pinares de los valles pirenaicos, o los pinares de carrasco de las Bardenas, Lerin, etcétera, tienen unos valores ecológicos incuestionables. Por otra parte, a muchas entidades locales la venta de madera de esas especies les reporta unos ingresos que contribuyen a mejorar las condiciones de vida de los pueblos, generan economía y trabajo». Partiendo de esta situación, Salomé Hernando considera que «la medida más eficaz de reducción de riesgos sanitarios» es el conocimiento sobre la plaga. «Es decir –precisa– que el usuario sepa las épocas en las que la oruga puede generar más urticarias, que hay unas normas básicas como no tocarlas, que los bolsones solo los pueden destruir quienes sepan manejarlos, que pueden afectar a los animales domésticos si hociquean las orugas, y que hay que saber qué hacer en caso de que se produzca la reacción alérgica. Es conveniente que en los bordes de caminos periurbanos, en parques o jardines públicos, los pinos no tengan bolsones. Estos se pueden eliminar de manera mecánica, pero siempre por personal que sepa manejarlos. O haciendo tratamientos con productos específicos, pero siempre controlados y dirigidos, no masivos». Por contra, prácticamente todas las organizaciones ecologistas coinciden en su rechazo a las repoblaciones forestales de pinos y exigen que se hagan con especies autóctonas, como pueden ser robles, encinas y quejigos. Solo así sería posible acabar con una plaga que, una vez propagada en el pinar, resulta indestructible. Después de medio siglo, los métodos químicos y físicos han resultado inútiles. En los últimos años se ha recurrido a métodos más ecológicos, como la lucha biológica, consistente en utilizar feromonas para capturar en trampas a los machos adultos y reducir así las posibilidades de apareamiento. El problema es que se necesitarían miles y miles de trampas para acabar con la plaga si esta ya se ha expandido por una gran superficie, con el coste económico añadido que ello supondría. Todavía queda una vía poco explorada, y consiste en introducir enemigos naturales, depredadores que se alimentan con las larvas de la procesionaria. Los pájaros carboneros y los herrerillos son los más conocidos, pero también están las abubillas, que localizan las pupas enterradas y las extraen con su pico largo y curvo, y los críalos, que han desarrollado un sistema que les permite expulsar los pelos urticantes después de comerse las orugas. Huevos, orugas, mariposas... un ciclo sin fin La procesionaria es una especie de lepidóptero (Thaumetopoea pityocampa) que afecta a todo tipo de pinos, cuyas hojas le sirven de alimento. Su ciclo vital abarca gran parte del año, y es básicamente el siguiente: • Junio-julio: Las orugas se han transformado en mariposas, que solo viven un par de días. Los machos mueren tras el apareamiento y las hembras fecundadas depositan los huevos en los pinos, y luego mueren. • Julio-agosto: Aparecen las primeras larvas, que a lo largo del verano se alimentan de las acículas de los pinos. • Octubre-noviembre: Las orugas construyen un bolsón sedoso, de color blanco, que les sirve de refugio para pasar el invierno. Suelen elegir las zonas altas y soleadas de los pinos, y son una auténtica obra de ingeniería. No les afectan las lluvias, las nevadas, las heladas o los vientos huracanados. Cientos de insectos se refugian allí durante el día, para no ser atacados por depredadores diurnos, y salen por la noche para alimentarse de las acículas. • Febrero-abril: Tras completar su desarrollo, las orugas descienden hasta el suelo y se desplazan en procesión en busca de un lugar en el que poder enterrarse. Para entonces ya tienen los pelos urticantes, que sueltan cuando se ven en peligro, y también suelen agruparse en pequeños montones para defenderse mejor de los depredadores naturales. Después hacen un pequeño agujero y se entierran, hasta convertirse de nuevo en mariposas e iniciar un nuevo ciclo. Según las condiciones, pueden permanecer hasta cuatro años enterradas.